miércoles, mayo 17, 2006

Fragmentos de: Pero ¿Que es el nacionalismo?. (Carlos Caballero Jurado. Revista Hespérides 14, 1997)

(A efectos de suprimir el texto por si se produjera algún tipo de reclamaciónse, se comunica que este texto se ha obtenido de la dirección http://nuevaderecha.ya.st/

Factores sociológicos
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• El papel de las masas. Uno de los rasgos que definen la modernidad es la aparición de las masas como sujeto activo de la Historia. En el mundo pre-moderno, sólo las élites (si se prefiere, las oligarquías) tenían un papel activo en política. Por otra parte, el individuo estaba fuertemente enraizado en una serie de comunidades (su familia, su gremio, su parroquia, etc.) En la actualidad, por el contrario, domina la figura del hombre atomizado, desvinculado, aunque se agrupe en grandes conjuntos humanos (las grandes ciudades, por ejemplo). Los sociólogos hablan a menudo del hombre actual como del hombre-masa. Pues bien, a estas masas sólo se les pueden dirigir mensajes simples hasta el maniqueísmo y emotivos hasta la visceralidad. Y éstas suelen ser las características de la propaganda nacionalista.

En algún caso, es fácil apreciar cómo el nacionalismo se ha convertido en el elemento "religioso" de las sociedades modernas. En función de la nación (en vez de por servicio a Dios) se nos exigen sacrificios, incluso la vida. De la nación debe esperarse el consuelo y la ayuda. El culto a la nación es lo que nos une a los demás ciudadanos. El culto a la nación se celebra con grandes rituales (fiesta nacional, desfiles, etc.) El símbolo de la nación (la bandera) ocupa el lugar que antes ocupaban los crucifijos en oficinas, escuelas, etc. Y así sucesivamente. No es desde luego aventurado afirmar que el "nacionalismo" es la religión laica de los Estados modernos.
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Nacionalismo y patriotismo


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El nacionalismo es una idea que, personalmente, estimo que es absurda, aberrante y criminal. Es responsable de muchas de las desgracias que se han abatido sobre el mundo en la Historia contemporánea. Sin embargo, esto no significa que los pueblos, las naciones, no tengan pleno derecho a hacer valer, a defender, sus peculiaridades nacionales. Éstas suponen diversidad cultural y por tanto son enriquecedoras para el conjunto de la Humanidad. Pero de ahí a hacer de las naciones algo sacrosanto, a oponer a nación contra nación, por principio y como método, hay una abismal diferencia. La defensa de la diferencia nacional es algo positivo, éticamente justificable, pero el nacionalismo, verdadero "individualismo de los pueblos", es algo trágico. Cada día es mayor la concienciación a favor de la defensa de la bio-diversidad. De la misma manera, un gran proyecto para el futuro es la defensa de la etno-diversidad. Pero no creo en el cosmopolitismo, porque éste no es sino una justificación del mundialismo. El cosmopolitismo es nivelador, uniformizador, y no pretende crear una cultura universal que sea válida para todos los seres humanos, sino imponer una determinada cultura al resto de la humanidad. Actualmente, claro está, se trata del american way of life. El cosmopolitismo es la ideología orgánica de las multinacionales, así de simple, que pretende que en Bangkok y en Barcelona, en Helsinki y Johannesburgo, exista una misma cultura. Si las burguesías nacionales se apoyaron en el Estado nacional y el nacionalismo para crear los mercados nacionales, en la actualidad, en el mundo de la economía planetaria, el cosmopolitismo es la ideología que sustenta el proyecto de dar forma definitiva al mercado mundial.

El cosmopolitismo no es la antítesis del nacionalismo, sino su continuación lógica. De la misma manera que los nacionalismos laminaron las diferencias regionales en cada Estado, para crear el marco del mercado nacional, hoy las diferencias culturales entre los Estados nacionales tienden a ser abolidas en bien del mercado mundial. Se trata, simplemente, de un peldaño superior, pero en la misma escalera. La antítesis del nacionalismo no es el cosmopolitismo, sino el universalismo de la diferencia. Para quienes crean que la economía es el destino del hombre, nada habrá de negativo en el cosmopolitismo, desde luego. Si el progreso económico (con sus apoyaturas científico-técnicas) ya parece argumento lo suficientemente sólido para devastar el planeta, precipitándolo al borde del caos ecológico, con mucha más facilidad se admitirá que en nombre de ese progreso se destruya las identidades nacionales, presentadas como fetiches folclóricos de dudoso valor. La occidentalización queda así justificada, aunque en realidad sean muchos los que se niegan a aceptar las bonanzas de lo que denominan con el nombre de occidentoxicación (un concepto difundido por el imán Jomeini).

¿Existe una alternativa?

Hay que reaccionar, entiendo, contra la aberración que supone el cosmopolitismo, pero ¿es el nacionalismo la forma de hacerlo?

Si las denuncias de que la actual cultura es ecocida son ya admitidas por una parte importante de la opinión pública, también es cierto que, cada vez más, se subraya el componente etnocida de esa misma cultura occidental [6], en forma de una creciente sensibilización por la triste suerte que les espera a los pocos pueblos primitivos que aún subsisten.

No es extraño que ante el avance imparable de la mundialización de la cultura occidental haya muchos que piensen que el nacionalismo es, en definitiva, una forma viable de erigir barricadas contra ese proceso. Estudiemos este tema con algo más de detenimiento.

En primer lugar, espero haber demostrado, o al menos provocado la reflexión al respecto, que el nacionalismo es una ideología absoluta y genuinamente moderna, hija de la Ilustración y de la Revolución burguesa, compañera inseparable de los procesos de modernización. Cada uno es muy libre de pensar lo que desee sobre la Ilustración, la Revolución francesa o la modernización, pero para mí son tres fenómenos negativos. ¿Añoro el que la aristocracia haya perdido sus privilegios o que la Iglesia sea el grupo sociológico más influyente en una sociedad? En absoluto. ¿Me encantaría volver al Antiguo Régimen? Nada más lejos de la realidad. Simplemente se trata de que me hubiera gustado que la humanidad hubiera evolucionado en un sentido distinto, lejano de los valores individualistas y economicistas. No quiero que se les devuelvan sus privilegios a la Casa de Alba ni al arzobispo de Toledo, pero preferiría que mi mundo no fuera dirigido por brokers ni por la tecnoestructura de las empresas transnacionales de la que nos ha hablado Galbraith. No deseo la vuelta a las sociedades teocráticas, pero las actuales, basadas en el individualismo posesivo (en el yo y mis cosas por encima de todo) me produce entre náuseas y escalofríos.

Si es cierto que el nacionalismo es una ideología característica de la modernidad, ¿resulta lógico enfrentarse con ella a la modernidad?.

Cuando denunciamos el funcionamiento nivelador del cosmopolitismo olvidamos que ese mismo papel ha sido desempeñado, en un escalón algo más bajo y en una fase histórica anterior, por el nacionalismo. Fueron los Estados nacionales los que empezaron a ejecutar la política de destrucción de la diversidad cultural en el marco de sus fronteras. La Francia jacobina es el ejemplo más evocador, pero el mismo modelo ha sido utilizado en otros muchos casos.

Pero, a mi modo de ver, el principal peligro que hoy encierra el nacionalismo es el de continuar con su dinámica propia de enfrentar a una nación contra otra, en vez de tomar en consideración que hoy el gran problema no son los agravios históricos contra la nación vecina, sino la necesidad de combatir todas las naciones juntas contra el avance del cosmopolitismo. Hay tantos ejemplos que poner que podría llegar a aburrir. Los nacionalistas vascos consideran que su gran problema es el imperialismo español, como si una Euskadi totalmente independiente fuera a ser la mejor garantía de supervivencia de su cultura nacional. Más lejos de aquí, el espectáculo que nos han ofrecido las recientes guerras balcánicas no deja de ser desalentador. Los nacionalistas serbios se han empeñado en aniquilar a los nacionalistas eslovenos o croatas con una furia increíble. A un lado y a otro de la línea de frente se encontraban combatientes que tenían las mismas ideas [7]: deseaban defender su patria, mantener su cultura a salvo, etc. Incluso es fácil que uno y otros desearan para su país el que éste fuera más bien una Gemeinschaft que una simple Gesselschaft, por utilizar la terminología de Tönnies. Pero mientras ellos se destrozaban entre sí, el mundialismo avanzaba imparable (y utilizaba sus sangrientas disputas para deslegitimar no ya el nacionalismo, sino el puro y simple patriotismo y aún cualquier intento de defender el enraizamiento de los pueblos).Si hay algo cierto con respecto al nacionalismo, es que todo nacionalismo genera otro nacionalismo de signo contrario. Vascos y catalanes estuvieron perfectamente integrados en la monarquía hispana hasta que surgió el nacionalismo español y, en respuesta a éste, el nacionalismo independentista vasco y catalán. Pero el nacionalismo catalán, por ejemplo, ha generado como réplica el nacionalismo valenciano, que curiosamente se define más como anticatalán (los catalanes pasan a ser los polacos) que como anticastellano [8]. Pero la espiral no se detiene ahí: el nacionalismo valencianista ya ha alumbrado por reacción un pintoresco nacionalismo alicantino, el alicantinismo, defensor de algo tan surrealista como la alicantinidad. Si sólo se tratara de estas anécdotas no pasaría nada grave. España es hoy en día el solar donde pueden registrarse tantos fenómenos ideológicos estrambóticos que nada de especial habría en éste. Pero el problema es planetario. En la segunda nación más poblada del planeta, la Unión India, el nacionalismo indio, que cada vez adquiere más fuerza, conforme el país se moderniza, utiliza como una de sus señas de identidad las creencias hinduístas de la mayoría de la población; lógicamente esto supone enfrentarse con la minoría india musulmana (minoría en términos muy relativos, ya que aunque sólo suponga un 10% de la población, este porcentaje implica que son unos 100 millones de seres), con la minoría sij o con otras minorías, lo que, obviamente, ha dado lugar a la aparición de sus propios movimientos nacionalistas, exigiendo la independencia de los territorios en que éstas habitan (Cachemira, el Punjab, etc.). Si el nacionalismo ha demostrado tener tanta fuerza como para atomizar la antigua URSS, podemos preguntarnos si no lo tendrá también para hacer estallar a la Unión India. Luego lo que en España puede resultar anecdótico, en realidad es un fenómeno de la mayor transcendencia a nivel planetario.Todo nacionalismo genera, repito, un nacionalismo en sentido contrario, provocando una espiral infernal. Se abren permanentemente nuevos frentes de lucha, mientras se ignora el frente de lucha que debía ser el primordial: combatir el cosmopolitismo del american way of life.

Si he insistido hasta la saciedad en que el nacionalismo es un fruto de la modernidad, es porque creo que en el mundo pre-moderno existía una noción, la de Imperio, que constituye un modelo político alternativo del mayor interés. Por desgracia, las limitaciones del lenguaje le han jugado una mala pasada a este concepto, y hablar elogiosamente del concepto de Imperio sugiere inmediatamente que se pretende defender el imperialismo. Cuando hablo de Imperio no me refiero, desde luego, al imperialismo que conocemos, en el que una potencia conquista, domina, explota y si puede aniquila culturalmente a otras. Me refiero, por ejemplo, al modelo existente bajo Carlos V, quien ostentaba la soberanía sobre territorios de la mayor diversidad cultural, y en el que era compatible la existencia de un proyecto histórico común con el respeto escrupuloso a las peculiaridades y leyes propias de los territorios integrados en el conjunto [9].

El nacionalismo ha supuesto consecuencias inesperadas (y catastróficas) para muchos que en él se han apoyado como palanca fundamental. Repasemos algunos casos. Durante la segunda guerra mundial, por ejemplo, Hitler desarrolló una política exterior absolutamente nacionalista. Cuando, por poner sólo un ejemplo entre otros muchos posibles, en enero de 1941 tuvo que elegir a quien apoyar en Rumanía, pudiendo optar entre la Guardia de Hierro o el mariscal Antonescu, se decantó por este último, ya que al no tener tras de sí ningún partido político que le apoyara, podría ser un títere en manos alemanas, y al no pensar el Mariscal en ningún proyecto revolucionario para su país, sería más fácil para los alemanes el controlar la economía rumana (cuyo petróleo era vital para la maquina de guerra hitleriana). Si Hitler no hubiera sido un nacionalista, sino coherente con el universalismo de su ideología, lo lógico hubiera sido apoyar a la Guardia de Hierro, más afín a su cosmovisión que la ideología (o carencia de ella) de Antonescu. Sin embargo, en 1944, cuando el Ejército rojo se hallaba en las puertas de Rumanía, un golpe de Estado de opereta bastó para defenestrar a Antonescu (que no tenía tras de sí ningún apoyo de las masas) y el cambio de régimen fue acompañado por la irrupción en tromba del Ejército rojo en los Balcanes, provocando que Rumanía y también Bulgaria pasaran, de ser naciones integradas en el Eje, a enemigas de Alemania, mientras que la Wehrmacht se veía obligada a retirarse a toda prisa de Grecia y todo el sur de Yugoslavia, y el avance soviético permitía que estallara una rebelión antialemana en Eslovaquia, a la vez que en Hungría se volvía a poner en marcha una conspiración para sacar a ese país del Eje. En 1941 Hitler actuó como un nacionalista (puso los intereses de Alemania por encima de todo al decidir cómo actuar en la crisis rumana). A la larga, esa política resultó funesta para él, para Alemania y para otras muchas naciones.

Otro buen ejemplo nos lo daría el conflicto árabe-israelita. Dejando de lado otras consideraciones, sorprende que todo el mundo árabe sea incapaz de unirse frente a un Estado de dimensiones casi liliputienses. Hay muchas otras razones que explican la situación, desde luego, y conozco muchas de ellas, pero debe llamarse la atención sobre el hecho de que los sirios, por ejemplo, no sólo detestan a Israel, sino que consideran que los nacionalistas palestinos son unos traidores, ya que Palestina no debe ser un Estado independiente, sino lo que históricamente ha sido, es decir, una provincia de Siria. Por las mismas, odian también a los nacionalistas libaneses (Líbano es también parte histórica de Siria) o a los nacionalistas jordanos (Jordania no es sino el hinterland de Palestina y, por tanto, también forma parte histórica de Siria). Obviamente, muchos nacionalistas palestinos detestan a Siria o a Jordania, a las que acusan de tratar de absorberles, de la misma manera que los que se autotitulan como nacionalistas libaneses (sin poder renegar de su cultura árabe, aunque en muchos casos sean cristianos) incluso se muestran partidarios de apoyarse en Israel contra los sirios. Sirios contra palestinos, libaneses y jordanos, sin olvidar a los iraquíes [10]. Y viceversa. El resultado está a la vista: todos detestan a Israel, y a los Estados Unidos, pero de hecho se enfrentan entre sí con tanto empeño que Israel sigue manteniéndose en el lugar que ocupa y los EE.UU. siguen siendo la potencia hegemónica en la región.

Estos serían dos ejemplos, entre otros muchos, de los sinsentidos a que puede conducir basar una estrategia política en el nacionalismo. Y estas son algunas de las razones por las que la formulación de una alternativa política para el siglo entrante, en mi opinión, debe empezar por defenestrar de su discurso el recurso al nacionalismo.

Notas

[6] Se ha tratado de bautizarla con muchos nombres, desde el de "Coca-Colacultura", hasta la "Cultura del McDonald’s"; pero en realidad el nombre más apropiado, aunque a muchos occidentales nos pese, es el de cultura occidental.

[7] Por supuesto excluyo aquí a los asesinos y criminales que bajo la excusa nacionalista han dado salida a sus más bajos instintos.

[8] Por mucho que el nacionalismo de Unión Valenciana sea presentado como esperpéntico, el hecho es que es el único que ha obtenido cierto apoyo electoral, mientras que los nacionalistas valencianos pancatalanistas constituyen un fenómeno político irrelevante en cuanto a eco entre los electores.

[9] Una de las singularidades más chocantes de los que en España se han considerado nacionalistas españoles, por ejemplo, los franquistas, es la de considerar que, con los Austrias, España alcanzó su apogeo, para, a continuación, ignorar el modelo en que se basó ese apogeo. Así, de manera insistente se hablaba en tiempos del franquismo de las glorias de Carlos I de España y V de Alemania (ignorando el hecho de que un titulo de Emperador, obviamente, es de más rango que el de Rey, de manera que lo lógico es llamarlo Carlos V de Alemania y I de España...), de Felipe II y aun de los restantes Austrias, pero no se quiso entender que en esa época los monarcas Habsburgos españoles respetaban escrupulosamente la existencia de peculiaridades legales que diferenciaban entre sí a sus reinos hispánicos. Esos mismos nacionalistas españoles del modelo franquista, que presentan a los Borbones como una dinastía extranjera que trajo la decadencia a España, ignoran que fueron esos Borbones los que acabaron con esas peculiaridades estatutarias de los reinos hispánicos (algo que heredaba el franquismo) y mientras se les llenaba la boca con el "España una" ignoraban que hasta las Cortes de Cádiz (las denostadas Cortes de Cádiz) ni un sólo documento oficial de la Corte de la Monarquía católica habló jamás de España, sino que siempre se empleó la formula de "las Españas...".

[10] La guerra del Golfo fue, al respecto, de una extraordinaria elocuencia. Aunque en Siria e Iraq están en el poder los panarabistas socializantes del partido Baas, obviamente los sirios consideran que en el proyecto panárabe el lugar central corresponde a Siria, mientras que los iraquíes lo atribuyen al Iraq. Moraleja: los sirios no dudaron en aliarse con los norteamericanos contra los iraquíes, incluso enviando tropas a combatir codo con codo con los soldados norteamericanos...

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