martes, abril 23, 2024

.. MEDITACIÓN ANTE EL MILENARIO DE CASTILLA (II)

 ... MEDITACIÓN ANTE EL MILENARIO DE CASTILLA (II)


II EL GENIO POLITICO


«Cómo somos omnes de fuerte ventura!». Era verdad. La Castilla del «antiguo dolor», aun a trueque de otros muchos sacrificios, iba a ser venturosa. No podía continuar aquella situación de anarquía en que a cada paso había un conde que dividía todo el territorio logrado con sangre, en pequeñas taifas. Castilla debía empezar a ser una. A la vez que un genio militar, necesitaba un genio político. Y allá en el sur, en la tierra surcada de arroyos y poblada de robles, dominando la majestuosa cuenca del Arlanza, surgió un día un formidable castillo y una iglesia dedicada a San Millán. Desde allí se divisaba en la lejanía la tierra fuerte arrancada a los árabes y colindante con las riberas del Duero.



El adalid


En aquel castillo se educó el adalid. Había pasado la niñez en la montaña entre pastores y conocía todas las asperezas del lugar y del clima. Los corceles sabían de su agilidad y destreza y los riscos y la espesura habían experimentado su arrojo y denuedo cuando clavaba el venablo en el fiero jabalí. Era alto, robusto, rubio y pulido. En el semblante le brillaba la arrogancia y el donaire. Con razón un monje le había profetizado: «Será por todo el mundo temida la tu lanza». Pero a la par, en la ausencia del padre, su madre, la condesa de Lara, ejemplar recio y austero de mujer de Castilla, le había ido afincando en el alma los sentimientos religiosos, y su tío Núñez González, viejo y experimentado político, le había despertado la conciencia de su misión. Bravo resultó el mozo, enérgico, prudente y sin miedo. Cuando desde la altura del Picón de Lara contemplaba la tierra de los castillos, el pecho le rebosaba de ambición. ¡Si él unificara aquellos dispersos condados; si los unificara bajo un solo mando; si fuera señor de un Estado fuerte, frontero a las tierras que aún quedaban en poder del Islam, otra sería la fortuna de la naciente Castilla y otro el trato del rey leonés qué los miraba como vasallos!...


Aquel sueño político de la mocedad fue luego la realidad plena de una vida. En aquel Conde de Lara, flamante mancebo en el primer tercio del siglo X, encontró al fin Castilla su caudillo. Era hijo de Gonzalo Fernández, el conquistador de la línea del Duero y de Munadonna, la condesa por antonomasia, «la más condesa de todas». Se llamaba Fernán González.


Cuando se examina y medita la historia del adalid castellano se admira en verdad el jefe militar, pero aún más sorprende el genio político. Porque que Fernán González, criado y educado para la guerra, sintiera el espíritu de milicia de su pueblo y no tuviera una arruga en el corazón, es obvio en la semblanza de un hombre para quien el batallar era como una necesidad espiritual, como un quehacer innato en su temperamento. Por algo el monje de Arlanza le llamaba «guerrero natural» o «héroe de humano corazón y de pechos granados», y en verdad que cumplió con su destino de campeón de la cristiandad. Porque si no tuvo que ensanchar más sus dominios, los unificó y robusteció, haciéndolos inaccesibles a las arremetidas de la algara cordobesa. Frente a los moros nunca padeció adversidad la estrategia del Conde castellano, que llegó a ser el brazo derecho de la Reconquista. De su bravura supieron muy bien las huestes de Abderramán ante los muros de Osma, en los campos de Hacinas y ante el castillo de Simancas.



Fernán González, politico


Pero Fernán González fue esencialmente un político astuto, hábil, tenaz y enérgico. Su propósito capital fue crear un Estado. Y este empeño alcanza la máxima dimensión histórica porque, si para el siglo X lo preciso era una Castilla independiente, aquel nuevo Estado representaba nada menos que la primera célula nacional de España, a cuya hegemonía habrían de soldarse después los demás grupos peninsulares. La primera etapa en la construcción de este Estado fué unificar los pequeños territorios condales, bajo la preponderancia del de Lara. Por eso ya en el 931 se empieza a deslindar el condado por hacer como un recuento de fuerzas, por determinar el territorio inicial para la gran aventura. Y ciertamente que aquella heredad responde, porque se alistan cerca de setenta villas bajo el dominio de Lara. Este poder le lanza con astucia a llamarse «conde de Castilla» a emular el título de los reyes, proclamándose «conde por la gracia de Dios». Y la Castilla dispersa se le agrupa y los pequeñas taifas desaparecen y la política unificadora de Fernán González alcanza su plenitud. Es ésta una etapa de hábil gobierno, de diplomacia, de conciertos matrimoniales, de fundación de abadías, de prestación militar de servicios a la Corona, de imposición de prestigio y personalidad.



Castilla frente a León


Cuando hay ya un solo conde «totius Castellae» comienza el trance difícil. Castilla se enfrenta con León. Es verdad que el reino leonés, sucedáneo del primitivo núcleo asturiano, había cumplido con su misión providencial. Ante la historia nada puede aminorar el honor inmarcesible de haber sido el primer baluarte de la Reconquista, el primer germen de la resistencia, el primer reducto mantenedor de la civilización cristiana cuando toda la península naufragaba en la invasión agarena. Pero aquella monarquía agotó sus primeros impulsos en la restauración de lo visigótico. Lograda la necesaria estabilidad, constituido el reino, apoyada su defensa en los recursos geográficos naturales, sucedió una etapa en que la prístina ambición reconquistadora sufrió una merma considerable.


Hacía falta una más amplia concepción política, fundada en la gran empresa de arrebatar al Islam con la mayor prontitud el solar patrio invadido y crear sobre nuevos moldes un espíritu nacional. Por eso, en el caso de Fernán González no es un vulgar separatismo, no es un afán particularista el que liga con León. Nos atreveríamos a decir que se enfrenta lo auténticamente nacional con lo que es una herencia gótica. Fernán González no obedece a una mera ambición de mando. Es intérprete fiel de un pueblo que, ante la alarma de la frontera, ha cuajado su temperamento recio y viril, su sentido de la vida y de la muerte, su concepto de la libertad y de la justicia. Se siente llamado a una misión histórica: la de iniciar el camino hacia una unidad superior, imponiendo la hegemonía castellana, porque la estima más nacional y políticamente más útil para consumar la gran tarea guerrera de la Edad Medía. Su rebeldía es la santa rebeldía de la España que nace y que quiere ser como es Castilla.


Por eso el astuto Conde no admite reparos ni remilgos. Quiere, por el momento, la independencia de los suyos y está dispuesto a la lucha frente a quien sea. No le importa caer vencido y prisionero ante el rey de León. Ni volver a la prisión en poder del monarca de Pamplona. Su mujer, sus hijos, sus magnates, su pueblo, le serán fieles con tenacidad sin ejemplo. Bastará su efigie para seguir gobernando Castilla y los suyos continuaran teniendo a raya el poder del Islam. Esperará quince años. Pero vencerá. Llegará un día a ser hacedor de reyes, y su tierra, aquella tierra amorfa y dividida será libre, estará poseída de la conciencia de su poder, será la «Castella bellatrix», terror de la morisma, y habrá quedado ya ancha y una. Desde Cantabria y Vasconia, las Asturias de Santillana y las fuentes del Pisuerga hasta la línea fuerte del Duero, la gran Castilla independiente es ya una realidad.



El nuevo concepto nacional


Se ha creado una gran raza de hombres libres. He aquí el significado más hondo de la política de Fernán González. Una raza a la que el vivir de frontería, a la que una vocación de perpetua milicia había liberado del apego a la tierra y de los compromisos sociales.


Una raza que cobraba aristocracia al defender castillos en la linde o repoblar ciudades de vanguardia. Una raza, en fin, que sentía al amparo de su Conde, mantenedor de las viejas costumbres nativas, la elevación del trabajo, el respeto a la dignidad humana, la recompensa del esfuerzo heroico y la solidaridad ante el enemigo y el peligro común.


Así nació políticamente Castilla. Cuando a la hora postrera de su vida, Fernán González ya no quería llamarse Conde, sino tan sólo «siervo de Dios», el sueño de su juventud estaba logrado. Castilla era el primer núcleo potente de la unión de España. Había atesorado todas las virtudes necesarias para superar en los siglos futuros la lucha contra el Islam y había creado el tipo, el carácter, el ideal del hombre hispánico. Todo ello lo ponía el Conde al servicio de Dios, con un criterio religioso de la vida que nunca se borraría del alma castellana. Desde entonces los viejos castillos de las líneas estratégicas fueron como las vértebras del gran cuerpo imperial de España, que había de desarrollarse al terminar la Reconquista.

MEDITACIÓN ANTE EL MILENARIO DE CASTILLA (I)

 Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas

MEDITACIÓN ANTE EL MILENARIO DE CASTILLA (I)


Discurso pronunciado por el Excmo. Sr Ministro de Educación Nacional, D. José Ibáñez Martín, en los Juegos Florales celebrados en la ciudad de Burgos el día 6 de septiembre de 1943, de los que fue mantenedor.


(…)


I. LOS CASTILLOS


Cuando España paró en seco a la horda árabe e hizo posible que la Europa medieval fuese cristiana, allá, en la línea fronteriza, el reino diminuto de la resistencia contra el Islam se extendió pronto por las montañas y riscos, donde no lograron siquiera penetrar las águilas de Roma. Recortaban en el horizonte sus crestas nevadas los macizos .de Reinosa. Clavaban sus picos en las nubes los altos de Pancorbo. Desde allí incitaba a la codicia la tierra brava y llana que redimiría de una vida pasada entre peñas y ventisqueros. En aquella linde entablaban cotidianas escaramuzas los jinetes dé Córdoba y las huestes de la Cruz. De allí había que descender para garantizar la continuidad de la Reconquista y la existencia misma del baluarte aislado entre el oleaje invasor. Y allí, bajó el heroísmo de los guerreros del siglo VIII, a vivir en constante alarma defendiendo la frontera. Fué preciso alzar un centinela de piedra. Este centinela se llamó Castillo.



La primera línea


Cuando el siglo IX alborea, apunta también la edad los castillos. Porque muchos, con su maciza mole de piedra coronada de enhiesta dentadura, forman como una línea estratégica, como una barrera de fortalezas que se abrazan a la montaña. Y si en las abruptas sierras astures España salvó a Europa de la invasión, en la primera línea de castillos, la que iba desde Oca hasta Amaya, se estrelló ya para siempre el empuje de las huestes del profeta. El símbolo supremo de nuestra alta Edad Media es el castillo. Y no un puro símbolo militar. Porque el castillo avanza y con él va naciendo una vida y una civilización nueva. Es Castilla la gran célula vital que teje su trama de fortalezas bélicas y de monasterios. En efecto, a la par que en la montaña se alza el castillo erizado de lanzas guerreras, a la mansedumbre del valle osan descender hombres de paz con otro designio. Y los valles se pueblan a la sombra defensiva de la fortaleza, pero también bajo el amoroso cobijo espiritual de la basílica y la abadía. Diríase que son la línea estratégica del espíritu y de la civilización.


Allá van los frailes con sus blanquecinas vestes, cubiertos con la puntiaguda cogulla, a crear pueblos, empuñando el arado y abriendo sementeras para los primeros trigales en que ya siempre será fecunda la tierra castellana. El primer labrador de aquella heredad conquistada con sangre fué el monje. Y allí, tras la sementera, nació la aldea y la villa, y la ciudad, pobladas por la gente heroica que gustaba de vivir en arrogante alarma, en perpetua vigilia de combate, atenta al clarín que desde la fortaleza anunciara la presencia del enemigo. Hacía falta organizar aquella vida y surgió también el jefe, el conde, que unía a la par el mando militar y la jerarquía política. En el siglo IX hay ya un conde en aquella primeriza Castilla. Se llama Rodrigo. Es el señor del pequeño Estado en que se han reunido los primeros castillos, los primeros monasterios, las primeras aldeas. Pequeño Estado que vive dependiente de la monarquía astur, pero que por ser vanguardia de la Reconquista, nace con otro temple, con otro carácter, con ambición de aventura, con ansia indomable de combate, con altanería y afán de libertad e independencia.



Nacimiento de Burgos


Aquella primera Castilla, «la del antiguo dolor», la que al decir del poema era «pequeño rincón cuando Amaya era cabeza», siguió ampliando, en incesante batalla, su ámbito estratégico. Paso a paso avanzaban los castillos como gigantescos soldados de un ejército de fantasmagoría. Sobre la primera línea, el siglo IX acusa ya en sus postrimerías una segunda que se apoya en el Arlanzón. Hacia el sur se ha corrido la frontera de la lucha y hacia el sur ha avanzado también el enjambre laborioso de los monjes, labriegos y pobladores, de las aldeas y de los burgos. El Conde don Diego Rodríguez Porcelos cabalga, lanza en ristre, desde los altos de Pancorbo extendiendo hacia abajo la intermitente muralla castellana. Y en la punta de la línea, para cerrar un trecho desguarnecido, acaso por mandato del rey astur, temeroso del peligro, la barrera se cierra con un imponente castillo, sobre cuya torre más alta ondea airoso el pendón.


Es el año 884. En la cúspide de un cerro, la nueva fortaleza se mira en las aguas del Arlanzón y su enseña flamante llama a poblar el reducto fronterizo. Allí acude piadosa la legión monacal. Allí viene la turba campesina a hendir de sementeras la falda de la loma. Allí el Conde victorioso descansa y se labra albergue y residencia. Acaba de nacer una ciudad. Una ciudad fecunda, ansiosa de sentirse madre de paladines. La ciudad, nervio y eje de la segunda línea de castillos. La que, altiva, quiere sentirse rival de León y promete ser capital y corte del pueblo que nace. Burgos es el segundo parto de Castilla, la cabeza de la línea que por Muñó, Pampliega, Castrojeriz y Villodrigo, se comunica a las orillas del Arlanza. Glorioso parto y magnífica ejecutoria, porque desde su nacimiento fué predestinada para la hegemonía. Burgos es la antonomasia de Castilla. Por eso es inexcusable sentir ahora la emoción de su nacimiento, cuando venimos a conmemorar el de Castilla en el momento cumbre de su esplendor, cuando no es ya incipiente estado sin libertad, sino robusta nacionalidad independiente (siglo IX).



Castillos junto al Duero


Pero falta la tercera línea de castillos. Un brío combativo los multiplica hacia el mediodía a medida que avanza el siglo X. El Arlanzón retrata ya un reguero de ásperas fortalezas erizadas de torres y de almenas. Y aun siguen surgiendo más abajo nuevos baluartes, porque un caudillo audaz, el conde Gonzalo Fernández, ha empujado a la horda cordobesa hasta las mismas orillas del Duero, San Esteban, Osma, Gormaz y Alcubilla: he aquí jaloneados los contornos agrestes de aquel foso por vigías de piedra que otean los accesos y los vados, que atalayan la ondulante llanura, desde la ribera izquierda hasta las sierras carpetanas, que, como el cazador, adivinan los movimientos de la presa aun bajo el disfraz de los robledales y los enebros.


Ya está Castilla en pie en su primera expansión territorial. Pero esta Castilla todavía no es Castilla. La ruda y tosca concentración de fortalezas y conventos, de aldeas y pueblos, aún no se ha definido como estado unificado. A aquellos núcleos dispersos que milagrosamente resisten el asalto constante y la «razzia» del más fiero y poderoso de los califas del Islam, les falta unidad de mando y de gobierno, espíritu común de nacionalidad. Se necesitaba un hombre. Y aquel hombre providencial había de surgir inmediatamente, dotado por la largueza divina de todas las condiciones que requiere un caudillaje. Surgía en el instante en que, atrincherada en su tercera y más atrevida línea de fortalezas, «ancha» era ya Castilla, y precisaba de toda su potencia para defender la vanguardia de la Reconquista.


miércoles, abril 17, 2024

Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas 2

 Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas 2


ALOCUCION leída por el Sr. D. Aurelio Gómez Escolar, Alcalde de Burgos, el día 5 de Septiembre de 1943, ante el Arco de Fernán González, al terminar la grandiosa procesión cívico-religiosa.


"AQUI estamos para celebrar, con batideras en alto y redoble de tambores, el cumpleaños de esta Castilla madre, que con su lección de pervivencia, nos muestra los caminos ciertos para vencer a brazo partido en los rudos, ásperos y gloriosos caminos de la Historia.


Al cumplirse mil años de la constitución como Estado—esto es como razón histórica—de nuestra Castilla, todos los que de un modo u otro hemos soñado con la grandeza de España para hacerla carne de realidad poniendo manos a la obra, sin que sirviesen para nuestra satisfacción los lirismos arqueológicos, tenemos un punto de meditación vuelto hacia las duras jornadas de la fundación. Las horas afanosas del conde Fernán González, en lucha con las arduas circunstancias, tienen un alegre repiqueteo de campanas del alba. La leyenda, que sabe siempre decantar -valga la redundancia—«la verdad verdadera», ha modelado con precisión categórica el perfil del Conde fundador. Un trascendente sueño de unidad parece acompañar las briosas galopadas de Fernán González. Todo en él es voluntad unitaria bajo la fe iluminada de un poder naciente. Sus peleas y sus argucias, sus habilidades y sus decisiones, tienen clavada en el futuro la proa ambiciosa de ese potente dominio, que solo se da como premio a la difícil vocación de la unidad operante.


La realidad de Castilla, esa realidad que ha permanecido a través de todos los azares españoles sin posibilidad de escamoteos, se nos ofrece con esta autenticidad de mil años, gracias al impulso de la fundación. En aquel amanecer estaba entero este futuro, que ha hecho de Castilla una a modo de reserva moral española.


Las pisadas del conde Fernán González, como las de todo gran político, eran seguras y profundas. Su lección reside en la fuerza con que supo imponer unas tesis, que a los más les parecieron subversivas o irrealizables. Pero la fe triunfó sobre todo y nuestro Fernán González, como un galán de la Historia, encauzó la verdad de un pueblo, apoyándose en los dos seguros estribos de lo popular y lo nacional.


Conquistadas tierras a la media luna, no era para el Conde, simplemente, el meter las espadas camino adelante, sino también asimismo, que la reja del arado se clavase en ellas conducida por la mano del conquistador. De esta conjunción feliz del espíritu de milicia con el duro ejercicio del trabajo de sol a sol, salió nimbado por una fe decidida y constante, este ser castellano, al que se diría que el conde Fernán González había modelado con precisión amorosa.


A los mil años de aquello, parece que el mismo aire matinal envuelve este cielo y estas tierras. Pero no, claro es, por lo del repetido tópico de la estática vida castellana, superficial e insuficiente visión de los que no supieron calar en su ser profundo. Si no por todo lo contrario, por su continua voluntad de Historia, manifestada siempre sin alharacas ni gritos, con la gravedad honda de quien se sabe portador de una misión sin torceduras, de cuya ejecución sabe que rendirá cuentas ante el Altísimo.


Y por ello, por vivir esta Castilla como si cada mañana fuese, aquel amanecer de hace mil años, nos brinda esta enseñanza renovada de su indestructible voluntad política, voluntad que si quisiéramos aprisionar en una expresión concreta podría expresarse en una sola palabra: unidad.


Aprendamos, pues, esta lección con un milenario de ejemplaridad en torno a la que ha girado, en sus horas mejores, la vida de nuestra España. Pensemos en la seria y auténtica presencia de esta Castilla en la empresa total española, a la que dotó de razones aglutinantes y de vocación unificadora. Meditemos sobre el ensamblamiento de lo popular y lo nacional, que el conde Fernán González realizó cuando echaba a rebato las campanas, alegría del primer amanecer de Castilla".

Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas

 Ante el Milenario de Castilla (943-1943): meditaciones histórico-políticas

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BURGOS Y EL MILENARIO


"POR las columnas de la prensa y por las alas etéreas de la radiodifusión, vuelan, meses hace, noticias, proyectos, aspiraciones, acerca del milenario de la constitución de una entidad medioeval que, fué, al comenzar, pequeña; que creció luego; que, al fin, formó el núcleo sagrado de la Patria: Castilla.


Y tales noticias y sugerencias como ahora dicen, salen de una ciudad modesta, recatada, si la palabra vale; que, siempre en vigilia, sin olvidar su legítimo progreso, recordando los tiempos viejos, añorando las glorias pretéritas, es como un fiel custodio de las energías hispanas.


Poco se habla, por lo común, de Burgos. Se le cita sólo por su Catedral incomparable, y también por ese clima duro y único que muchos le atribuyen, como si en el resto de la meseta castellana se criasen naranjos, o se cultivase la caña de azúcar.


Pero Burgos, al parecer dormida, está siempre atenta a los grandes problemas nacionales y a la conmemoración de las grandes efemérides patrias.


Los que visitan en sus viajes la ciudad y suben a los pintorescos barrios, ya casi deshabitados, que llamamos altos, se encuentran allí con dos monumentos, en su calidad acaso mezquinos, en su significación admirables.


Son: Uno, el arco triunfal a Fernán González dedicado, construido sobre la tierra donde, a creer la tradición constante, se alzó el Palacio del Conde independiente. Forman el otro los obeliscos del llamado «Solar del Cid», en el lugar que ocupó la casa del mejor de los caballeros castellanos.


¿Qué importancia tiene esto? Ninguna, si no nos fijamos en las fechas de construcción de tales monumentos.


Se hizo el primero en 1587 y la inscripción que lleva la encargó el Concejo burgalés a un fraile agustino que se llamaba Fray Luis de León. Nada más, ni nada menos.


Fue elevado el otro en los años criticistas del XVIII, en 1784.


¿Qué ciudad española pensaba, en tales calendas, glorificar a sus héroes? Sin duda Burgos tan solo.


Burgos ha recordado en nuestros días, efemérides insignes: En 1912, con fiestas solemnes y serias, la victoria de las Navas de Tolosa; en 1921, la fecha centenaria de la primera piedra de nuestra Catedral, con ceremonias espléndidas en que brilló la personalidad señera del Cardenal Benlloch. Entonces los altos poderes del Estado vinieron a la ciudad, cuando se dió al Cid, bajo la calada bóveda del crucero, el más glorioso enterramiento.


Burgos, callado y vigilante, en 1918 al pretender crearse la mancomunidad catalana, y en 1932, cuando se quiere desgarrar la Patria con el Estatuto catalán, fiel al «prima voce» de su blasón, defiende sin temor a nada ni a nadie, la gloriosa unidad de España.


Y es después, por azares de la fortuna, o porque la ley de la Historia lo quiere, la capital, digna, serena y modesta de España, desde 1936 a 1939.


Y ahora, en 1943, alza la voz para recordar a las gentes españolas las glorias milenarias de la Castilla independiente.


Los que en septiembre vengáis, muchos sin duda, a las fiestas del Milenario, pensad que, bajo las banderas, los juegos florales, las cabalgatas y los fuegos artificiales, que serán lo externo de los festejos, está la glorificación de esta nuestra Castilla, tierra sin odios ni prejuicios, que a todas las comarcas hispanas ama, que nada pidió nunca, y que lo ha dado todo, el idioma lo primero, a España entera.


Y pensad que, según tuve el honor de afirmar ante el rey Alfonso XIII, llevando la voz de la Junta del Centenario de la Catedral:


«En Burgos, en buena hora lo digamos, con miras a la Patria y a su gloria, laboramos siempre».


ELOY GARCIA DE QUEVEDO,

CRONISTA DE BURGOS.


Agosto, 1943

miércoles, abril 10, 2024

La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.) Réplica a otro nuevo comentario de “Berceo”

 La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

Réplica a otro nuevo comentario de “Berceo”:


Amigo “Berceo”: Replico cordialmente a su último comentario. Pongamos orden en el diálogo. El origen de nuestra controversia fue un artículo mío en el que dije que Santander no ha sido ni puede ser nunca región, ni una provincia- región. Es una parte de Castilla. Pretender que una provincia puede vivir, amputada de la región a que pertenece, es absurdo. No puede sobrevivir un miembro arrancado del cuerpo. Este provincialismo es el ideal de todos los centralistas, desde Javier de Burgos, y equivale a perpetuar, con el nombre de minirregiones, una organización provinciana que ha durado ciento cincuenta años.


Me sorprende que en su último comentario “Berceo” me atribuya un deseo de elevar a rango dogmático la provincia. Al contrario. Por mi parte suprimiría las provincias, pero hay que contar con ellas, porque se mantienen en la Constitución por razones de hecho y por el paso de los años.


Durante toda mi vida, lo que he tenido de regionalista castellano lo he tenido de impugnador de la provincia. En mi libro “Regionalismo y Desarrollo Económico”, San Sebastián, 1964, cuando muy pocos se ocupaban de estos temas, escribí: “La provincia es un minifundio político. Es una división artificial y administrativa, una casilla de estadística o de censo electoral, una parcela de catastro político de sabor quiritario y centralista. Provincia que decir tierra vencida, dominada oprimida…”


En cambio, la región es la unidad óptima de desarrollo, el área ideal de fortalecimiento económico.


Hay una razón de experiencia y criterio comparado: ¿Se le ha ocurrido a Gerona separarse de Cataluña, a Teruel de Aragón, a Orense de Galicia o a Huelva de Andalucía? Logroño aislada, rodeada de entidades regionales poderosas, no puede subsistir ni económica ni socialmente. Y menos en la era de las grandes uniones universales y los trasvases y las autopistas de extensión peninsular. Así es que “Berceo” ha venido a reconocer que la provincia no tiene otra consistencia que la administrativa y fiscal.


Otras afirmaciones de Berceo son que “la Rioja se unió a Castilla pero por conquista y no sustancialmente”.


Disiento: Ya los aborígenes de la Rioja y de los Cameros eran celtas que pertenecían al convento jurídico de Clunia (Burgos) hace más de 20 siglos; en el reino visigodo, pertenecían a Amaya (Burgos), y a Cantabria. Tras la invasión árabe, comenzaron la reconquista los asturleoneses (recuérdese Clavijo). La continuaron los condes riojanos y castellanos y más decisivamente Fernán González, Sancho García y García Fernández, condes soberanos de Castilla, y el Cid, que conquistó a los árabes Alfaro. Alfonso VI, con el conde riojano García de Nájera, hizo estable la Reconquista castellana. Dio Alfonso VI el Fuero de Logroño, institución que se otorgó a todo el Norte de Castilla, comprendidas las Vascongadas.


Aragón hizo alguna incursión sobre la Rioja, después, pero muy poquitos años, en el ir y venir de las discordias fronterizas, y Navarra algunas más, pero fueron siempre rechazados. La Rioja era castellana desde el año 800, y en el siglo XII el rey magno de Castilla, Alfonso VIII, la estabiliza completamente.


La Rioja se hace con su región Castilla. Su lengua, originada en San Millán y Silos, su pensamiento, su política, sus fueros, hasta su gesta y su cultura han sido siempre las comunes a Castilla. En lo militar y en lo eclesiástico, y ha continuado en lo judicial en el seno de Castilla.


Jamás ha sido una región histórica diversificada, sino la esencia y la solera de Castilla la Vieja. ¿Hay algún motivo, por mínimo que sea, de separación? ¿Qué oligarquías fantasmales se imagina la minoría secesionista?


Únanse todos los vigores dispersos, que buena falta hace. No se hagan añicos unidades regionales que estuvieron unidas desde que hace 2.500 años Platón nos da la fe de bautismo de España. La destrucción de las unidades históricas atrae la esfera celeste, y ni unos acuerdos municipales, ni un referéndum vencen al plebiscito de 60 generaciones que vivieron en unidad y armonía. Castilla se separará de la región sólo cuando salten en pedazos al fin del mundo la Sierra de la Demanda y la de Cantabria, y los Montes de Oca, San Lorenzo y San Millán, y con ellas todas las esferas siderales.


J. M. Codón


Agosto, 1979

lunes, abril 01, 2024

La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)controversia suscitada por el escritor riojano “Berceo”

 La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

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J. M. Codón reproduce una controversia suscitada por el escritor riojano “Berceo” en el diario “Nueva Rioja”, como punto de contraste sobre el tema de la Rioja.

Atiéndase a la nula y ridícula entidad de las "razones" que puede elucubrar el "separatismo" riojano.


I


“Nosotros sí…”


José María Codón no cree en la provincia-región


José María Codón es un buen amigo de la Rioja. Y lo ha demostrado en múltiples ocasiones. Pero esta vez le ha hecho flaco favor, aun sin citarla, al asegurar en una colaboración que le publica nuestro querido colega el “Diario de Burgos”, refiriéndose al caso autonómico de Santander que “sostener que pueda darse una provincia-región es una antinomia. Esto es provincianismo o provincialismo, no regionalismo”.


Lamentamos disentir del señor Codón. La provincia-región, posibilidad aceptada y valorada constitucionalmente, tiene tanto derecho a existir, desenvolverse y pronunciarse como otra región cualquiera no comprendida exactamente en las provincias decimonónicas de Francisco Javier de Burgos. Lo que ocurre es que al señor Codón le ha entrado, como a otros tres castellanos de pro, el reconcomio de la Castilla imperial y no pueden aceptar que dentro de esa Castilla Vieja se empinen y distingan regiones, también viejas en el mismo alto sentido, también con personalidad propia, también con deseos de figurar en los anales de la descentralización política que ahora parece iniciarse con seriedad. En el caso de Santander, las razones de esa personalización, que tiene siglos de historia a su favor, están muy claras. En el caso de la Rioja, incorporada Castilla por las armas, todavía más. Las antinomias del señor Codón parecen antinomias solamente desde una perspectiva burgalesa que ya no puede tener valor. Porque tan malo es el centralismo madrileño como puede ser el de Burgos.


6 de julio de 1979


BERCEO


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Cordial respuesta a Berceo


LA PROVINCIA-REGIÓN NO EXISTE


Regiones únicas en España no son más que Asturias, Navarra y quizá Murcia


Muchísimas gracias sean dadas a “Berceo”, gran escritor riojano y buen amigo, por sus sinceros elogios, que aciertan, en el punto de mi amor a la Rioja, admirador de su historia, de su lengua, de su derecho, como abogado del Colegio de Logroño hace años, y como lector diario de ese excelente periódico. A la Rioja y a los Cameros he dedicado mi próximo libro, ya en la imprenta.


No es que no crea en el híbrido “provincia-región”; es que en este tema no hay cuestión de creencias, ni de gustos personales, ni de fe personal, ni de opinión, sino de razón. La fe es una luz de implosión que alumbra las cuencas vacías de los ciegos humanos. Pero la creencia personal ni quita ni pone una cuestión que es de filosofía política y de sociología. Una cosa es la región, que es una parte de la nación, y otra cosa es la provincia, que es un cuerpo intermedio entre ambos. Decir provincia-región es una contradicción… “in adjecto”, como no se puede sostener la ficticia ecuación de “cuerpo-región torácica”, “ciudad-calle”, “casa-piso”, “árbol-rama”.


Así lo viene a reconocer “Berceo” al afirmar que la Rioja forma parte de Castilla la Vieja.


Y no es que el Parlamento, al hacer el texto de la Constitución, admita la creación de regiones, partiendo de una sola provincia que se desmembra de una región tradicional. Al revés, el artículo 143 se refiere a provincias actuales “con entidad regional histórica”, y es que en España no lo son más que Asturias, Navarra y quizá Murcia, reinos seculares que el centralismo redujo a provincias en el siglo XIX.


“No tenemos pujos imperialistas”


La Rioja, cuna, con Burgos y Santander de la lengua, del derecho y del ser político de Castilla, no ha sido jamás una región. Hay quien se devana los sesos para calificarla de comarca, subregión o zona. Es pequeña y no tiene extensión superficial, pero tiene una magnitud espiritual muy grande en el seno de Castilla. Es parte esencial de Castilla la Vieja. Ni los burgaleses ni los demás castellanos, cuyo deseo es permanecer unidos, como Dios nos hizo y como Dios manda, con la Rioja tenemos “pujos imperialistas”, como nos achacaba “Berceo” en la nota a que contestamos. Jamás fuimos hegemónicos, a estilo prusiano. Más bien Castilla, la Rioja incluida, ha sido la cenicienta de España, y cuanto más nos dividamos, más perderemos. Burgos y Logroño lucharon juntos siempre contra el cesarismo, y lo mismo los condestables y los almirantes de la cabeza de Castilla que los riojanos Ávalos, Pescara, Sancho de Londoño, pese a servir a Carlos V, no pueden ser tachados de imperialistas porque servían a España y “a un señor que no se pudiese morir”.


“¿Centralismo burgalés”? Jamás lo he oído…”


Burgos y Logroño son hermanos gemelos. La provincia de Logroño se formó en 1833 por partenogénesis de la de Burgos, con 124 pueblos burgaleses y algunos sorianos. Burgos y Logroño son dos provincias pares y ninguna desea imperar sobre la otra. “Par in parem non habet imperium”. El par entre los pares no tiene imperio.

Sería tan impropio como temer que si Logroño fuese capital de una provincia aislada, los de Haro teman el centralismo provincial de esa querida capital de la Rioja y los de Arnedo se asusten ante el centralismo de Calahorra.


“No retrocedamos”


No cabe duda que la región, que es un organismo vivo, cobija en su seno a la provincia y ésta a las comarcas. Es el concepto organicista, que se nutre de la sangre de una libertad que riega a las células municipales, a los tejidos comarcales, a los órganos provinciales, comunidades intermedias, y que abarca la región como un todo unitario.


Logroño no puede amar el provincianismo de la taifa, del cantón o del ente privado, sino que sabrá insertarse en el ámbito regional de una región plenamente autónoma, Castilla la Vieja, pero conservando, sí, con pleno derecho, la autonomía provincial de la Rioja y los Cameros. No retrocedamos a 1873 o al año 500 antes de Jesucristo.


24 de julio de 1979


José María Codón

domingo, marzo 24, 2024

Las “nacionalidades”: término gramatical y explosivo (1980) (José María Codón)

 La infame creación de las “autonomías” (1977) como apuñalamiento a España



Las “nacionalidades”: término gramatical y explosivo (1980)


J. M. Codón


Cuando se disminuye la fuerza de explosión o implosión de las llamadas “nacionalidades”, reduciéndolas a una simple cuestión gramatical o semántica, se obra temerariamente. Las “nacionalidades” son mucho más que un problema de lexicografía. Detrás de cada palabra siempre hay una idea, un concepto y en este caso una Institución de derecho político, un programa separatista, que ha intentado minar el ser nacional y reducir a pedazos la historia común. Es el lema letal de los separatismos y secesionismos que en España han sido desde 1868.


Prescindiendo de su conocida acepción en derecho internacional privado, equivalente a ciudadanía, en el actual lenguaje de las Naciones Unidas, nacionalidad es una colonia pendiente de liberación. Pero no es éste el caso de ninguna región interna dentro de nuestra Patria.


En la realidad hispana no hay más que una nacionalidad o Nación: ESPAÑA, que culminó su unión con los Reyes Católicos, pero que es mucho más antigua, ya que data del siglo I de nuestra era con la unidad hispanorromana, y desde entonces, lo mismo los reyes y pensadores godos, que los monarcas y tratadistas de la Reconquista, concibieron y exaltaron solamente a Iberia, Hispania y España.


El mito de las “nacionalidades” se debatió sin éxito en las Cortes desde 1886 a 1936. En el hemiciclo y en el programa de los nacionalismos catalán y vascongado ofrecía un abanico de grados de separatismo, que van desde el concepto de que “España es una nación de naciones”, de Maciá, Prat de la Riba, el doctor Robert y Nicolau d’Olver, hasta la doctrina de Pi y Margall, de que España es una “federación de Estados”, como expuso en su libro “Las Nacionalidades” y “La acción revolucionaria”, donde postula que la unidad de España está en el pensamiento y en el corazón de los españoles. Las “nacionalidades”, de las cuales fue el más decidido campeón Pi y Margall, suponen la autodeterminación, ya que como la materia apetece la forma, la nacionalidad o nación apetece el Estado.


Nación y Estado son cosas distintas. El Estado, lo mismo en nuestra tradición que en la escuela krausista, es la personificación jurídica de la nación. El Estado es un concepto jurídico conformado por la soberanía política, y la nación, en cambio, es una comunidad vital, moral y espiritual, caracterizada por su soberanía social y su independencia. La nación es el río de las generaciones, el producto de la cultura, y el Estado es el cauce.


¿Qué “nacionalidades”, aparte de la Patria común hay en España? Ninguna.


Distinguir alguna sería tanto como ignorar la Historia. Regiones históricas en España son todas. Forales son todas, pero naciones, ninguna.


Cataluña, tierra maravillosa, salvo períodos que suman menos de un siglo, siempre fue un Principado de la Corona de Aragón. La hija y nieta castellanas del Cid fueron Condesas de Barcelona, y muchas princesas catalanas, reinas de Castilla, y los castellanos, reyes de Aragón. Cataluña, que nunca fue nación soberana, ni tuvo independencia ni fronteras, y que colaboró siempre en la obra común española no es “nacionalidad”.


Las españolísimas provincias vascongadas, integradas en Castilla desde el año 943 hasta el año 1833 -un milenio casi-y hasta el día de hoy ínsitas en el territorio español, nunca tuvieron unión entre sí, pues fueron tres provincias, no una región; sin independencia o soberanía, notas peculiares de toda nación; ni otros señores ni reyes que los nobles y los reyes de Castilla. Las Vascongadas han sido durante un milenio tres provincias de Castilla, y después, durante un siglo tres provincias de España. La ficción de “Euzkadi”, de Sabino Arana, no merece ni la pena de tratarse.


Galicia: Jamás fue un territorio independiente, ni tuvo reyes (con excepción de García, príncipe castellano, después del reparto que Fernando I, hizo de su reinado -siglo XI- sólo unos meses), ni independencia ni soberanía. Primero se integró en el Reino asturiano-leonés y luego al Castilla, hasta el punto que el literato gallego Rodríguez de Padrón (s. XV), bautizó a Galicia como “el cuarto reino de Castilla”.


Esperamos que sea retirado en el futuro el término “nacionalidad”, que aunque se le atenúe con la fórmula “España es una e indivisible”, de marcado sabor jacobino, es un explosivo.


El regionalismo es de derecho natural. Lo amamos. Pero su hipertrofia, el separatismo, encerrado en el término “nacionalidad”, destrozaría a España. Más que un término sería un fin: el fin de España (…)

lunes, marzo 11, 2024

Re: "Santander (Cantabria) es y será Castilla" 2 (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

 

Re: "Santander (Cantabria) es y será Castilla" (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

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Texto referente a "Cantabria" del sr. Codón de su obra "La Rioja es Castilla" ( http://hispanismo.org/castilla/29276-la-rioja-es-castilla-por-jose-maria-codon-de-la-r-h.html )

 

Burgos, Santander y Logroño, unidas por la Cantabria

 

¡Atiende Cantabria, cuna de Castilla, embrión y motor de su gesta, “la voz de un hijo que te habla” en la lengua vernácula nacida de madre latina y padre cántabro, en la vieja “Area Paternina”, después Montaña de Burgos (vehículo oral irrompible porque, como decían los estoicos de Hispania, el idioma es “una propiedad difícilmente cambiable”), y este español que usamos es un mensaje alado que acerca tres mundos y hoy lo hablan la mitad de los bautizados del Universo.

 

¡Tú has sido y serás, Cantabria, el manantial de Castilla, nacido en Fontibre (Fuente del Ebro) el río que da nombre a toda Iberia, sinónimo de España. Nadie podrá poner diques al Ebro en la alta montaña. Fue creado para enlazar las tierras del mar de los cántabros con las de los latinos. Las charcas estancadas mueren y matan; las arterias naturales fecundan.

 

Del mismo modo, el río de sangre que desbordó las montañas de la primitiva Castilla, causado por la irradiación de los foramontanos que hizo posible la Reconquista, no se puede remontar transformándonos ahora en “intramontanos”, cántabros “recoletos”, que no veamos más allá de los rocosos horizontes de una provincia genuinamente conquistadora, argonauta y andariega, cuyos símbolos no son un rincón doméstico ni un claustro impenetrable, sino una cruz, un barco de vela, un caballo de sangre o de energía.

 

¡Tú, Castilla Cantabrana, siempre te has preciado de ser el solar de la raza! ¿Cómo puede alguien ahora querer encerrarte en tu concha al modo aldeano, inerte, introvertido, en los límites artificiales trazados por el centralismo en 1833?

 

¡La Cantabria que se enfrentó a romanos y godos comprendía lo que hoy es provincia de Santander, gran parte de la de Burgos y áreas extensas de Logroño y Palencia; pero Santander es una sola de las cuatro!

 

Te dejaste de llamar, en el siglo XIX, Montaña de Burgos, pero aún sigues hoy (1979) encabezando, conforme a las leyes vigentes, el racimo fecundo de Castilla la Vieja: Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila, y continúas ostentando tu dignidad de “Cantabriarius” o abanderada de Castilla, como las lides del ayer, en las ocasiones regionalistas de 1918 y 1932 y en los Milenarios de Castilla de 1943 y 1978.

 

¡Cantabria, solar, cuna, adelantada, montaña, puerta y proa de Castilla! Si algunos afectados de tentación taifista y cantonalista quisieran cortar tus amarras con las provincias hermanas, renegarían hasta del propio nombre de Cantabria, que ya no sería “Canta-Ber” (“Cabe el Ebro”). Habría que (…) dar la razón a Jean d’Escola que traduce así tu supuesto nombre: “Kanta-Eber” (“el rincón de la ola”). Inconcebible, porque tú no te arrinconaste jamás en olas ni en espumas, ni en prados ni en rocas: fuiste y eres universal como toda Castilla, amplia como el horizonte de las montañas. Precisamente “Canta” en su etimología más firme quiere decir “Gentes de Sierra”, montañeses.

 

¿Secesionismo hoy (1979)? Ni ese es el camino ni esta es la hora. Cuando el mundo tiende a las uniones continentales y aun universales, no podemos volver al provincianismo. Sería una regresión nefasta. Una subregión no puede dar lugar en lo económico, en lo social o en lo político más que a un subdesarrollo, y esta hiper-autonomía llevaría a ser Santander a ser la casi única provincia española inmersa en el centralismo decimonónico, ejemplo del absolutismo más opresor.

 

¿Quién puede poner fronteras a la Montaña, soñando con aduanas imposibles y puertos vacíos, cuando en la misma línea verde se abren los de la noble Asturias y la opulenta y fraternal Vizcaya?

 

¡”Ay del que esté solo!”. Divinas palabras: “La unión hace la fuerza”. Conclusión del sentido común. La separación de Santander de la madre Castilla, causaría tal dolor popular que sólo podría expresarse con la metáfora más bella de la literatura castellana: “Así se separan unos de otros, como la uña de la carne”.

 

Sólo el proyectarlo es una infracción de lesa patria, un acto contra natura, que nos creó unidos. La región, como toda empresa de convivencia, es un hacer cotidiano que sufre la amenaza de rompimiento y del no ser, cuando la unidad moral o física flaquea.

 

¡Que nadie ose provocar la ira del Dios de los cántabros, siempre monoteístas, que morían alabándole en la cruz, aun antes de nacer Jesucristo! ¡Que nadie olvide que la destrucción de las unidades histórico-políticas atrae la cólera celeste y que Isabel la Católica invocó para las regiones de España el apotegma de la unión conyugal: “Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre”.

 

Hay que salir al paso del mito de la insolidaridad y rebeldía de los cántabros: desde la primera historia, los cántabros se aliaron, contra sus invasores romanos, con los vacceos, los astures, los várdulos, los francos y hasta con Aníbal. Y desde el Duque Pedro de Cantabria a Fernán González, tan vinculado a Laredo, del burgalés Almirante Bonifaz y los Fernández de Velasco al heroico Velarde, la Castilla Cantabrana está unida al resto de la región por el amor y la sangre.

 

Y lo mismo en la historia del pensamiento y de la literatura. Los cuatro grandes de las letras montañesas por juro de sangre, Lope, Calderón, Quevedo y Menéndez Pelayo, éste también por juro de suelo, se preciaban de su Montaña de Burgos y de la castellanía de Cantabria; Lope dijo que era ésta “la verde alfombra de Castilla”.

 

La peculiaridad de las merindades, valles y comarcas de Santander debe potenciarse sin necesidad de que se produzca un secesionismo regional. Al contrario, sin autonomía municipal no hay libertades regionales, a las que cantó como nadie Menéndez Pelayo.

 

¿Qué razones invoca la tesis aislacionista para desintegrarse de Castilla y de sus precedentes cántabros después de 2.000 años?

 

Cantabria íntegra tiene tierras de Burgos, Santander y Palencia, pero en Logroño estuvo el Ducado de Cantabria.

"Santander (Cantabria) es y será Castilla" 1 (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

 

"Santander (Cantabria) es y será Castilla" (por Jose María Codón, de la R.A.H.)

Escrito cuando estaba en sus inicios la polémica sobre la inexorable división de España en autonomías y el futuro de la provincia de Santander.


Revista 
FUERZA NUEVA, nº 559, 24-Sep-1977

SANTANDER (CANTABRIA) ES Y SERÁ CASTILLA (I)

Por José María Codón (de la Real Academia de la Historia)

Existe una corriente minoritaria, pero sentimental, y por lo tanto importante, que viene defendiendo la sustitución del nombre de Santander por el de “Cantabria”, y solicitando la autonomía de la provincia.

Recuérdese, en cuanto al cambio de nombre únicamente, la moción de don Pedro Escalante y el informe académico de don Tomás de Maza Solano, hace pocos años. La propuesta no cuajó. Ahora se pretende por un reducido sector la autonomía de Cantabria.

El nombre no hace la cosa, pero la identifica. Lo importante es la esencia del problema. Ante esto, el diario de raigambre santanderina “Informaciones” acaba de publicar un artículo en última y preferente planta, titulado “Minirregionalismos castellanos”, en que hace una valiosa crítica de los casos de Santander, La Rioja y Tierra de Campos, recomendando, no sólo por razones culturales e históricas, sino por argumentos económicos y de desarrollo, como la única alternativa de supervivencia de Santander el que ésta continúe integrada en Castilla.

***
Yo amo intensamente a la Montaña de Burgos, como se llamó Santander durante casi un milenio, hasta 1805. Por eso, con devoción y poniendo la sinceridad en el borde del alma, creo insostenible la invocada autonomía de Cantabria.

Es éste un nombre entrañable y famoso que significa, según algunos, “Canta Iber”, “Cabe el Ebro”; según el ilustre hispanista Jean Descolá, “Cantaber”, “el rincón de la ola”. Es el territorio que se fue poblando por los cántabros, desde Fontibre y los Obarenes hasta Miranda y las Conchas de Haro.

Al comenzar la romanización del Norte, no estaba realizada la unidad territorial. Las cántabras eran unas tribus indomables, que requirieron para ser dominadas nada menos que la presencia de Augusto. En el siglo I de nuestra era, los cántabros habitaban, pero en continuo movimiento, la actual provincia de Santander, gran parte de la provincia de Burgos, incluida Amaya, Sedano, todo el actual territorio de Castilla la Vieja (Merindades de Villarcayo), Medina de Pomar, Cantabrana (como su nombre indica) y parte de las provincias de Logroño y Palencia.

El erudito Martínez de Mazas, en 1777, ya había establecido que la Cantabria se extendía por Aguilar de Campoo, Amaya, Villadiego, hasta llegar a los Montes de Oca, la sede episcopal de Burgos.

Arnaldo Oinheto afirma que el nombre de Cantabria se atribuyó, bajo los godos, a La Rioja, pero no debe ser incluida originariamente dicha región.

Adueñados los bárbaros de España, los cántabros resistieron casi dos siglos, hasta la conquista de Leovigildo, en 564, creando dicho rey godo, para organizar administrativamente el territorio, el ducado de Cantabria, que comprendía la provincia de Santander, gran parte de la provincia de Burgos y buena parte de las de Logroño y Palencia; en ésta los territorios de Campoo y otros.

Pero esta demarcación desaparece con la fecha de la invasión árabe, al iniciarse la Reconquista, a partir del 718. Un brillante papel desempeñan los cántabros en la Reconquista, con Alfonso I de Asturias y Pedro de Cantabria, en tierras de Burgos, pero ya incorporados al Reino de Asturias. Ha desaparecido, pues, el distrito godo de Cantabria, ha nacido Castilla, como se prueba por el fuero de Brañosera, el primero de España, año 824.

La parte sur de los valles de Santander y las tierras del norte de Burgos, en el año 800, son ya Castella Vetula, o sea, Castilla la Vieja. La Cantabria era una semilla o germen que al brotar y fructificar forjó Castilla y el lenguaje castellano, que penetró los cinco continentes y que hablan hoy (1977) 250.000, 000 de seres. ¿Es que este supremo lazo cultural no ata a Cantabria con Castilla, de la que forma parte? El vínculo que une a Cantabria con Castilla es entrañable, y si quisiera un sector desintegrarse de la región matriz de España, ese lazo sería un nudo corredizo suicida, porque esa Cantabria, madre de Castilla, no podría vivir en estos tiempos (y nunca vivió) separada de su región.

***
Queda demostrado con el testimonio irrecusable de la Historia que jamás existió Cantabria como unidad autónoma, ni menos independiente. Dejemos para otro artículo el examen de incontestables razones de índole geográfica, socioeconómica y cultural.

domingo, marzo 10, 2024

) 14. La Rioja y Burgos, unidos por la lengua de la Castilla milenaria (por José María Codón, de la R. A. H.)

 

Re: La Rioja es Castilla (por José María Codón, de la R. A. H.)

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(...) 14. La Rioja y Burgos, unidos por la lengua de la Castilla milenaria

 

En el itinerario del homenaje de la lengua Castellana, pasamos de la castellanísima etapa de San Millán de la Cogolla, el santuario del Patrono de Castilla, tan frecuentado y amado por Fernán González, y en el que se hallan los sepulcros acéfalos de los Infantes de Lara, al Monasterio de Silos, condal y real, es decir: de las Glosas Emilianenses a las Silenses.

 

Ambas Glosas son, aproximadamente, contemporáneas. Las Silenses fueron declaradas auténticas en 1895, y las Emilianenses, en 1927.

 

La conmemoración en Silos fue provincial. Llegarían, en el curso de 1978, los actos extrarregionales. El Patronato programó los actos de tipo nacional y aun internacional, con dignidad y altura. Se retrasó la declaración del Año Mundial del Castellano. Por eso hubo que acudir a Silos y participar en la celebración, y entonar los cánticos mozárabes y la bella palabra de J. M. Alfaro.

 

El eco que el Milenario logró lo demuestran los actos recientemente (1979) organizados en Buenos Aires por la Academia Argentina de Letras, sobre “Los primeros documentos en la Historia de nuestro idioma”, con el concurso de nuestro embajador, del decano de la Facultad de Letras bonaerense, de la Biblioteca Nacional Argentina y del director del Instituto de Filología y Literatura Hispánicas de la facultad de Buenos Aires, don Ángel Baltistena.

 

En España, los filólogos y literatos recibieron bien el Milenario con una sola excepción. (Los archiveros se han movilizado por rastrear posibles textos anteriores a las dos glosas castellanas. Se dice que, en León, ha aparecido un documento más antiguo que ellos, con dos o tres palabras escritas en castellano. Debe examinarse el hallazgo, aunque nos extraña que el P. García Villoslada, estudioso del tema y juez importantísimo de las glosas, no reparase en dicho texto. También ha dicho Manuel Criado del Val que, en una documentación en lengua semita hallada en Toledo, aparecen palabras romances).

 

Cuanto más se estudie el problema, más permanecerá en pie la verdad proclamada por Menéndez Pidal: El castellano nació en Cantabria, es decir, en el sur de Santander y en el norte de Burgos y en la Rioja. Ese fue el castellano oral, de formación muy lenta. Por ello no debe extrañar que los testimonios escritos: documentos, glosarios y diplomas, se encuentran en la Vieja Castilla. Así podemos poner en ficha la declaración documental de derechos que el Conde de Castilla tenía en Espeja (año 1003). Dechado de castellano es el documento notarial de Frandovínez o Buniel del año 1100, precedido de su congénere riojano de 1044. La escritura de Sobrarbe, del año 1090 (nueve años antes de la muerte del Cid) es otra valiosa muestra. ¡Qué gran exposición de textos primitivos podría organizarse con tales documentos!

 

Ahora bien, más importante que un pergamino es la vida que refleja. Más que el documento escrito, es la lengua misma. Entre ambas cosas existe la misma diferencia que entre el alumbramiento de un nuevo ser y la partida de nacimiento.

 

No olvidamos el castellano oral, porque es cimiento. Desde el siglo I, en la prehistoria de nuestra lengua, se aprecian gérmenes de las lenguas romances. El triángulo Burgos-Santander-Logroño, donde nació y se desarrolló la lengua hablada, vio la transformación del latín vulgar, que resultaba incómodo para el comercio, el intercambio y la cultura. Los romanos no aceptaban nunca el bilingüismo, imponían rápidamente su latín y hacían olvidar a las razas autóctonas su idioma nativo. Pero en aquel triángulo, con sede en el “Área Paternina”, Mena-Castilla la Vieja, en el partido de Villarcayo, había una resistencia permanente a Roma. Incluso gramatical. Y en la romanización de España gobernaban palabras ibéricas como “cerro, cazurro, pizarra, izquierdo, Araduey y Aradoy (tierras de llanuras) e Iliberris (Ciudad Nevada)”.

 

En el siglo VII, en la corte goda del rey Rodrigo, en Toledo, se hablaría pronto con acento gallego (sobrinu, muller): en Cantabria, sin embargo los bárbaros habían dejado voces germanas, en el romance en gestación. Vegecio registra trescientas voces germanas, entre ellas una que es muy cara a Burgos: “Castellum parvulum quem Burgus vocant”. (…)

 

¡Milenario del Castellano! Las efemérides siempre son fructíferas. Propongámonos que quede huella en una facultad burgalesa o riojana de la lengua castellana. Como soñaron Viñas y Menéndez Pidal, que ya es decir.

Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla? José María Codón (RAH)

Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla? José María Codón (RAH)


Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla?

A finales de los años 70 se estaba configurando, sobre todo en las regiones del interior, el mapa autonómico, reflejado en la Constitución de 1978, aunque finiquitado algo después, a principios de los años 80.


Aquella hubiera sido la oportunidad para que la provincia de Burgos, a la vista de que decididamente sus limítrofes provincias de Santander (alias “Cantabria”) y de Logroño (alias “La Rioja”) rechazaban de plano integrarse en Castilla y León, hubiera recapacitado y seguido un camino propio y similar, al margen de la amalgama castellano-leonesa-(vallisoletana).


Es aventurado decirlo ahora, pero en tal caso, con un Burgos individualizado al modo de Santander y Logroño, muy probablemente las Cortes hubieran reagrupado a las tres provincias en una sola comunidad (por ser Burgos puente y nexo entre “Rioja” y Cantabria”), y así, aunque de rebote, se hubiera constituido la Comunidad de Castilla la Vieja (o como se hubiera querido llamar y con su capitalidad pactada). A la cual se hubiera añadido Soria por motivos geográficos evidentes. (Nunca hubieran sido concebibles como tres distintas comunidades autónomas limítrofes, artificiales y ridículas).


Desde este punto de vista, no tanto habría habido un problema de "peculiaridad" cántabra y riojana, como de obcecación burgalesa a difuminarse en Castilla y León.


En definitiva, si el Burgos tradicional que tanto poderío y abolengo histórico tuvo, ha venido perdiendo significación, a nadie ha de culpar más que a sí mismo, por empecinarse en esa artificial “Castilla y León” tanto más extensa cuanto más castradora de sus provincias.


 

Artículo del señor J. M. Codón cuando hasta llegaba a rumorearse que el pueblo de Tordesillas (Valladolid) cercano a la simbólica aldea de Villalar de los Comuneros, era una buena opción para la capitalidad castellano-leonesa...



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Burgos, ¿de cabeza a cola de Castilla? (José María Codón)


TRANSFORMAR a Tordesillas en capital de Castilla y León, no sólo es un error histórico sino un imposible jurídico y práctico, es el germen atípico de la descomposición de las regiones leonesa y castellana, que integraron la Corona de Castilla. Volveremos sobre las razones de esta sinrazón. Si se consuma tal absurdo ser el «FinisCastellae» y por lo tanto el «Finis Hispaniae».


«¿Callaremos ahora para llorar después?» No luchemos, para que no asistamos a otro solsticio de verano tan amargo como el que se presenta, yendo a hincar los hinojos «y el corazón rogando» ante el cadáver o la piltrafa de Castilla a la luz de dos cirios góticos, rompeolas de eternidades que son las agujas de la catedral. La decadencia es la penitencia bíblica de los sumisos. Recordemos la imprecación de Jeremías en el Salmo 22 «Super flumina Babilonis», sobre las ciudades, culpables «desventurada ciudad de Burgos»... si seguimos como hasta ahora.


Pero no. Arriba el ánimo. «Burgos y Castilla en pie.»


Es hora de que no vuelva a repetirse lo sucedido en el penoso rosario de desmembraciones, logradas o fallidas y frustraciones burgalesas: La Audiencia Territorial, Treviño, Arzobispado, Universidad, Santander, Logroño y Segovia.


Burgos ha estado en tales ocasiones sola, indefensa y desasistida por las estructuras competentes (salvo honrosas excepciones) y sólo defendida por el clamor popular encauzado por algunas entidades culturales y profesionales y una guerrilla de periodistas y escritores. Y así nos ha ido: nos quitan todo y no nos dan nada.


No se trata ahora de perder una institución o un servicio. Castilla se juega la cabeza, la testa rectora, «el Caput», derecho adquirido a través de once siglos de haberes cumplidos. Y no solamente es el fuero. Irían desfilando todas las instituciones regionales que tienen su razón de estar en la cabeza.


¡Por Dios,... corporaciones, instituciones y parlamentarios! Esperamos una declaración enérgica y una acción rápida. Ya hace cuatro años que las vecinas oligarquías de la C. del Duero, en libros y medios audiovisuales, recabaron la capitalidad. Lo refleja el Atlas Geográfico de Aguilar, 1979: «Burgos, Cabeza y Corte de Castilla, la primera en la Voz y en la Fe, todavía en 1979, sin Universidad. Bella Ciudad, Cabeza de Castilla hoy controvertida, a pesar de la actividad de su Colegio de Abogados. »


En ninguna época de toda la historia de España se le ha ocurrido a nadie cercenar la cabeza de Castilla: Ni en las monarquías, ni en las repúblicas, ni en las regencias, ni en los regímenes autoritarios.


Coordenadas de tiempo, esa Historia y de espacio revelan el absurdo: Ninguna de las demás regiones españolas se han decapitado ni ha perdido una sola provincia.


Y es que la organización natural e histórica de Castilla no puede pactarse ni negociarse. Es inalienable y no está en el comercio de los hombres.


¿Qué quiere decir la «Primera en la Voz y en la Fe»? Que durante siete siglos hasta 1830, Burgos llevaba el papel decisivo en la función legislativa: «Fable Burgos primero» y podía convocar Cortes extraordinarias. ¿Qué significa «Cámara Regia»? Que era corte gubernativa y sede del poder judicial.


Cuando vino el centralismo traído por los mismos ideólogos que ahora están haciendo el «descentrismo», conservando Burgos la primacía de Castilla, en todos los decretos y leyes decimonónicos, y de 1900 para acá, en la práctica se le reconoció en la Asamblea de 1918 y en los Milenarios de 1943 y en el de 1970.


Incluso en el Decreto Ley de Preautonomías de 1978 siguen agrupadas las seis provincias de Castilla la Vieja y las cinco de León.


Lo que se hizo es, estructural mal, como han dicho Segovia y Guadalajara y ahora se ve diáfanamente claro.


No se siguió el modelo de la Castilla histórica utilizado con la desastrosa desamortización política de 1833: Entonces tenía la Corona de Castilla y treinta y seis provincias, agrupadas en dos reinos: El reino de Castilla y el reino de León. Era bicéfala en principio, y con tal eficacia que la bandera cuartelada de los castillos y leones, puede verse aún en toda América y en buena parte de Europa.


En la declaración de Sepúlveda, de hace poco más de un mes acordamos los juristas castellanos que Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Avila, constituyan una jurisdicción territorial, con capitalidad en Burgos. Es lo sencillo. Es lo geográfico. Es lo histórico, y León por otra parte, formando una estructura distinta, aunque unida por lazos familiares, y con Castilla, amigables, identificadas en la unidad de España.


Desde antes del año 884, cuando la ciudad de Burgos (Brigo), se asentaba en parte en la Nuez de Abajo, en el siglo I ya tenía rango capitalino.


Este es un tema sugerente. Vamos hacia el XI Centenario de la ciudad. ¿Lo celebraremos de luto, mientras nuestros nietos recitan de carrerilla «España, su capital Madrid», «Burgos, su capital Tordesillas»? Algún satírico amargo puede decir: «¡Qué tomadura de pelo, al Conde Diego Porcelo!»


Hablando más en serio, no nos dejemos seducir por las dos musas de la derrota: La inmovilista de la comodidad y la temblorosa musa de la cobardía.


José María CODON


(“El Alcázar, 9-VII-1981)