lunes, noviembre 06, 2006

Castilla-La Mancha en la época contemporánea (Isidro Sánchez Sánchez)

EL REGIONALISMO EN TIERRAS DE CASTILLA-LA MANCHA


1.3.2.2 Regionalismo manchego


Además de un regionalismo castellano, se desarrolló en nuestras tierras otro que podíamos calificar de manchego. Si el primero contemplaba a Castilla como un todo, el segundo basó su filosofía política en la unión de las cuatro provincias que con­sideraba manchegas (Albacete, Ciudad Real, Cuenca y Toledo). Probablemente el primer escalón en la evolución del mancheguis­mo fue la constitución en Madrid del Centro Regional Manchego. Se formó en 1906 y «entre sus aspiraciones estaba la de fomentar los lazos de solidaridad entre las cuatro provincias de Albacete, Ciu­dad Real, Cuenca y Toledo» (58). Para ello, el Centro emprendió una campaña por diversas poblaciones de las cuatro provincias intentan­do conseguir adhesiones a la idea. Incluso se creó una bandera re­presentativa de la región y un himno dedicado a ella (59). El 2 de agosto de 1906, por ejemplo, el Centro Regional Manchego celebró un mitin en el teatro Rojas de Toledo buscando la constitución de una junta local en la ciudad. La noticia de la reunión, en la que hu­bo «asistencia no muy numerosa, pero distinguida», la proporciona­ba al semanario republicano de Toledo La Idea (60). Informaba del nombre de los oradores, entre los que destacaba al señor López­Bravo, quien citó el caso del diputado conservador señor Gascón, que votó la Ley de Alcoholes contra las aspiraciones y convenien­cias de su distrito (Valdepeñas). El periodista apuntaba también, co­sa que había ignorado el orador, el caso del diputado Cordovés que hízo lo mismo a pesar de ser miembro del Centro. Habló asimismo en el acto el presidente del Centro Regional Manchego, señor Ro­dero, quien se refirió a los fines mercantiles y comerciales que per­seguían para dar a conocer y potenciar los productos de las cuatro provincias. Terminaba el periodista su información con la valoración siguiente sobre el Centro:

«Y he aquí lo que es o puede ser la finalidad práctica y positiva, la función propia, peculiar, del nuevo organismo, y a la que habrá de atenerse por imperativo categórico de su propia naturaleza, que no le da otro valor ni otra fuerza representativa; sí es que no queriendo limitarse y -hace muy bien- a su condición de Centro de recreo, de comu­nicación y mutuo auxilio de la colonia manchega en Ma­drid, desea ser realmente útil a los intereses mercantiles e industriales de La Mancha» (61).

Años después, tras la aprobación del Decreto de Mancomunida­des, se empezó a hablar de la creación de una Mancomunidad Man­chega. Una reunión celebrada en Valdepeñas en 1914 rechazaba la idea de que las cuatro provincias manchegas se sumaran a la posi­ble Mancomunidad Castellana y se apoyaba la formación de otra Manchega (62). En 1919, en una asamblea de la Juventud Central Manchega que tuvo lugar en Madrid, se acordó pedir a las diputa­ciones provinciales de Ciudad Real, Cuenca y Toledo que «desecha­ran cualquier inteligencia con Castilla y que, por el contrario, se pu­siesen de acuerdo con su hermana la de Albacete para llevar a efec­to una Mancomunidad Manchega, formando una región político ad­ministrativa con carácter propio».


Se desarrolló, pues, entre los años 1914 y 1920 una polémica en las provincias de Castilla la Nueva y Albacete sobre la conveniencia de una Mancomunidad Castellana u otra Manchega. Pero ninguna de ellas llegaría a constituirse. La prensa, una vez más, fue el prin­cipal vehículo del debate suscitado, manifestándose también en ella la dicotomía Castilla-La Mancha. En Ciudad Real, tanto los diarios más importantes en los años 1914-1920 (El Pueblo Manchego y La Tribuna), como la revista ilustrada Vida Manchega, desarrollaron cierta labor encaminada a exaltar la región manchega. La prensa de Albacete también tendía al mancheguismo, sobre todo el Defensor de Albacete y los periódicos editados en el norte de la provincia. En Toledo los periódicos estaban más próximos a la idea de Castilla; El Castellano, por ejemplo, fue un característico periódico católico y conservador del primer tercio del siglo XX y siguió la idea castella­nista en sus páginas. En Cuenca, el periódico católico El Centro tam­bién se movió en la órbita del castellanismo, e igual ocurrió en Gua­dalajara con La Crónica, por ejemplo, semanario ya citado (63).


Pero la revista que mejor representó los ideales manchegas fue, sin duda, Vida Manchega. Su edición semanal comenzó en Ciudad Real en 1912 y su vida se extendió hasta 1920, aunque después se convertiría en diario de información. Con la ayuda de corresponsa­les en Albacete, Cuenca y Toledo cubrió la vida informativa de las cuatro provincias «manchegas», haciéndose eco también de todas aquellas noticias que proporcionaba en Madrid el Centro Regional Manchego.


Hasta aquí se han dado sólo unas notas de los regionalismos cas­tellano y manchego. Habrá que estudiar con más detenimiento el te­ma y sus verdaderas implicaciones para conocer con mayor exacti­tud la verdadera dimensión de los movimientos regionalistas en nues­tras tierras durante el período de la Restauración. Lo que parece in­dudable es que fue una cuestión que estuvo presente, con mayor o menor intensidad, hasta la dictadura de Primo de Rivera y que du­rante la Segunda República la polémica volvió a surgir con fuerza.


1.3.3. El regionalismo durante los primeros meses de la dictadura de Primo de Rivera


Los días 12 a 15 de septiembre de 1923 el país vivió unas impor­tantes jornadas de las que salió triunfante un pronunciamiento mili­tar capitaneado por el general Primo de Rivera. A los pocos días un periódico de Valdepeñas publicaba un artículo en el que se presen­taba una «nueva división territorial de España» (64). Argumentaba el autor que 49 gobernadores civiles, 49 delegaciones de Hacienda, 49 audiencias provinciales, 49 institutos generales y técnicos, etcé­tera, suponían una pesada carga para el agobiado contribuyente es­pañol. La organización en vigor, seguía diciendo Eusebio Vasco, «no tiene razón de ser en nuestros días, es anticuada, y precisa una nue­va división territorial» (65). La reforma de Burgos era obsoleta pues se había llevado a cabo cuando no existían ferrocarriles, ni telégra­fos, ni teléfonos, ni automóviles, ni aeroplanos, ni siquiera carrete­ras. Con las facilidades de comunicación de la época y de cara a eco­nomizar presupuestos, Vasco proponía dividir el país en 22 regiones formadas por dos o más provincias, «siendo la capital de ellas la po­blación con más vecindario, para evitar enojosas postergacio­nes» (66). La propuesta concreta era la siguiente:

«Badajoz y Cáceres sería una región, llamada de Extre­madura. Las tres provincias vascongadas formarían otra: Vasconia. Madrid, Toledo, Guadalajara, Segovia y Avila constituirían la región de Madrid.


.Para combatir el catalanismo Lérida y Huesca sería una región, y otra región Tarragona y Teruel. Barcelona iría con Gerona. Baleares y Canarias quedarían con su constitución actual.


.Para quitar pretextos a los catalanes, el idioma castella­no, llamado así porque nació en Castilla, se denominaría en lo sucesivo idioma español, por hablarse en toda España, como se dice idioma francés, idioma italiano, aunque na­cieron en una región de Francia, en una región de Italia.

Ciudad Real y Cuenca formarían La Mancha. Castellón iría con Valencia, Salamanca con Zamora, Valladolid con Burgos, Palencia con Santander, León con Oviedo, Orense con Pontevedra, Coruña con Lugo, Sevilla con Huelva, Cá­diz con Málaga, Córdoba con Jaén, Almería con Granada, Albacete con Murcia y Alicante, y, por último, Zaragoza iría con Navarra, Logroño y Soria.
La nueva división territorial es necesaria» (67).

El proyecto de Eusebio Vasco es sólo una muestra del ambiente creado en el país ante unas declaraciones precipitadas de Primo de Rivera sobre el regionalismo. Vasco se decantaba a favor de la crea­ción de una región centro, con capital en Madrid, en la que se en­cuadrarían Toledo y Guadalajara; Ciudad Real y Cuenca se agrupa­rían en una región llamada La Mancha, y Albacete quedaba con Mur­cia y Alicante. Pero quizá lo más llamativo del proyecto es la forma de combatir el catalanismo, uniendo las provincias catalanas de Lé­rida y Tarragona a otras limítrofes aragonesas y separándolas de Bar­celona y Gerona.

Por otra parte, en las provincias de Albacete, Ciudad Real y Cuenca algunos sectores pidieron la creación de una región man­chega, aunque cada una de las tres capitales pidiesen la capitalidad de la región. En Toledo se llegó a hablar de la creación de una re­gión de Castilla la Nueva con capital en dicha ciudad (68).

No debe extrañar esta especie de eclosión regionalista en los pri­meros meses de la dictadura si se tiene en cuenta, como afirma Gar­cía Escudero, que «el regionalismo fue una constante reivindicación de la derecha española» (69). Ante unas precipitadas declaraciones del dictador en estos momentos veían una clara oportunidad para sus propósitos.

Regionalismo fervoroso, según ha manifestado García Escudero, mostró el diario católico El Debate, siguiendo las doctrinas de Me­néndez Pelayo y de Mella. En un editorial del citado periódico, es­crito dos meses después del golpe de Primo de Rivera, se decía lo siguiente:

«No compartimos los temores que siente El Imparcial porque la unidad de la patria peligre lo más mínimo con la sustitución de las 49 provincias por unas 15 regiones. No. La unidad nacional es una realidad más honda, más sólida, más firme, que se halla por encima de estas divisiones prin­cipalmente administrativas. España no es un artificio, es una obra de la naturaleza, o para emplear la frase de un gran catalán, el obispo Torras y Bages: Es obra de la Pro­videncia divina» (70).


Tampoco es extraña la opinión manifestada en el editorial de El Debate, pues, salvando la unidad de España, la idea de regionalis­mo es puramente administrativa y coincidente, en cierta forma, con las actitudes mostradas ante el tema por importantes políticos de la derecha dinástica como Silvela, Maura o Romanones. Se trataba de solucionar el contencioso catalán con una mera descentralización ad­ministrativa. Ese era el verdadero significado del regionalismo.

Pero pronto se iba a cortar la efervescencia regionalista, ya que las «vagas promesas de autonomía política fueron olvidadas por el jefe del Gobierno al hacerse cargo del poder. La Mancomunidad (ca­talana) fue primero modificada, depurada en 1924 y luego suprimida en 1925» (71). Después, entre otras afirmaciones similares, Primo de Rivera dejó bien claro su pensamiento al respecto cuando dijo en un mitin de la Unión Patriótica lo siguiente: «Los sentimientos regiona­listas son incompatibles con una patria grande» (72). En la misma reunión acuñaría esta frase: «España es una, grande e indivisible».


1.3.4. El regionalismo en la Segunda República


Cuando habían pasado pocos días' desde la proclamación de la Segunda República, Eusebio Vasco aludía, en un irónico artículo pu­blicado en un periódico de Valdepeñas, al tema del regionalismo:

«Don Jaime reclama sus derechos, los catalanes procla­man la Generalidad Catalana; los vascos quieren la República Vasca; los gallegos piden la Generalidad Gallega y los valencianos piden la Generalidad Valenciana.

Estamos en la hora de pedir.


Los manchegos, en el presente momento histórico, no debemos permanecer indiferentes. Aprovechemos la oca­sión, ya que la pintan calva, y pidamos la Generalidad Man­chega antes de que nos incluyan en la Generalidad Valen­ciana, Castellana, Andaluza o Extremeña» (73).


Vasco trazaba en su artículo una broma periodística, ironizando sobre las espectativas creadas con la llegada de la República. Des­cribía símbolos y posibilidades de la «Generalidad Manchega» con un carácter humorístico y terminaba su sarcástico comentario de es­ta manera:

«Por último, la patria manchega contendrá una repúbli­ca, la de las letras; cuatro reyes, los de la baraja, y una rei­na, la de la belleza.
¡Manchegos! ¡Ahora o nunca! ¡Viva La Mancha! ¡Viva los ojos negros de mi muchacha!»
(74).

Aparte del tono festivo del artículo, Eusebio Vasco recogía el am­biente que existía en los primeros meses de vida de la República. Los proyectos y reuniones se sucedieron antes y después de la pro­mulgación de la Constitución. En julio de 1931 se celebró una reu­nión en la Diputación de Albacete para dar contestación a un reque­rimiento de la de Alicante de cara a formar una región levantina. El Comité Ejecutivo del Partido Republicano Federal en Albacete hacía público un comunicado sobre dicha asamblea, en el que, tras glosar la posición estratégica comercial de la ciudad, recomendaba «deci­dir serenamente lo más conveniente a sus intereses y pactar de igual a igual con quien sea, en la seguridad de lo que Albacete puede ofre­cer ha de ser equilibrado con lo que debe exigir» (75).

Pero Albacete hizo patente su negativa a incluirse en una región con Alicante, con Valencia, con Murcia o con Jaén, y mantuvo su esperanza en la creación de una región manchega (76).

En agosto de 1931 un periódico republicano de Albacete incluía en sus páginas un interesante artículo sobre el problema federal en España. Entre otras cosas se decía:

«Lo que llamamos nuestra península no es ni más ni me­nos que un complejo étnico y geográfico. España está for­mada por diversos pueblos y naciones que, si bien poseen una misma cultura, ésta se presenta con características di­ferentes en cada uno de ellos (...).
Con el reconocimiento de la personalidad de las regio­nes -de todas las regiones- y bajo un régimen de com­pleta autonomía, conseguiremos apaciguar las rebeldías y los chispazos separatistas, una de las causas que más pue­den perturbar hoy el orden de la República (...). La unidad, como dijo Pi y Margall, no es uniformidad» (77).

Después de criticar duramente la división vigente de Javier de Burgos, el autor presentaba su programa:

«Propugnamos la división del territorio español, es cier­to; pero con arreglo a una división más conforme con la his­toria, la etnografía y la geografía de nuestra península, que la actual (... ). Es, pues, de vital importancia para el país des­hacer el artificio en que hasta ahora vivimos» (78).

Tres días después, el 15 de agosto, el diario Defensor de Alba­cete informaba sobre la reunión de los diputados de la región man­chega en Madrid y encabezaba la noticia con esta pregunta: «¿Ha­cia un Estatuto Manchego?» (79).

El país vivía en aquellos meses una situación efervescente a la espera de la Constitución. Esta fue aprobada en diciembre de 1931. Uno de sus artículos decía: «La República constituye un Estado in­tegral compatible con las autonomías de los Estados y las regiones». A pesar de ello, en nuestra región no se llegó, como se sabe, a dis­cutir siquiera un Estatuto de Autonomía. La confusión era grande y diversos los intereses. Como ejemplo se puede ver el tratamiento in­formativo que una reunión de presidentes de diputación de Albace­te, Ciudad Real, Cuenca y Toledo mereció a tres periódicos. La reu­nión tuvo lugar en la ciudad del Tajo el 27 de mayo de 1933 y unos días antes en El Diario de Albacete, ante la posibilidad de formar una región, se decía:

«Por nuestra parte, siempre hemos encontrado absurdo y dañoso para los pueblos la creación de organismos de carácter territorial fijo, a los que se encomiende la resolución o cumplimiento de todos los fines atribuidos a los munici­pios que los integran.

Municipios que tengan interés común en determinado problema pueden hallarse en pugna en otros que hayan de resolverse. Y por ello, sólo aceptamos como regionalismo saludable el que, circunscrito exclusivamente a la esfera ad­ministrativa, se orienta hacia la formación de mancomuni­dades de carácter circunstancial en torno a problemas de­terminados y sólo para esto creados» (80).



Resulta cuanto menos curioso el pensamiento regionalista expre­sado en El Diario de Albacete, al abogar por unas mancomunidades puntuales, circunstanciales, referidas sólo a problemas coyunturales. El periódico, además, afirmaba categóricamente que «cualquier intento de tipo catalán, hoy como ayer, encontrará nuestra repul­sa». También aparece, una vez más, ese sentimiento anticatalanista tantas veces citado.

Otra posición distinta adoptaba el semanario de Valdepeñas Ade­lante. Encabezaba la noticia de la reunión en Toledo con el titular siguiente: «El Estatuto Manchego» e informaba que tenía por objeto «empezar los trabajos preliminares relacionados para ver la conve­niencia de mancomunarse las provincias manchegas y en caso afir­mativo proceder al estudio del Estatuto Manchego» (81). Al menos el periódico valdepeñero admitía la posibilidad de la Mancomunidad Manchega y no se mostraba contrario a su formación.

El tercer ejemplo se puede hallar en el diario católico de Toledo El Castellano. Daba cuenta del contenido de la citada reunión, ha­ciendo referencia a los problemas regionales tratados en ella y a las posibilidades de solución. Y concluía así:

«En fin, que las comisiones reunidas, sin pensar en es­tatutos ni mancomunidades, resolvieron firmemente hacer una labor conjunta para conseguir la solución de todos los problemas» (82).


De la lectura de lo expuesto en este apartado se desprende que en las cinco provincias que hoy componen Castilla-La Mancha hubo intentos regionalistas manchegos y castellanos. A veces ambas tendencias, siempre minoritarias, se enfrentaron y otras se ignoraron, pero es evidente que en la región de Castilla la Nueva y en Albacete parte de sus habitantes tenían otros sentimientos además de los cas­tellanos o, sencillamente, distintos.

Referencias bibliográficas

(58) Reglamento del Centro Regional Manchego. Madrid, 1906, pág. 3.
(59) Véase al respecto el artículo de Francisco Fuster Ruiz: «Para una historia del regionalismo manchego: la bandera y el himno de La Mancha», en Al-Basit. Al­bacete, núm. 9 (abril de 1981), págs. 5 a 27.

(60) «Mitin en Rojas: El Centro Regional Manchego», en La Idea. Toledo, núm. 365 (7-8-1906), pág. 1.

(61) Idem.
(62) Francisco Fuster Ruiz: «Aportación a la historia del regionalismo manche­go», en Cultural Albacete. Albacete, núm. 3 (marzo de 1984), pág. 17.

( 63) Isidro Sánchez Sánchez: «Una experiencia de prensa regional...», pág. 211.

(64) Eusebio Vasco: «Nueva división territorial de España», en El Indígena. Val­depeñas, núm. 44 (24-9-1923), pág. 1.

(65) Idem.
(66) Idem.
(67) ídem_
(68) Francisco Fuster Ruiz: «Albacete y el tema regional», en Congreso de his­toria..., págs. 149-150.
(69) José María García Escudero: El pensamiento de «El Debate». Un diario ca­tólico en la crisis de España (1911-1936). Madrid, 1983, pág. 35.
(70) El Debate. Madrid (2-11-1923), pág. 1.

(71) Albert Balcells: Ob. cit., pág. 20.

(72) La Nación. Madrid (5-4-1926). Citado por Shlomo Ben-Ami: La dictadura de Primo de Rivera, 1923-1930. Barcelona, 1984, pág. 132.
(73) Eusebio Vasco: (Generalidad manchega», en Adelante. Valdepeñas, núm. 64 (30-4-1931), pág. 3.
(74) ídem.
(75) Defensor de Albacete. Albacete (23-7-1931), pág. 2.
(76) Francisco Fuster Ruiz: «Aportación a la historia...», pág. 15.

(77) «Consideraciones del momento. El problema federal», en Eco del Pueblo Albacete (12-8-1931), pág. 2.

(78) ídem.
(79) Defensor de Albacete. Albacete (15-8-1931), pág. 3
(80) Comentario de El Diario de Albacete reproducido por El Castellano. Toledo (23-5-1933), pág. 2.
(81) «El Estatuto Manchego», en Adelante. Valdepeñas, núm. 157 (26-5-1933), pág. 1.
(82) El Castellano. Toledo (29-5-1933), pág. 2.


(Isidro Sánchez Sánchez. Castilla-La Mancha en la época contemporánea. Ed Servicio de publicaciones de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha.1986. Premio Castilla-La Mancha de ensayo 85.p 19-28)

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