lunes, noviembre 13, 2006

CULTURA E HISTORIA 3 ( A. Carretero, Castilla, orígenes...)

EL EMBROLLO CASTELLANO-LEONÉS Y LA RELEGACIÓN DE LEÓN

Sabemos que la unión de los reinos de la corona de León con los de la de Castilla en 1230, con el nombre castellano por delante, dio lugar a muchos equívocos, pues éste lo mismo podía tomarse en su sentido estricto que en otro muy lato y confundidor. A mediados del siglo XIX el ambiguo uso del nombre de Castilla fue aprovechado por los caciques de la burguesía agraria y harinera de la llanura de Campos para crear una nueva y más estrecha confusión que ha tenido trascendentales consecuencias.

Por entonces se funda en Valladolid El Norte de Castilla como órgano periodístico para la defensa de los intereses de esta oligarquía. A partir de entonces el nombre de Castilla se usa como equivalente a Castilla y León; el nombre leonés queda relegado al olvido y el de Castilla se va desplazando en su significación geográfica hacia la llanura leonesa. Valladolid "capital de Castilla la Vieja" declara, sin más explicaciones, El Norte de Castilla en 1859; de una "Castilla la Vieja", o simplemente "Castilla", que comprende las provincias de: Ávila, Burgos, León, Logroño, Palencia, Salamanca, San­tander, Segovia, Soria, Valladolid y Zamora (24). El diario vallisoletano suprime de un golpe de la geografía y la historia de España el antiguo reino de León y pasa por alto la milenaria tradición de Burgos como cabeza de Castilla. Toda la auténtica Castilla del Alto Tajo y el Alto Júcar no figura para nada en esta nueva región "castellana".

El Norte de Castilla se presenta entonces como un periódico regional —espiritual­mente castellano viejo" y "defensor a ultranza de los intereses regionales de Castilla'. Como ilustración objetiva y documentada de la incongruencia entre las pretensiones castellanistas y la verdadera condición de este diario recogemos los siguientes datos referentes a su circulación.


En 1867 las ventas de El Norte de Castilla se distribuían así (25):

Provincia de Valladolid . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 94,31%
Provincia de Zamora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1,59%
Provincia de Palencia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 1,36%
Provincia de León . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 0,46%
Provincia de Salamanca . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 0,23%
Provincias de Ávila, Burgos y Santander (conjuntamente) . . . . 0,91%
País Vasco . . . . . . . . . . . . . . . . . . ., . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 0,68%
Barcelona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 0,46%


En tal año el 98,86% de los lectores de El Norte de Castilla se hallaban en el anti­guo reino de León (casi todos en la Tierra de Campos) sin haber suscriptor alguno en la mayoría de las provincias realmente castellanas (Logroño, Soria, Segovia, Madrid, Guadalajara y Cuenca).

Este "regionalismo" obedecía en su propósito fundamental a la defensa de los inte­reses de la oligarquía cerealista (más comerciantes, financieros y especuladores en gra­nos que de labradores de la tierra).

En el capítulo anterior hemos dicho que, a diferencia de los nacionalismos y regio­nalismos catalán, vasco y gallego, el de estos grupos "agrarios castellanos" no mani­fiesta interés alguno por el pasado histórico de sus pueblos, ni por su personalidad nacional, ni por el porvenir de su cultura; ni patrocina estudios sobre tales temas.

Es frecuente atribuir a la generación del 98 la invención de este embrollo. Lo que muy destacadas figuras de esta generación hicieron fue extender por el mundo el mito "castellano" que ellos heredaron, avalado por firmas de tan alto prestigio como las de Unamuno, Azorín y Ortega (ninguno de los cuales tuvo por cuna la "inmensa llanura castellana" exaltada por sus plumas).

La fusión y la confusión de lo leonés y lo castellano y la exaltación literaria de la llanura de Castilla la Vieja (planicie que nunca existió en la historia, porque todos los núcleos iniciales de la Reconquista surgieron en baluartes montañosos difíciles de ex­pugnar y el castellano lo fue la Montaña cantábrica) es total en Unamuno, que Ilega a considerar radicalmente castellanos la Reconquista iniciada en Covadonga y el reino neogótico asturiano cuyo rechazo por cántabros y vascos fue el origen político de la in­dependencia de Castilla: "La Castilla leonesa o, si se quiere, el León castellano". "La Castilla leonesa -y asturiana-, la de la Reconquista, la de Pelayo..." (27). Y don Mi­guel presenta el heráldico león como emblema de Castilla: "El león leonés león de Castilla" (28). Mayor confusión no cabe; ni sembrada por más alta pluma.

Fundidos ve también Ortega a León y Castilla, al grado de que tanto en sus ensayos literarios como en su labor política pasa por alto la existencia histórica, y aun geográfi­ca, del reino de León. Don José, al evocar el paisaje de Castilla tiene en la mente la llanura leonesa. El trozo literario titulado Geometría de la Meseta, donde está su famo­sa frase: "¡Caballero, en Castilla no hay curvas", comienza así:

Al día siguiente, cuando el tren sale de León, es la alborada, y el sol -¿otra vez el sol?- llama con el cuento de su lanza de oro en ventanas y galerías. La ciudad irradiando reflejos, tiene un despertar de joya. El tren avanza entre chopos por la vega. León es la ciudad de los chopos, del árbol fiel a la meseta.”

La planicie castellana que al filósofo madrileño le inspira esta "nota de andar y ver" es -él mismo lo dice- el paisaje que el viajero contempla a la salida de León entrando en la Tierra de Campos (29).

Igualmente leonesa es la Castilla de Azorín:

“Castilla: en León, en un mediodía de primavera, hemos dejado la ciudad y he­mos salido al campo, y ya en el campo, Caminando por este camino bordeado d eenhiestos chopos -cuyas hojas temblotean- nos hemos detenido y sentado en una piedra (30).”

Pero Azorín se da cuenta de que escribe al margen de la realidad, y, en el mismo lu­gar, comenta con acierto:

“A Castilla, nuestra Castilla, la ha hecho la literatura La Castilla literaria es distinta de la expresión geográfica de Castilla.”

Y no menos leonesa es la llanura de Castilla la Vieja que Marañón contempla des­ la cumbre del puerto asturleonés de Pajares

Al traspasar el puerto de Pajares y contemplar la llanura de Castilla la Vieja. que desde allí parece un mar apenas sin olas, en el que la catedral surge como un navío petrificado y lejano (31).”

El trastrocamiento entre los nombres de Castilla y el País Leonés es evidente en el siguiente párrafo de Fernández Flórez:

“Castilla es la anchura. Cuando se piensa en Castilla no se evocan las cordilleras con sus altos picos pintados de blanco por el invierno, ni los pinares de Cuenca, sino la llanada, esas planicies que en León comienzan, viniendo de Astorga, y se extienden por Valladolid y ,se convierten en mar de mieses en Palencia y se dilatan después en la Mancha inacabable, dond­e el campanario de un pueblo atisba al campanario de otro pueblo, con veinte kilómetros de llanura entre los dos (32).”

En otras palabras, cuando se menciona el nombre de Castilla se evocan las llanuras leonesa y manchega.

La confusión entre Castilla y León y la simultánea ocultación de lo leonés llega a tal extremo que en una "Memoria acerca de la información agraria en ambas Casu­llas", fechada en Madrid en 1904, en la que se señalan 32 pueblos, 27 son de la región leonesa, 4 de la provincia de Toledo y uno de la de Ávila; es decir, de 32 pueblos que se mencionan en este estudio sobre "la agitación campesina en Castilla" sólo uno es castellano (y éste lindante con Valladolid) (33).

A esta confusión geográfica hay que añadir otra que dificulta la comprensión del pa­sado nacional español. La generación del 98 -_con las excepciones que siempre es obligado salvar- difunde una concepción de Castilla, y en general de lo castellano to­talmente ajena a la realidad: el mito del espíritu castellano.

Este mito tiene varios aspectos, uno el espíritu absolutistas centralizador. "El espí­ritu castellano -escribía Unamuno a finales del siglo pasado- era e! más centraliza­dor, a la par que el más expansivo, el que para imponer su ideal de unidad de salió de si mismo" "Castilla se puso a la cabeza de la monarquía española, y dio tono Y espíri­tu a toda ella (..,) paralizó los centros reguladores de los demás pueblos españoles, in­hibiéndoles la conciencia histórica en gran parte, les echó en ella su idea, la idea del unitarismo conquistador, y esta idea se desarrolló y siguió su trayectoria castel!anizándolos. Y de los demás pueblos españoles brotaron espíritus hondamente, castizamente castellanos" "Castilla ha hecho la nación española, ésta ha ido españolizándose cada vez más (...) absorbiendo el espíritu castellano en otro superior a él, más complejo: el español" "Castilla es la verdadera forjadora de la unidad y la nación española". Y don Miguel cita a continuación los famosos versos de Hernando de Acuña, el militar poeta de la corte del emperador Carlos V.

“Una grey y un pastor solo en el suelo.
Un monarca, un imperio y una espada.”

"Galeras castellanas descubrieron un nuevo mundo", sigue diciendo Unamuno que subraya el gentilicio (34).

Todo lo de Unamuno aquí reproducido está a tono con la monarquía imperial espa­ñola, primero neogótica, luego trastamareña, después austriaca y por último borbónica; no con la tradición castellana reflejada en el Poema de Fernán González, el Cantar do Mío Cid, el viejo Romancero, los humildes versos de Berceo y los desenfadados del Arcipreste de Hita.

Ya hemos visto que la visión que de Castilla tiene Unamuno es en realidad leonesa, y él mismo lo reconoce:

“Salamanca, Salamanca,
renaciente maravilla,
académica palanca
de mi visión de Castilla”

Todo esto es literatura que brota ardientemente del alma de Unamuno no juicios so­bre una realidad histórica. La nación española es obra conjunta de todos los pueblos de España, y en los siglos que van del x al XIII ante todo del reino de León. Las famosas carabelas castellanas y sus tripulaciones eran principalmente andaluzas, como andalu­ces fueron el Gran Capitán y otros célebres soldados de la monarquía española. De Ex­tremadura, de Andalucía y el reino de León fueron la gran mayoría de lo« conquistadores del Nuevo Mundo. Unamuno menciona el episodio de la Isla del Gallo. en el que Francisco Pizarro, en una situación sumamente difícil y decisiva de su aven­tura americana, traza con la espada una raya en el suelo y dice a sus compañeros: "Por aquí se va a Perú a ser ricos, por acá a Panamá a ser pobres; escoja el que sea buen castellano lo mejor que le estuviere". Sabido es que los buenos castellanos aquellos - el subrayado es de Unamuno- que se deciden a seguirle eran casi todos extremeños como el propio Pizarro.

"Castilla -dirá Ortega años después- reduce a unidad española a Aragón, Cataluña y Valencia"; ella fue "la fuerza central, escultora de la nación -Roma en el Imperio, Castilla en España, la Isla de Francia en Francia-"(35).

Y las generaciones que siguen a estos maestros continuarán repitiendo el mito del absolutismo castellano centralizador. No obstante que el pueblo castellano, junto con el vasco, surgió a la luz de la historia de España luchando por la independencia frente a la fuerza central del reino neogótico, continuador del imperio toledano; y Castilla nació como condado independiente tras lo que en la terminología del unitarismo centra lista habría que denominar un movimiento separatista triunfante.

Debemos a Sánchez-Albornoz una extensa obra de erudición rica en datos puntuales obtenidos con escrupulosidad profesional. También ha publicado don Claudio ensayos en donde mezclados con el saber histórico hay comentarios en los que predominan los sentimientos, la imaginación literaria y las convicciones políticas del autor; en algunos de ellos no hay mucha congruencia entre lo que éste manifiesta y lo que de los hechos por él narrados puede deducirse con más lógico rigor.

Uno de los aspectos de la obra literaria de este insigne historiador es el mito del es­píritu universalista del castellano (muy extendido entre los seguidores de la generación del 98). A él se refiere reiteradamente, uniéndolo al de la ilimitada meseta castellana. He aquí algunas frases escogidas: "La tierra trágica de Castilla y el alma universalista castellana". "Las fuerzas universalistas mesetarias castellanas". "Los llanos acerados de Castilla de horizontes sin confines visibles (...) han arrebatado a ingenios que supie­ron descubrir en el páramo inhóspito el secreto de Castilla (36).

Fantaseando literariamente también sobre los mitos del unitarismo y el universalismo castellanos, Azaña se refirió a ellos con su gran elocuencia y su dominio de la len­gua castellana en dos memorables discursos políticos. Afirmaba en uno de ellos que Castilla carece de tradición regionalista y los castellanos están obligados a no ser más que españoles, porque lo propio del castellano es saltar de la esfera individual a la del gran Estado (37).

Al mito del espíritu nacional va unido otro con él estrechamente emparentado: el del carácter nacional, estudiado por Caro Baroja en un enjundioso ensayo, ya mencio­nado. De lo mucho que sobre el carácter nacional se ha escrito se deduce que los espa­ñoles son esto y lo otro y lo de más allá y todo lo contrario según el autor que sobre él divague.
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Todos estos mitos atribuidos a Castilla son el resultado de múltiples equívocos y de distorsiones de la historia nacional. En primer lugar está la ausencia en ellos de lo leonés, tan importante por su papel en la formación de la nación española. El olvido del País Leonés es en estos años tan general y completo que hasta los intelectuales más cultos suelen no tenerlo en cuenta para nada, como si el antiguo reino de León nunca hubiera existido ni dejado huella alguna.

En la división política de España en diez grandes regiones que Ortega proponía (Galicia, Asturias, Castilla la Vieja, País Vasconavarro, Aragón, Cataluña, Levante, Andalucía, Extremadura y Castilla la Nueva) ni siquiera se menciona el antiguo reino de León, aunque en ella figuran otras regiones de menor entidad tanto por su relieve histórico como por su extensión territorial o su población.

Muy leído en su época fue Julio Senador Gómez, autor de media docena de libros y muchísimos artículos, en los que denunció la explotación del hombre del campo por los caciques trigueros de, la llanura del Duero, comarca que estudió a fondo. Criticó acerbamente la política desamortizadora que despojó de la tierra a los municipios para entregarla a una burguesía rentista y parasitaria. Sus obras más conocidas son Castilla en escombros y La canción del Duero. La "Castilla" objeto de la ardiente atención de Senador es también la planicie cerealista leonesa.

No todos los escritores de la generación del 98 ni sus continuadores tienen idea tan errónea de Castilla como la que acabamos de exponer, ni todos los españoles de la época pasan por alto la existencia del País Leonés.

El falso tópico de la inmensa llanura de Castilla la Vieja no lo hacen suyo Baroja ,ni Menéndez Pidal ni Machado; como fue ajeno a Galdós y a otros escritores que en el siglo XX describieron diversos paisajes de Castilla. Baroja no hace literatura con paisa­jes literarios, pues los personajes de sus novelas se mueven en lugares que el autor co­noce personalmente y le gusta describir, que no son precisamente los de la llanura sin límites.

Machado, andaluz por cuna, poeta por excelencia de las tierras de la Castilla celtibé­rica, no yerra al escribir este nombre, pues evoca en sus versos lo que sus ojos vieron en tierras sorianas y segovianas. En vano buscará el lector en ellos "la planicie indefi­nida" de "horizontes sin límites", "la inmensa llanura sin rocas ni árboles"; encontra­rá, en cambio, reiteradamente nombres y adjetivos incongruentes con el paisaje unamunesco y orteguiano de la Tierra de Campos.

Un conteo rápido de los elementos naturales más significativos que Machado men­ciona en sus visiones del paisaje castellano nos revela que, citados en orden de fre­cuencia, son: a) bosques, arboledas, encanares, pinares, robledos, hayedos, alamedas; b) cerros, montañas, montes (calificados de azules, violetas, cenicientos, plomizos); c) pe­dregales, peñascales, peñas, roquedas, rocas (ariscos, desnudos, cárdenos); d) sierras, serrijones, serrezuelas (calvos, pelados, azules, blancos de nieve); e) praderas, prados, pradillos, huertas, huertos, huertecillos, viñas (verdes, humildes); j) colinas, laderas, al­tozanos ribazos (plateados, oscuros, coronados de robles); g) cumbres, crestas, picos, picotas, puntas (agrios, grises); h) valles, vegas; i) barrancas, barranqueras, cañadas, hoces, quiebras; j) alcores (cárdenos, grises); k) alto llano, llanos, llanura (numantino, bélico, plomizo); 1) floresta, umbría, fronda; algunos otros accidentes caracterizadores del paisaje (yermo, páramo, canchal, calvijar, arroyo) aparecen una o dos veces. Y cuando evoca el horizonte lo hace con el calificativo de cerrado.

Machado en sus Campos de Castilla menciona mucho los siguientes árboles: La en­cina (ibera, parda, eterna, campesina, rural, casta y buena).

“Encinares castellanos
en laderas y altozanos,
serrijones y colinas,
llenos de oscura maleza
, encinas, pardas encinas.
.............................................”

El álamo, el olmo, el roble (castellano), el pino y el chopo.

Donde Machado sí es envuelto por el tópico inexacto es en la mención de la Casti­lla histórica

“Castilla miserable, ayer dominadora,
envuelta en sus andrajos, desprecia cuanto ignora.
..............................................................................
La madre en otro. tiempo fecunda en capitanes
madrastra es hoy apenas de humildes ganapanes.
................ la madre de soldados,
guerreros y adalides que han de tornar, cargados
de plata y oro, a España, en regios galeones,
.............................................................................”


La Castilla que desde su infancia había aprendido en los libros al uso; la que, al contrario de la geográfica, no pudo ver y apreciar directamente, sino sólo leer en lo que otros escribieron sobre ella; la que en su época mitificó la generación del 98; la Castilla unitaria, dominadora y universalista. Una Castilla difícilmente localizable en las tierras sorianas de tradición comunera. Los grandes capitanes, guerreros y adalides, los conquistadores de nuevos mundos, los que tornaban a España en regios galeones cargados de oro no eran precisamente -lo hemos visto- castellanos de Soria.

La planicie de horizontes sin límites tampoco coincide con la visión poética que de Castilla tiene el santanderino Gerardo Diego; ni con la de Enrique de Mesa, cantor de la Sierra de Guadarrama; ni con la de tantos otros poetas que han cantado a Castilla en suelo castellano.

Un hombre que durante esta época de confusión contribuyó de manera sobresaliente a sacar del olvido al antiguo reino de León fue don Ramón Menéndez Pidal trabajador infatigable y riguroso que durante su larga y fecunda vida publicó numerosas obras, entre ellas varias de grandísimo interés para el estudio de nuestro tema.

A finales del siglo XIX comenzó a realizar investigaciones sobre el bable asturiano y en 1906 publicó un trabajo sobre El dialecto leonés. (Hasta entonces todo cuanto sobre el antiguo idioma del reino de León se había escrito había sido obra de filólogos ex­tranjeros). Este libro de don Ramón sigue siendo el estudio de conjunto más completo que hasta hoy se ha publicado sobre este asunto de tanta significación para el conoci­miento de la historia del País Leonés.

La labor más conocida de Menéndez Pidál es la que llevó a cabo en el campo de la filología castellana. En 1926 se publicó la primera edición de su obra monumental Orí­genes del español, de la que en 1950 se imprimió otra muy adicionada. En ella se estu­dian con rigor los orígenes de la lengua castellana, sus raíces, indígenas y forasteras, y sus diferencias con los demás romances españoles. Los mapas por don Ramón elabora­dos son de un valor inestimable. El conocido texto de R. Lapesa (Historia de la lengua española) y otros posteriores de destacados filólogos sobre la historia del idioma espa­ñol continúan, enriqueciéndola, la obra de don Ramón.

En 1929 salió a luz La España del Cid, obra fundamental para el conocimiento no sólo de la historia de Castilla sino, tanto o más, de la del País Leonés y su enorme sig­nificación en el complejo proceso formativo de la nación española.

Obras de divulgación muy enjundiosas y de gran ayuda para el conocimiento histó­rico del antiguo reino de León, de Castilla y del pasado medioeval conjunto de todos los pueblos peninsulares son: El idioma español en sus primeros tiempos (1942), Cas­tilla. La tradición. El idioma (1945), El Cid Campeador (1950) y El imperio hispánico y los cinco reinos (1959).

Los libros de Menéndez Pidal aparecieron cuando el embrollo castellano y el olvido de lo leonés estaba en pleno desarrollo, sobre todo en el ámbito político español. La idea de Castilla lanzada a mediados del siglo XIX por los caciques "agrarios" y elabo­rada literariamente después por los escritores del 98 se había difundido con gran ampli­tud. Los trabajos de don Ramón, dieron a conocer los distintos orígenes y los diferentes desarrollos históricos de León y de Castilla. Por la condición de su autor, el ambiente social en que se movía y su pensamiento fiel a la idea unitaria de España, las publicaciones de Menéndez Pidal no inspiraron grandes recelos en los medios conservadores; y si en cuestiones de filología eran estudiadas y seguidas por los especialistas, de sus hallazgos históricos no se extrajeron las trascendentales consecuencias -revolu­cionarias para su época- que de ellos cabe deducir.

Las izquierdas españolas, como el propio don Ramón percibió claramente, siempre se han inclinado a considerar los estudios históricos como cosa propia de espíritus con­servadores y aun reaccionarios; y a los conservadores en general se los dejaron, de ma­nera que la historia de la nación española siguió en espera de ser revisada desde sus comienzos.

Así se llegó a la Guerra Civil en 1936, con una historia nacional, escrita general­mente por plumas al servicio de las oligarquías dominantes, que cada grupo político trataba de ajustar a su propia ideología. A los falangistas les servía de base para sus sueños del Imperio Azul; a los comunistas para promover la revolución con arreglo a las leyes infalibles del marxismo-leninismo-estalinismo (así se decía entonces).

La confusa idea que de Castilla y de León, de su historia y su lugar en el mapa de España tenían las derechas no era diferente de la común en las izquierdas (en realidad era una sola teñida con diferentes colores). Lo comprobó cuarenta años después la una­nimidad con que en 1978 todos los sectores políticos con representación en las Cortes aceptaron la supresión de las entidades históricas de León, Castilla y Castilla la Nueva y la instauración en su lugar de cinco regiones autónomas de nueva invención.

La obra histórica de don Ramón Menéndez Pidal todavía se halla en espera de estu­diosos que, con nuevo y más amplio criterio, la continúen, y de gobernantes capaces de sacar de ella las conclusiones que en sus entrañas -sin intención original del autor - ­lleva.

También algunos discípulos de Menéndez Pidal, a pesar de las enseñanzas de su maestro, fueron arrastrados por las corrientes del confusionismo general que tiende a borrar de la historia de España el reino de León. Uno de ellos, que alcanzó en su carre­ra los más altos honores académicos, en un texto literario referente a la época del Cid -cuando la pugna histórica entre leoneses y castellanos estaba en su apogeo- sitúa a Zamora "en Castilla la Vieja" (38). La versión que don Ramón publica del mismo texto dice "en tierra leonesa" (39). En dos palabras un eruditísimo autor convierte a las tierras zamoranas del siglo XI en Castilla la Vieja.

En contraste con esta disparatada castellanización histórica de Zamora están los es­tudios lingüísticos relacionados con el antiguo leonés, que Federico de Onís y Américo Castro hicieron de los fueros leoneses de Zamora, Salamanca, Ledesma y Alba de Tormes (40).

No todo lo que en España se ha escrito en este siglo sobre León o Castilla está de acuerdo con los falsos tópicos y visiones literarias que unen inseparablemente al paisa­je castellano expresiones como "planicie meseteña", "inmensa llanura", "árida este­pa". También se encuentran en obras de geografía o historia palabras más apegadas a la realidad del país. A mano tenemos algunas. El geógrafo salmantino L. Martía Echeverría, en un precioso libro sobre España y sus habitantes -escrito en su exilio mejicano- menciona "las estepas leonesas" (zamorana y vallisoletana) (41). Bosch Gimpera, en su obra ----también escrita en Méjico- sobre el poblamiento antiguo de la Península Ibérica, habla de "los vacceos de la llanura leonesa" (42). Y Sánchez-Albor­noz, que frecuentemente se deja llevar por la expresión literaria, se refiere con sobria exactitud a "los llanos leoneses situados al norte del Duero" (43).

Contra la tendencia dominante en la Tierra de Campos a incluir esta vasta comarca en Castilla y considerar a Valladolid como ciudad castellana, Justo González Garrido, es extenso y documentado estudio (44)(45) afirma que este país es leonés por su origen histórico y su situación geográfica y tiene su territorio repartido entre las provincias de Valladolid, Palencia, León y Zamora; y sobre la inclusión de las dos primeras en el reino de Castilla la Vieja y las últimas en el de León, añade que no hay "razón que lo justifique".

En contradicción con los que atribuyen al castellano el espíritu universalista Menén­dez Pidal y otros autores han señalado reiteradamente el particularismo y el carácter apartadizo de los viejos castellanos de la Castilla condal; y el propio Ortega opone a la alta política de Alfonso VI de León el terco particularismo, el castizo "pelo de la dehesa del Cid castellano (46).

Mientras por un lado proseguían las actividades impulsoras del embrollo castellano y la simultánea relegación del País Leonés, por otro se publicaron, además de los ya citados, documentados trabajos sobre las respectivas historias del antiguo reino de León y de Castilla, así como monografías de diferentes provincias, comarcas y ciuda­des leonesas y castellanas, tales como los de Julio Puyol y Alonso (Orígenes del Reino de León, El Abadengo de Sahagún, Las Hermandades de Castilla y León), Armando Cotarelo Vallador (Historia de Alfonso III el Magno), C. Sánchez Albornoz (Estampas de la vida en León en el siglo X), Luciano Serrano (El Obispado de Burgos y Castilla primitiva), Justo Pérez de Urbel (El condado de Castilla), Rafael de Ureña y Smenjaud ( Fuero de Cuenca), Paulino Álvarez Laviada (Chinchón histórico y diplomático hasta finales del siglo XVI), Heraclio S. Viteri (Noticia histórica de la Comunidad y Villa y Tierra de Coca) y otros muchos.

En estos años la división regional de España generalmente en uso ha considerado el sino de León integrado por las provincias de León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia, de acuerdo con la historia y la vieja tradición.

Se ha dicho alguna vez que la división provincial de 1833 asignaba al reino de León ha tres provincias de León, "Zamora y Salamanca. Esta división provincial no reconocía región alguna pues su propósito era, precisamente, acabar con toda idea de reino, esta­do región tradicional y establecer uniformemente una división político-administrativa del territorio español en provincias de acuerdo con el patrón jacobino-napoleonico francés.

La división regional que continuó en uso hasta 1978 es la del reinado de Carlos III (47) derivada de los reinos de los Reyes Católicos (48). Esta división en quince regio­nes históricas (Galicia, Asturias, León, Castilla la Vieja, Provincias Vascongadas -País Vasco-, Navarra, Aragón, Cataluña, Extremadura, Castilla la Nueva, Valencia, Murcia, Andalucía, Islas Baleares e Islas Canarias) es la que se estudiaba en todos los españoles de enseñanza oficial (escuelas primarias, institutos de segunda ense­ñanza, escuelas normales, etc.), la que usaban las guías turísticas, la que el Estado mantenía en los censos de población y en otras publicaciones oficiales. Es la que el au­tor de estas páginas estudió en su infancia y adolescencia en escuelas e institutos de varias ciudades de España (Lugo, Logroño, Jaén y León). Es la de la primera edición !e la Enciclopedia Espasa y la que figuraba también en las principales enciclopedias extranjeras.

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A comienzos del siglo el orden caciquil facilitaba el dominio del poder constitucio­nal por una oligarquía política dirigente (ministros, senadores, diputados, gobernadores civiles, directores de periódicos) estrechamente vinculada a las grandes oligarquías que realmente controlaba el gobierno de la nación. Esta minoría política estaba organizada en dos grandes partidos -el conservador y el liberal, dividido en grupos y subgrupos provinciales, comarcales y locales- que se turnaban en el poder según las circunstan­cias. El "político" de prestigio en Madrid, cerca del poder central; los caciques de ran­gos menores en las provincias, comarcas y municipios, dueños de las diputaciones provinciales y los ayuntamientos; y los gobernadores civiles en la capital de cada pro­vincia como enlaces entre éstos y aquellos. Tales eran las piezas fundamentales del sis­tema, dice J. M. Jover (49). En algunas provincias mantenían su poder los caciques a lo largo de decenios, tal el caso de los Gamazo, Abilio Calderón, Santiago Alba y Anto­nio Royo Villanova en la meseta leonesa. Estos grupos, que con la denominación de agrarios defendían los intereses de la oligarquía cerealista, fueron los promotores en la zona de influencia de Valladolid de un llamado regionalismo castellano (26). En torno a esta poderosa burguesía agraria, que se había beneficiado del proceso desamortizador -dice un historiador vallisoletano- "se gestó en la segunda mitad del siglo XIX una conciencia regional castellana que tuvo por portavoz al periódico El Norte de Castilla", escribe J. Valdeón (50). Periódico que, como defensor de los intereses de la bur­guesía conservadora de la zona cerealista, realizó una labor muy efectiva para la creación de una "conciencia económica regional". La expresión cuenca del Duero fue muy utilizada por los intelectuales de la extensa comarca de Campos para referirse a esta "Castilla", especialmente por R. Macías Picavea y por J. Senador. En la lectura de estos autores donde uno encuentre "Castilla" debe leer, pues "cuenca del Duero", de­jando fuera de su pensamiento todas las tierras castellanas de la vertiente cantábrica, y de las cuencas del Alto Ebro, el Alto Tajo y el Alto Júcar. Macías Picavea no concebía territorio castellano fuera del entorno de la meseta del Duero.

Los actuales historiadores de este regionalismo usan indistintamente las expresiones "regionalismo castellano" o "regionalismo castellanoleonés" según tengan en mente a León como anejo a una entidad principal o prescindan decididamente de él como algo definitivamente eliminado. Durante el siglo XIX y hasta 1931 solía decirse Castilla y castellano, después, por respeto formal a los leoneses comenzó a decirse Castilla y León y castellanoleoneses.

En uno de sus aspectos políticos más destacados este regionalismo se manifestó desde su nacimiento fuertemente anticatalán. Sus portavoces se definían como defenso­res de "un nacionalismo españolista", un "regionalismo sano", aludiendo a los regio­nalistas catalanes como partidarios de un regionalismo destructor, separatista y antiespañol. Estos "regionalistas castellanos" se oponían a las autonomías regionales, aunque admitían la descentralización de municipios y provincias en el ámbito adminis­trativo. Ya Unamuno había dicho, en sus singulares comentarios, que este "castellanismo" era mera negativa, simple anticatalanismo (51).

Destacado vocero de anticatalanismo en Valladolid fue Antonio Royo Villanova -ya mencionado- aragonés arraigado en tierra del Pisuerga, y que fue diputado, so­nador y director de El Norte de Castilla. Royo Villanova llegó a ser fervoroso "caste­lIanista" a partir de su anticatalanismo radical. Las manifestaciones más exaltadas de su nacionalismo unitario las hará años después, en las Cortes de la II República, al dis­cutirse el Estatuto de Cataluña.

A la burguesía harinera el catalanismo le sirvió de argumento para provocar la reac­ción anticatalanista. Cuando en 1918 la Mancomunidad de Cataluña comenzó a ejercer sus funciones, representantes de las diputaciones leonesas y castellanas redactaron un documento dirigido al Gobierno (se le llamó el "Mensaje de Castilla") y acudieron al Rey con una declaración de principios y unas conclusiones. El Norte de Castilla co­mentó ampliamente el hecho bajo un titular que decía: "Ante el problema presentado por el nacionalismo catalán, Castilla afirma la nación española". Y con esta bandera los "agrarios castellanos" iniciaron una campaña nacional de agitación. Éste fue el primer documento colectivo de carácter regional emanado de este llamado regionalis­no sano.

Los intereses "regionales" que el grupo encabezado por Alba defendía a comienzos de siglo en "El Norte de Castilla" -adquirido por el cacique zamorano en 1893 y di­rigido entonces por Royo Villanova- y la orientación política que por aquellos días tenia el diario vallisoletano los examina Julio Arostegui en su estudio crítico sobre las agitaciones de los obreros agrícolas que se extendieron por la llanura leonesa del Due­ro en 1904.

Comienzos del siglo xx fue tiempo de crisis para la agricultura cerealista en Espa­ña. La situación de los colonos modestos era tal que apenas si podían sobrevivir. La de los braceros o proletarios del campo, con los salarios congelados, aún era más angus­tiosa. Zona neurálgica de conflictos sociales agrarios en 1904 era la Tierra de Campos en las provincias leonesas de Palencia, Valladolid, Zamora y León, donde hubo gran­des huelgas protagonizadas por la multitud de braceros que moraban en estas tierras y trabajaban en explotaciones agrícolas con técnicas atrasadas, cuyos dueños o arrendata­rios estaban acostumbrados a obtener beneficios a base de salarios bajos y protecciones arancelarias. El gobierno procuró que la prensa de la región guardara discreto silencio sobre los acontecimientos. El Norte de Castilla era el diario de la región más influyente en la opinión pública del país, empresa. editorial que, con bandera "castellanista" y aaticatalanista, defendía entonces los intereses de los terratenientes, negociantes y polí­ticos cerealistas. Reconocía de paso la razón de las protestas obreras causadas por el hambre y la crisis económica de carácter circunstancial que impedía a la clase patronal acceder a las demandas de los obreros del campo. Ocultar el fondo social del proble­ma, eludir el análisis de sus causas profundas y manipular la información con argu­mentos ideológicos, era la técnica del periódico para defender los intereses de las oligarquías dominantes en la región (52).

La dictadura del general Miguel Primo de Rivera, que en principio fue bien recibida por amplios sectores de la burguesía española, impuso unos años de inmovilismo político pasados los cuales el regionalismo resurgió con vigor en toda España tras la pro­clamación de la II República en 1931. La oposición "castellana" al Estatuto de Cataluña, primero en ser discutido por las Cortes, tuvo su más fogoso vocero en Royo Villanova, entonces diputado "agrario" por Valladolid.

Los regionalistas castellanoleoneses -en lo sucesivo se llamarán oficialmente así, aunque el gentilicio se reducirá generalmente a castellanos- hasta entonces enemigos de toda autonomía, pasan a ser adalides de la autonomía de la región "castellanoleonesa" cuyo estatuto comienzan a preparar rápidamente con el propósito de que el gobier­no de la futura nueva región estuviera en sus manos si la regionalización de España llegara a ser una realidad.

La sublevación militar puso fin a estos nuevos planes en el verano de 1936; y la burguesía agraria y terrateniente encontró acomodo en le régimen franquista, aprove­chando el gobierno dictatorial y la demagogia falangista para proteger sus intereses y aumentar su influencia. La Castilla del primer franquismo fue políticamente, en su re­tórica, la Gran Castilla de Onésimo Redondo con amplia base en la cuenca del Duero y capital en Valladolid.

Especial interés para León y para Castilla tuvo el grupo jonsista encabezado por Ramiro de Ledesma (zamorano de tierras sayaguesas) y Onésimo Redondo (de un puebla vallisoletano). Ateniéndose a la confusión en general en el uso de los gentilicios, los historiadores suelen señalar la condición "castellana" de ambos líderes. Onésimo Ro­dondo ha pasado a la historia del falangismo como "Caudillo de Castilla" por antono­masia (53).

El falangismo vallisoletano no tuvo los mismos orígenes que el fundado en Madrid por José Antonio Primo de Rivera. Onésimo Redondo fue el creador de la llamada Junta Castellana de Actuación Hispánica, que en su primer manifiesto se dirigía a las "castellanos" y definía su región como el conjunto de las provincias de Castilla y León. Esta Junta nació en agosto de 1931, casi a la vez que Ramiro Ledesma creaba las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (JONS) a las que el grupo de Redondo se unió en octubre del mismo año, mucho antes de que José Antonio Primo de Rivera fundara Falange Española en octubre de 1933. Onésimo Redondo se manifestaba fogosamente contra los regionalismos y dirigiéndose a sus jóvenes seguidores les arengaba "¡Jóvenes castellanos. Hombres de Castilla y León. Aferraos a vuestra eterna y justa demanda de la España una e imperial!" (54).

El movimiento que propugnaba para Valladolid la capitalidad de Castilla no fue creación de la Junta de Onésimo Redondo ni de las JONS de Ramiro Ledesma, ni de la Falange de José Antonio Primo de Rivera. El falangismo vallisoletano -dice penetrantemente Dionisio Ridruejo- era una variante más radical, más antiliberal y más tradicionalista del agrarismo castellano leonés (55).

A pesar de que en todas las actividades del regionalismo castellanoleonés vinculado al anticatalanismo y a la defensa de los intereses de la burguesía agraria figuraba la provincia de León al lado de las demás leonesas y de muchas de las castellanas (las de las cuencas del Tajo y el Júcar no), siempre se mantuvo en tierras de León un regionalismo de raíz histórica y cultural y un sentimiento colectivo leonés.

A partir de comienzos de siglo se efectuaron manifestaciones culturales leonesas con ocasión del centenario del Padre Isla y del IX centenario de los Fueros de León, en torno al Pendón Real de León o con otros motivos, y se hicieron publicaciones soba temas leoneses o de autores leoneses. No todo era entonces "conciencia económica regional", ni "sano regionalismo" anticatalanista.

El mismo Azcárate, un hombre de amplio espíritu liberal que luchó tenazmente contra el cerrilismo caciquil de su época, mostró siempre gran interés y comprensión por la cuestión de los regionalismos. Frente a los anticatalanistas y los antivasquistas da Gumersindo creía conveniente organizar España en grandes regiones, comenzando por Cataluña, las Provincias Vascongadas y Galicia que tenían mayor conciencia política regional, pues veía en el centralismo unitario un riesgo para el porvenir nacional. Con­sideraba a Castilla como una amplia región que comprendía todas las provincias caste­llanas y leonesas, pero dentro de ella estimó que su tierra leonesa, por la que siempre sintió gran cariño, tenía propia personalidad. Se consideraba castellano en sentido lato; y leonés dentro de ese ámbito mayor. Soy castellano -decía- puesto que soy leonés, y el reino de León es hermano del de Castilla. Aceptaba la unión fraternal de estos dos países, pero en el respeto de la personalidad de cada uno. Por eso, al referirse a los leoneses y los castellanos en relación con los regionalismos expresaba así su opinión: "El escudo de España luce, en lugar preeminente, el león al lado del castillo" (es de­cir, un hermano al lado del otro). Es de recordar que en la época de Azcárate no se te­nían los conocimientos que actualmente se tienen del pasado nacional de España. Hoy -merced a los trabajos de Menéndez Pida¡ y otros historiadores posteriores- es sabi­do que León fue antes y más determinante que Castilla durante los siglos X al XIII, y que después de la última unión de ambas coronas en 1230 (en la cabeza de un infante leonés) la influencia del legado y la tradición leonesa fue factor primordial en el proce­so formativo de la nación española. Más indicado, pues, que Castilla y León sería decir León y Castilla para denominar el conjunto de ambas coronas (cada una integrada a su vez por varios países).

SURGE EL REGIONALISMO CASTELLANO

En el capítulo anterior informamos de las primeras manifestaciones de un regiona­lismo castellano basado en la recuperación de la memoria histórica y la conciencia colectiva así como en el amor al país y a su cultura.

Lo que aquel boticario soriano, ante la para él lamentable decadencia de Castilla, proponía en Almazán en 1896 era, entre otras cosas más o menos atinadas, una divi­sión político-administrativa de España a la española, es decir de acuerdo con sus anti­guos reinos o regiones tradicionales (nacionalidades o regiones históricas en el lenguaje actual), que sustituyera a la afrancesada del Estado centralista. Una de tales entidades -integrada por las cinco provincias de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora- correspondería al antiguo reino de León; otra estaría formada por las provincias de Castilla la Vieja, y las restantes corresponderían también, en sus contor­nos geográficos, a los viejos reinos o regiones tradicionales. Esta regionalización de España es la que, desde el punto de vista de la geografía política, se ha hecho a partir de 1978 dentro del marco legal y del espíritu de la vigente Constitución en la España de las nacionalidades y las regiones autónomas, con las únicas y contradictorias excep­ciones de los antiguos reinos de León, Castilla y Toledo (Castilla la Nueva) que han desaparecido del mapa de las Españas.

El primer regionalismo castellano propiamente dicho no defendía intereses materia­les de clase social alguna, ni trataba de echar la culpa de los males de su país a Catalu­ña ni a ninguna otra región de España. Se dirigía en sus actuaciones a todos los castellanos y los propósitos que le animaban eran ideales, sin relación alguna con em­presas lucrativas.

Lo que este soriano proponía --crear una región político administrativa con todas las provincias castellanas- y los móviles que le impulsaban a ello -la conciencia y el sentimiento de su castellanía- no constituían un fenómeno personal sin par. Otros cas­tellanos, en diferentes lugares del país, abrigaban sentimientos e ideales muy semejantes.

En 1918 se publicó en Segovia, patrocinada por la Sociedad Económica de Amigos del País, una obra titulada La cuestión regional de Castilla la Vieja que tuvo gran re­percusión en Castilla. Su autor, Luis Carretero y Nieva, que conocía lo escrito por Elías Romera, era hombre de formación muy diferente. Nacido en Segovia, había cur­sado la carrera de ciencias en Zaragoza y la de ingeniero industrial en Barcelona, don­de trabó amistades duraderas (entre ellas las de Pedro Corominas, Francisco Layret y Luis Companys) y se compenetró con el republicanismo federal. Había viajado por el extranjero y conocía bien Castilla, especialmente su tierra segoviana. Antes de 1918 había residido, como funcionario del Estado, en Galicia, Logroño y Jaén. En el am­biente donde nació y pasó su infancia se había familiarizado con la geografía y la his­toria de la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia, tema por el que siempre sintió especial cariño. En 1919 su profesión le había llevado a León, ciudad en la que vivió hasta 1933, año en que se trasladó definitivamente a Madrid. Tenía, pues, moti­vos y condiciones para estudiar el asunto que trataba.

En este libro el autor explica su concepción geográfica de Castilla y lo que la histo­ria del país ha sido. Combate el falso tópico de la inmensa llanura castellana, y sobre él dice que la llanura en Castilla es accidental y sólo existe en algunas limitadas co­marcas. Se opone al confusionismo que engloba a León con Castilla la Vieja y trata de anular la personalidad singular de ésta. Señala también el grave error de los catalanes que confunden lo castellano con lo español, y expone cómo a lo largo de la historia el Estado español ha ido destruyendo las instituciones más típicas de Castilla. Se ocupa extensamente de los problemas económicos de Castilla la Vieja en sus diversos aspec­tos: minería, agricultura, bosques, ganadería, industrias y finanzas en las condiciones de su época (muy diferentes de las actuales). Señala la diversidad de las provincias y comarcas castellanas como una de las principales características de la región; y consi­dera necesaria la creación de una Universidad de Castilla la Vieja que preste atención a la cultura regional, en lo que coincide con Elías Romera. Como conclusión propone la constitución de la Mancomunidad de Castilla la Vieja con las provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila y un gobierno regional. Más adelante vere­mos cómo Carretero y Nieva amplia finalmente su visión de Castilla al incluir en ella, sin duda alguna, las provincias castellanas de las cuencas del Tajo y el Júcar.

Después de la publicación de este libro, su autor continuó realizando múltiples acti­vidades en torno al regionalismo castellano (artículos, conferencias, cursillos, libros), en España y en Méjico, donde murió exiliado (55a0(56)(57).

Dada su desvinculación con cualquier clase de intereses de grupo (económicos o po­líticos), el regionalismo castellano no contó con más recursos que el desinteresado es­fuerzo de sus defensores, no obstante lo cual la conciencia regionalista se extiende, con desigual intensidad, por todas las provincias de Castilla. En Segovia hay un núcleo im­portante que vincula el amor a su tierra segoviana con el regionalismo castellano y concibe una moderna Castilla como mancomunidad de todas las provincias castellanas. En 1918 se funda el Centro de Estudios Regionales y Segovianos. En 1919 un grupo de intelectuales segovianos, al que se incorporó Antonio Machado, entonces profesa del Instituto, funda la Universidad Popular de Segovia (antecesora de la Academia de Historia y Arte de San Quirce). Formaban parte de este grupo los más notables regio­nalistas segovianos. En el mismo año aparece el diario La Tierra de Segovia de ten­dencia regionalista. En este periódico el soriano José Tudela define el regionalismo castellano "como un resurgimiento espiritual y material de la región hacia una vida más libre y progresiva".

Punto importante de referencia en la historia del auténtico regionalismo castellano es la conferencia que el primero de diciembre de 1918 dio Luis Carretero en el Teatro Principal de Burgos. Dijo en tal ocasión que el regionalismo castellano era el movi­miento democrático de un pueblo que quería trazarse su propio rumbo y constituía por ello parte de un problema de carácter universal. Afirmó que el regionalismo es una conciliación entre la tradición y el progreso. Entre el particularismo regional y el pa­triotismo nacional español. No es posible reducir España a la idea de Castilla, lo que sería imponer un nacionalismo castellano y dar la razón a los separatistas de otras regiones. Hizo notar la ausencia de una universidad de Castilla la Vieja necesaria para la cultura castellana. Dijo que España como nación precisaba el despertar de todas sus re­pones y apoyó su argumentación en el recuerdo de la realidad histórica, y añadió que León necesitaba una autonomía regional y Castilla la Vieja otra. Definió a Castilla como una agregación de comarcas cada una de ellas con fisonomía propia. Y finalmen­te se opuso a la hegemonía que alguna ciudad pretendía ejercer sobre las provincias de su entorno.

A raíz de la proclamación de la II República, el Ayuntamiento de Segovia, mayori­tariamente republicano, acordó por unanimidad apoyar la autonomía de Castilla la Viej­a propuesta por el Ayuntamiento de Soria y rechazar la Mancomunidad de la Cuenca del Duero centrada en Valladolid. El grupo regionalista segoviano -segoviano dentro de Castilla- comienza a desarrollar una intensa labor cultural en pro de una Castilla autónoma que comprendiera además de las seis provincias de Santander, Burgos, Lo­groño, Soria, Segovia y Ávila, las castellanas de las cuencas del Tajo y el Júcar(58).

Por entonces y en el año siguiente el escritor y profesor de filosofía Ignacio Carral realizó una intensa campaña de artículos y conferencias sobre la personalidad regional de Castilla y la necesidad de preparar su autonomía. Publicó en Burgos una serie de cinco artículos sobre el fracaso del unitarismo español, la geografía y la historia de la región castellana, y lo que Castilla debía hacer en aquellas circunstancias (59).

En la Universidad Popular Segoviana Carral dio una conferencia en la que rechazaba la división de Castilla en la Vieja y la Nueva, que dejaba el campo preparado para unir Castilla la Vieja a León y el resto de las tierras castellanas a La Mancha. "¡Y ha­cer desaparecer a Castilla del mapa de España!". (Augurios que si entonces algunos to­maron por desvaríos de intelectuales que no tenían sus pies en la tierra, fueron dura anudad cincuenta y dos años después) (58).

Al final de esta conferencia Carral dio a conocer las bases para un Estatuto de auto­nomía del territorio segoviano, que con otros semejantes de las otras provincias caste­llanas pudieran integrar, progresivamente y de abajo a arriba, la región autónoma de CastiIla (60,61 ).

En los libros sobre el regionalismo en Castilla y León (regionalismo castellano-leo­nés, generalmente abreviado como regionalismo castellano) apenas se encuentran menciones al regionalismo propiamente castellano y las pocas que pueden hallarse suelen ser reducciones parcial y peyorativamente presentadas.

LA PERSONALIDAD NACIONAL DE CASTILLA

Uno de los más graves problemas que al final de franquismo brotaron de manera incontenible tras cuarenta años de represión, fue el de los nacionalismos internos, los regionalismos y las autonomías que José Luis Abellán, en su análisis intelectual de la transición (1975-1980), denomina genéricamente el problema de la identidad na­cional (108).

Conocido lo que hasta entonces fueron las actividades nacionalistas y regionalistas durante el franquismo en general, veamos que ocurrió con los regionalismos en los ca­sos concretos del País Leonés, Castilla y las provincias del antiguo reino de Toledo, tres entidades históricas en que la cuestión de las autonomías se halla sumamente en­marañada.

En libros que contienen la historia del regionalismo en "Castilla y León" o regiona­lismo "castellano-leonés", que abarcan cronológicamente todo el siglo XIX y los años transcurridos del XX, hay un vacío completo desde 1936 a 1976; es decir, no registran actividad alguna relacionada con esta cuestión durante las cuatro décadas del franquis­mo. Regionalismo "castellano-leonés", o abreviadamente, regionalismo "castellano" con la significación equívoca de estas denominaciones, no existió realmente durante el franquisrno, como no existió durante la monarquía de Alfonso XIII.

Hemos visto que los llamados "agrarios castellanos" constituían una oligarquía ca­ciquil, de terratenientes y financiadores del comercio de cereales, con base principal en Valladolid. Encarnaban el centralismo político más intransigente de su época; y, pre­sentándose como portavoces de los agricultores castellanos se oponían tenazmente a cualquier clase de autonomías. Cromo bandera en defensa de sus intereses (coincidentes con los de los latifundistas andaluces) alzaban la de la unidad de la patria frente al se­paratismo, que así llamaban al regionalismo catalán. Usaban el nombre de Castilla con absoluta impropiedad puesto que la híbrida zona que decían representar no corresponde al viejo reino de Castilla.

Cuando durante la II República, a pesar de la tenaz oposición de este grupo, la regionalización de España estaba en marcha, los agrarios castellanos presentaron un Es­tatuto de Autonomía rápidamente preparado, siempre con el propósito de defender sus intereses económicos, Tal fue el origen de este regionalismo castellano-leonés de con­ciencia con base en la economía, como acertadamente dice de él uno de sus historiado­res (109). Regionalismo circunstancial, carente de raíces y de memoria histórica.

Nada tiene pues de extraño que tales regionalistas se esfumaran en 1936 al produ­cirse la sublevación militar y no fueran víctimas señaladas de la cruel represión que enlutó a Valladolid aquel trágico verano. Aquellos regionalistas castellano-leoneses de­jaron de serlo porque la ideología unitaria, centralista y reaccionaria de los sublevados y los falangistas vallisoletanos no se diferenciaba mucho de la suya; y la Gran Castilla Imperial de Onésimo Redonde, asentada sobre la planicie del Duero y con capital en la ciudad del Pisuerga coincidía en sus límites geográficos con su feudo político. En re­alidad era Onésimo Redondo el que había heredado esta visión geográfica de "Casti­lla" de los caciques trigueros del siglo XIX, y de los literatos de la generación del 98 que la habían idealizado.

La oligarquía agraria se incorporó al régimen del general Franco, que respetó sus in­tereses, y no dio señales de actividades regionalistas hasta que en 1976 resurgió con mayor vigor la cuestión de las autonomías. Pero entonces, tras cuarenta años de enseñanza de una historia nacional falseada, la Castilla de Onésimo Redondo era la Castilla que tenían en mente la mayoría de los españoles. Una Castilla sin la Montaña cantábri­ca, ni la Rioja, ni las tierras de Madrid, Guadalajara y Cuenca, pero con todas las pro­vincias leonesas y la 'Tierra de Campos; y un País Leonés oculto en el olvido.

El regionalismo propiamente castellano, a diferencia del castellano-leonés, surgió de manera natural en Castilla corno sentimiento colectivo ajeno a todos interés econó­mico de grupo o clase social y sin vinculaciones políticas de partido. Careció de recur­sos financieros, de prensa influyente y de apoyos gubernamentales, y se mantuvo con el desinteresado apoyo de pequeños grupos de castellanos con viva conciencia colecti­va en varios lugares de Castilla. Ya queda dicho algo sobre sus actividades desde co­mienzos de siglo hasta el estallido de la guerra civil de 1936.

Si por un lado los jóvenes fueron mantenidos durante las cuatro décadas del fran­quismo al margen de toda idea regionalista, por otro la labor realizada por algunos es­tudiosos de la historia general de España y de las particulares de León y de Castilla fue en estos años muy valiosa; tanto que ha dejado un caudal de conocimientos sobre el pasado histórico que, bien utilizado, puede ser firme cimiento de un brillante y vigoro­so renacimiento en estas dos entidades históricas.

En estas condiciones los trabajos de Menéndez Pidal sobre la historia de Castilla, publicados en España y en el extranjero, son de sumo interés. En 1942 don Ramón pu­blicó en Buenos Aires el volumen titulado El idioma español en sus primeros tiempos. Escrito con el rigor propio de toda su obra, este libro de fácil lectura, abreviación de los Orígenes del español -"obra sin par de la filología románica"- es de un valor inapreciable para quien quiera iniciarse en el conocimiento de los orígenes de Castilla y de la lengua castellana, así como de la personalidad histórica de esta vieja nacionali­dad. Enseña mucho, a la vez, sobre los orígenes del reino de León y sus características, y lo que fue el viejo romance leonés, parecido al gallego, que --con variantes dialecta­les- se habló en tierras de Asturias, León y Extremadura. Trae un interesantísimo apéndice sobre El habla del reino de León en el siglo X, que es el prólogo a un trabajo de Sánchez-Albornoz titulado Estampas de la vida en León en el siglo X'. Estos dos li­bros -el de don Ramón y el de don Claudio- nos parecen de conocimiento obligado para los leoneses y los castellanos que deseen saber algo realmente fundamental de la historia de sus respectivos países, y aun para todo español curioso por conocer aspec­tos muy significativos de la historia general de su patria.

En 1943, con motivo del Milenario de Castilla, Menéndez. Pidal dio en Burgos una conferencia que, con el título de Carácter originario de Castilla, fue editada en Bue­nos Aires en 1945 como primero de un conjunto de varios trabajos (conferencias y ar­tículos) recogidos en un volumen. La riqueza de estas enjundiosas páginas en enseñanzas y datos de interés sobre la primitiva Castilla es extraordinaria.

Otro libro de Menéndez Pidal cargado de buena información sobre los orígenes as­turianos del reino de León; lo que León y Castilla fueron en los siglos X, XI y XII; y la trascendental significación del imperio hispano leonés en el conjunto histórico de las Españas medioevales, es El imperio hispánico y los cinco reino.,, publicado en Madrid, en 1950. Don Ramón destaca en esta obra la influencia que en aquellos siglos tuvo el imperio hispánico legionense en la formación de la nación española.

También en 1950 se imprimió, en Buenos Aires, El Cid Campeador, un estudio his­tórico de este personaje castellano -muy deformado en su imagen legendaria- que contiene interesantes noticias sobre los ambientes políticos de León y de Castilla en el largo reinado de Alfonso VI, las luchas políticas y armadas entre leoneses y castella­nos; y la familia de los Beni-Gómez, poderosos magnates leoneses que gobernaban gran parte del reino y que, a finales del siglo XI, fundaron Valladolid.

Valiosísima gin par en la moderna historiografía española, se ha dicho -es la obra de Menéndez Pidal. Discutible en algunos de sus enfoques y conclusiones sobre la historia política de España, no ha sido hasta hoy superada en la aportación de datos y la apertura de posibles interpretaciones en los aspectos aquí reseñados.

Historiador español que realizó gran obra en el exilio fue don Claudio Sánchez-Al­bornoz. Entre su más notable producción están los volúmenes dedicados al estudio de los reinos de Asturias, León y Castilla en los siglos medioevales. Lo más importante de estos trabajos está recogido en el Tomo VI, Volumen 1 de la Historia de España fundada por Menéndez Pida] (La España cristiana de los siglos vlll al XI. El reino as­tur-leonés. 722- 1037. Madrid, 1980); el libro ya citado Estampas de la vida en León en el siglo X, Madrid, 1950; los dos tomos de España Un enigma histórico, editados en plena polémica con Américo Castro, Buenos Aires, 1956; y multitud de artículos monográficos, entre ellos Sensibilidad política del pueblo castellano en la Edad Media (Separata de la Revista de la Universidad de Buenos Aires, 1948).

En la obra de Sánchez-Albornoz hay dos aspectos muy diferentes. En el primero, don Claudio es el erudito investigador en busca del dato exacto, que calibra con rigor. Aquí su aportación al saber histórico es muy valiosa y justifica el esfuerzo del autor. En el segundo, es el exegeta influido por sus sentimientos religiosos y patrióticos, o por sus ideas políticas. En esto don Caludio se apasiona, y llega a lanzar tronantes maldiciones contra los que no comparten sus puntos de vista ni aceptan sus conclusio­nes. Aspecto que puede dejarse a un lado para retener solamente lo mucho valioso de su extensa obra. De ella lo más útil es la erudición, son los hechos y los datos concre­tos sobre los acontecimientos narrados. En este punto recordamos lo que Pío Baroja decía de Menéndez Pelayo: de don Marcelino, el dato.

En sus escritos políticos más polémicos (que publica como historiador) don Claudio se contradice más de una vez palmariamente. Así, en cartas publicadas en el Diario de Burgos (5.X1.1980 y 7 del mismo mes) hace castellana a Valladolid en contradicción con la historia de la conquista de la llanura leonesa por Alfonso III de Oviedo, por él mismo referida como origen del reino de León. Y a la vez abomina de quienes propug­namos un estatuto de autonomía para León y otro para Castilla, como para todas y cada una de las regiones de España.

Para don Claudio somos malos españoles, dignos de maldición, los que pedimos es­tatutos singulares para Castilla y para León porque lo considera incitar a la separación de hermanos; pero en otra carta dirigida a sus amigos navarros (29.11.1980) les dice que desea para Navarra que conserve su personalidad dentro de España, como las otras regiones españolas; Aragón, Cataluña, Valencia, Castilla, León, Andalucía, Asturias, Galicia, las Provincias y Vascongadas. "Deseo que Navarra viva libre de toda sumi­sión a ninguna otra región española. Ella lo merece" (110).

En un breve y agudo ensayo sobre la importancia de la mentira en la historia Caro Baroja viene a decir que una cosa es la erudición y harina de otro costal su buen empleo (111).

Como recuerdo de las fiestas celebradas en Burgos en 1943 "para conmemorar la constitución de Castilla como estado libre e independiente", Luciano Serrado, abad de Silos, dirigió una nueva edición del Poema de Fernán González con un estudio preli­minar suyo (112). La parte de este poema vinculada a la historia y la tradición primige­nia de Castilla es de grandísimo interés para el conocimiento de la vida social y la conciencia colectiva de los primeros castellanos, gentes oriundas de la Montaña santan­derina y burgalesa, en unión de los vascos.

En octubre del mismo año publicamos en El Nacional de Méjico dos artículos A propósito del Milenario de Castilla en los que comentábamos la celebración que de este acontecimiento se hacía en España, donde se tributaba homenaje al conde Fernán González como precursor del "Caudillo de España" Francisco Franco. Están fechados en Holcatzín, un lugar de la selva maya donde entonces vivíamos en un campamento agrícola. En aquellos lejanos parajes fue la nuestra una vocecita que pudo alzarse libre• mente en defensa de la causa de Castilla.

Importantes estudios sobre la historia de Castilla propiamente dicha, que también contienen valiosa información sobre el reino de León y las historias comparadas de ambos países, son los que en esta época publicó Justo Pérez de Urbe¡, historiador y abad mitrado del Valle de los Caídos, entre ellos: los tres tomos de la Historia del Condado de Castilla. Madrid, 1945, (Edición refundida con el título El Condado de Castilla. Madrid, 1969). Fernán González. Madrid, 1943. (Edición renovada y editada con el título Fernán González. El héroe que hizo a Castilla. Buenos Aires, 1952). San­cho el Mavor de Navarra. Madrid, 1950. Historia de España dirigida por Menéndez Pidal. Tomo V1. España cristiana. Comienzo de la Reconquista (711-1038), por Justo Pérez de Urbel y Ricardo del Arco Garay, Madrid, 1956. Los vascos en el nacimiento de Castilla. Bilbao, 1946. Como es el caso de no pocos autores, en Justo Pérez de Ur­bel --profeta del pasado", él mismo se dice- es valiosa la erudición (los hechos y los datos concretos); pero es preciso no confundir esta con lo mucho que en la obra de este monje hay de pasión patriótica y política, y de prejuicio religioso.

En 1947 publicó has Españas en Méjico (Núm. 3) nuestro primer artículo en esa revista (Castilla en el panorama de las Españas). Ya hemos dicho que este mismo grupo de españoles exiliados en Méjico publicó en 1948 la primera edición de Las na­cionalidades españolas de Luis Carretero y Nieva, obra fundamental en la formación del pensamiento regionalista castellano.
En sus primeros trabajos, Luis Carretero, ateniéndose a la división regional entonces en uso, entendía bajo la denominación de Castilla la Vieja el conjunto de las seis provincias de Santander, Burgos, Logroño, Soria, Segovia y Ávila. A medida que avanzó en sus estudios castellanos, comprendió que las tierras del Alto Tajo y del Alto Júcar (provincias de Madrid, Guadalajara y Cuenca) no eran, por su historia y su geografía, menos castellanas que las del Alto, Duero, el Alto Ebro y la Montaña cantábrica, y así lo consideró en todos los trabajos que sobre Castilla escribió en Méjico.

Coincidiendo con los historiadores de la primitiva Castilla cantábrica, los estudiosos de la filología histórica también sitúan los orígenes de la lengua castellana en un "pe­queño rincón" del norte peninsular, en los límites de la Montaña santanderina con Vizcaya (la vieja raya entre los autrigones y los cántabros). En 1942 Rafel Lapesa da a luz -con un prólogo de Menéndez Pidal- la primera edición de su Historia de la lengua española (113), una de las obras más conocidas de los discípulos de don Ramón que afirman y continúan la obra de su maestro.

En páginas anteriores hemos mencionado los trabajos de Tovar, Caro Baroja y otros autores sobre los orígenes cantábricos del castellano y las vinculaciones de este con el eusquera, publicados en esta época.

En 1953 la Diputación Provincial de Segovia publicó una monumental edición crítica de los Fueros de Sepúlveda dirigida por Emilio Sáez, con un estudio histórico-jurídico de Rafel Gibert y otro lingüístico de Manuel Alvar. Con el nombre de Fueros de Sepúlveda se conocen en la historia de Castilla el llamado Fuero Latino, constituido por una ordenación jurídica de la época de Alfonso VI de León y I de Castilla ( 1076) de la cual se conserva una copia de la época de doña Urraca de León y Castilla y su esposo Alfonso 1 de Aragón en el monasterio de Silos, y otras posteriores; y el llamado Fuero Romanceado, que se conserva en el Archivo municipal de Sepúlveda. Ambos son estudiados en esta edición.

Conocida es la gran importancia que el Fuero de Sepúlveda tiene en la historia pro­piamente castellana. De su preámbulo se deduce la existencia en Sepúlveda de un derecho foral más antiguo -probablemente no escrito- que data de la primera repo­blación de la villa por el conde Fernán González, entre los años 923 y 931 (114).

El Fuero de Sepúlveda fue modelo de legislación foral en muchos lugares de Casi¡­¡la y Aragón, desde Burgos hasta Cuenca y desde Roa hasta Morella. Puede decirse que fue Fuero tipo en todo el territorio de la antigua Celtiberia, tanto castellana como aragonesa. A fuero de Sepúlveda fueron repobladas las comunidades de ciudad y tierra de Calatayud, Daroca, Teruel y Albarracín. Del Fuero de Sepúlveda deriva el de Cuen­ta, aunque este, muy posterior, ya tiene influencias del Fuero Juzgo (115) (116).

El Fuero de Sepúlveda no se extiende al poniente del Pisuerga, y no rigió en ningún lugar del reino de León (algunos pueblos hoy de la provincia de Valladolid fueron cas­tellanos antes de la creación de las actuales provincias). Repobladores castellanos lo llevaron durante la Reconquista a algunos lugares de la Extremadura leonesa y al reino de Toledo, donde no llegó a arraigar. Aunque frecuentemente se habla de la repobla­ción medioeval de las Extremaduras castellana y leonesa como si se tratara de un solo fenómeno histórico, en realidad fueron muy diferentes. La repoblación de la extrema­dura leonesa (hoy Extremadura por antonomasia) es muy semejante a las de Andalucía y la Mancha; la de la Extremadura castellana, hermana gemela de su vecina aragonesa.

En 1954 se publicó en Santander el libro de A. Ballesteros Beretta La marina cán­tobra y Juan de la Cosa, obra que pone de manifiesto la importancia que la Montaña atábrica, o Costa de la Mar de Castilla, tuvo en la historia cstellana.

La Geografia del condado de Castilla a la muerte de Fernán González de T. López Mata -ya mencionada en páginas anteriores- publicada en 1957 contiene una deta­llada descripción geográfica del teritorio de Castilla en el siglo X y sus límites, que al occidente son la raya tradicional con el reino de León.

Por invitación de su presidente, Pedro Bosch Gimpera, en el verano de 1957 dimos ea conferencia en el "Institut Catalá de Cultura" de Méjico sobre La personalidad de Castilla en el conjunto ele los pueblos hispánicos. El texto de esta conferencia y un ar­ticulo de don Pedro (Cataluña, Castilla, España) fueron editados por Las Españas en 1960 con un prólogo de José Ramón Araña.

En 1966 la revista Comunidades del Instituto de Estudios Sindicales, Sociales y Cooperativos de Madrid reprodujo ---con pequeñas enmiendas convenidas- dichas conferencias. Y en 1967 la editorial Fomento de Cultura Ediciones creyó posible publi­car una tercera edición ampliada de este trabajo, que -redactada de acuerdo con la cir­cunstancias- se imprimió en Valencia en 1968 con el mismo título, La personalidad de Castilla en el conjunto de los puebos hispánicos.

En el volumen España y Europa, editado en Valencia en 1971, volvimos a exponer la naturaleza varia de la nación española y, dentro de su pluralidad, los distintos oríge­nes y desarrollos históricos de Castilla y de León.

Libro importante en el actual renacimiento del regionalismo castellano es historia de la comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia titulada Segovia: Pueblo, Ciudad y Tierra que constituye una excelente introducción al estudio de la Castilla comunera mediante un caso concreto de la mayor significación. Con esta obra su autor, el jurista e historiador Manuel González Herrero, reanuda en 1971 en su tierra el hilo, a punto de romperse, del pensamiento regionalista castellano, continuando la labor de quienes habían comenzado a fijarlo en el primer tercio del siglo.

González Herrero es también autor de una interesante Historia jurídica y social de Segovia, así como de otros libros, conferencias y artículos sobre temas castelanos.

Julio González es autor de un gran trabajo sobre El Reino de Castilla en la época de Alfonso VIII (Madrid, 1960. Un tomo dedicado al estudio del reinado, y dos más con documentos e índices). Alfonso VIII (en la nomenclatura general y IIIde este nombre en Castilla) fue de hecho el único rey privativo de Castilla de largo reinado (su padre Sancho sólo reinó un año). Durante su gobierno Castilla conquistó Cuenca (117) y toda la Castilla del Alto Júcar, que organió a la castellana, con fuero y concejos comu­neros. En el reinado del III Alfonso castellano las comunidades de ciudad (o villa) y tierra alcanzaron en Castilla su mayor desarrollo político, económico y militar. En esta época el Concejo de Madrid, con asentimiento del monarca, se dio su propio fuero de comunidad (año 1202) como concejo libre (117). Este Alfonso de Castilla mantuvo en­conadas luchas, políticas y armadas, contra su tío y tocayo Alfonso IX de León por la posesión de la Tierra de Campos, que los monarcas leoneses siempre defendieron como parte muy apreciada de sus dominios y los gobernantes castellanos siempre con­dicionaron por su riqueza agrícola. Alfonso de Castilla ocupó por la fuerza parte de esta comarca que comenzó a castellanizarse lingüísticamente pero que mantuvo inalteradas sus estructuras sociales,y políticas leonesas.

Otro libro sobre tema histórico escrito y editado durante el franquismo es el que con el título Sobre los orígenes sociales de la Reconquista, recoge tres trabajos de A. Bar­bero y M. Vigil publicados anteriormente en revistas. En contraste con los que tratan de unificar varías historias diferentes a costa de deformar cada una de ellas, este volu­men resulta muy esclarecedor de aspectos confusos de los orígenes de Castilla, las co­munidades vascas (Ávala, Vizcaya y Guipúcoa), Navarra y Aragón a partir de las tribus prerromas, cántabras y vasconas.

En 1976 se publicó, también en Barcelona, un libro titulado Gracia y desgracias de Castilla la Vieja, en el que el autor (leonés del Bierzo con quien después hemos hecho excelente amistad) narra, con buena y amenísima prosa, sus andanzas -viajes viaja­dos- por tierras de las mismas seis provincias tradicionalmente incluidas en Castilla la Vieja (I I7-a).

Entre 1939 y 1978 se editaron mapas regionales de España en los que el reino de León continuaba figurando con sus cinco provincias tradicionales, aunque también se publicaron otros en los que esta región quedaba reducida a las tres provincias de León, Zamora y Salamanca. Generalmente se respetaba la división histórica en las enciclope­dias y en las publicaciones oficiales más importantes, como las del Instituto Nacional de Estadística, donde el reino de León viene definido por el conjunto de las provincias de León, Palencia, Salamanca, Valladolid y Zamora (118).

Según consta en la edición original de la Enciclopedia España (tomo XXIX) el Rei­no de León "comprendió en la Edad Media las actuales provincias de León, Palencia, Valladalid, Zamora y Salamanca, y todavía se considera como una de las regiones his­tóricas en que se divide la Península Ibérica".

Según el Diccionario Enciclopédico Ilustrado VOX (edición de 1965, tomo I) León es la "región española que comprende, aunque no exactamente, el` antiguo reino de León. Se divide en cinco provincias: León, Zamora, Salamanca, Valladolid y Palencia".

En muchos otros diccionarios enciclopédicos consultados, españoles y extranjeros, encontramos definiciones análogas del antiguo reino de León.

Citaremos por último -traducido- lo que dice la Enciclopaedia Britannica (Edi­ción de 1969, tomo 13, artículo: León, Kingdom of). "Se considera que en la baja Edad Media comprendía el territorio de las actuales provincias de León, Palencia, Salaman­ca, Valladolid y Zamora, juntamente con la provincia asturiana de Oviedo. Los reyes de León gobernaban en la Edad Media Galicia, así como el condado de Portugal antes de su independencia en 1140. Los reyes leoneses eran también, por lo menos nominal­mente, señores de los condes de Castilla. Los dialectos medioevales del grupo astur­leonés, hablados y escritos, eran señaladamente diferentes de la lengua de Castilla. Actualmente todos ellos se hallan en retroceso ante el castellano, pero perviven tenaz­mente en Asturias y, en alguna extensión, en zonas rurales de León y Zamora". Hemos copiado este trozo porque, en forma muy sucinta, expresa con notable exactitud la re­alidad histórica.

En 1974 se editaron en Barcelona dos tomos de una Guía de Castilla la Vieja escri­tos por Dionisio Ridruejo. El primero describe las provincias de Santander, Burgos y Logroño, y el segundo las de Soria, Segovia y Ávila de acuerdo con el criterio general sobre las regiones tradicionales en uso desde la división provincial de 1933. Aquí cree­mos interesante anotar que entonces habíamos establecido epistolarmente buena amis­tad con el escritor soriano. Durante la breve estancia de este en Méjico tuvimos con él una cordialísima conversación durante la cual nos dijo que años atrás hubiera incluido en la mencionada obra las provincias de Valladolid y Palencia, pero que tras la lectura de "Las nacionalidades españolas" y otras cosas sobre el tema había llegado a la con­clusión de que la Tierra de Campos era una comarca indudablemente leonesa.

Al final de la etapa histórica del franquismo, los españoles se habían ido formando una idea de España y de sus respectivos pueblos en un ambiente de enfrentamiento en­tre dos tendencias antagónicas: la oficial de la España una, que exigía un estado unita­rio y centralista; y la de la España real, varia y plural, cuyos diversos pueblos requieren autonomía en el gobierno de sus asuntos internos. El desgaste del régimen tras cuarenta años de ejercicio dictatorial del poder; la necesidad de libertad intelectual y política manifiesta en sectores cada vez más amplios y los sentimientos colectivos heridos en regiones más y más conscientes de su particular personalidad (sobre todo en Cataluña y el País Vasco), habían llevado a la mayoría de los españoles a desear un cambio general de régimen hacia un estado democrático, descentralizado y con gobier­nos autónomos en los diversos países o regiones de la nación.

El hostigamiento permanente y los ataques brutales desde el gobierno a los senti­mientos nacionales de los catalanes y los vascos, y con menor frecuencia a los de los gallegos y otros pueblos de España (asesinato del regionalista andaluz Blas Infante), habían producido efectos contrarios a los fines uniformadores proclamados por el fran­cofalangismo.

Por otra parte, la propaganda cultural y política y la enseñanza oficial de la historia -más acentuadamente en los primeros años de preponderancia falangista- tuvo ca­racterísticas especiales en tierras de Castilla y de León. Si en toda España el franquis­mo trató de inculcar en las mentes de los jóvenes la idea de la España una y el Estado centralista v el rechazo de toda clase de nacionalismos autonomías y concepciones fe­derales, en las provincias de León, Castilla y Castilla la Nueva trató de despertar en sus habitantes cierto sentimiento de superioridad moral y más alto patriotismo, consi­derándolas españoles ejemplares, ajenos a toda debilidad o desviación "separatista" (entiéndase concepción pluralista de la nación o federalista del estado). A los leoneses procuró privarles de conciencia colectiva propia, inculcándoles la idea de que ellos son castellanos, porque León y Castilla la Vieja son una sola Gran Castilla cuyo núcleo te­rritorial básico es la cuenca del Duero. Tal fue la Castilla exaltada en los primeros años del francofalangismo, cuando se alabó la memoria de Onésimo Redondo como Caudillo de Castilla.

Este ropaje falangista pronto resultó estorboso, por lo que se le arrumbó en el olvi­do. Pero la idea de una región castellano-leonesa con asiento geográfico en la cuenca del Duero y capital en Valladolid, inventada a mediados del siglo XIX por los caciques agrarios, idealizada y recreada como "Castilla literaria" en 1898 (119`) e impuesta dog­máticamente por las falangistas en 1936, se mantuvo en la transición democrática (1976-1978) adaptándola a las nuevas circunstancias políticas.

Todo ello ha sido causa de una patológica dicotomía política nacional que exponemos en el capítulo siguiente.

NOTAS

24 Celso Almuirla: Castilla .sale de su letargo, en "historia 16", agosto de 1978.
25 ídem. 1.a prensa vallisolelana en el siglo xtr. Valladolid, 1977. T. I. p. 487, T. 11. p. 483.
26 Ángel García Sáenz La defensa de los intereses trigueros en los orígenes del regionalismo castella­no-leones, en Nacionalismo y regionalismo. Córdoba, 1985, pp. 69-73, 192.
27 Miguel de Unarnuno: La eterna Reconquista, en el volumen Paisajes del alma.
28 ídem.León, en el volumen Andanzas y visiones españolas.
29 J. Ortega y Gasset: Geometria de la meseta, en Notas de andar y ver. Obras Completas. 'f. 11.
30 Azorín: ('astilla, en el volumen f.7 paisaje de España visto por los españoles. Buenos Aires, 1943.
31 Gregario Marañón: La catedral de León, en el volumen España en mi recuerdo. Selección antológica de vanos autores Editorial Mateu. Barcelona, 1962 p. 181.
32 W. Fernández Flórez: Castilla, la anchurosa, en el misrno volumen. p. 150.
33 Memoria acerca de la Información agraria en ambas Castillas, encomendada a este Centro por Real Orden de 25 de junio de 19114, redactada por Adolfo, A. Buylla y G. Alegre. Instituto de Reformas Sociales. [Orden el voltunen Aliseria r conciencia del cangresino castellano. Introducción. notas y comentarios por Julio Arostegui. Narcea, S. A. Ediciones Madrid, 1977.
34 Miguel de Unamuno: La casta histórica de Castilla, y El espiritu castellano, en el volumen En tor­no al casticismo. Madrid, 1971.
35 J. Ortega y Gasset: España invertebrada. Primera parte. 3. Ohras Completas. T. 111 p. 61.
36 C. Sánchez-Albornoz: Ensavos sobre historia de España. Madrid, 1973. pp. 151-156.
37 Manuel Azaña: Discurso en las Cortes el 27 de marzo de 1932; y Discurso en las Cortes el 14 de noviembre del mismo año. Obras Completas. México, D. F, 1966, Tomo 11. pp. 284, 466, 469.
38 Dárnaso Alonso: Romance de la partición de los reinos por el re-v don Fernando 1, en el Cancione­ro J. romancero español.
39 Ramón Menéndez Pidal. Undécimo de los Romances del Cid, en Flor nueva de romances viejos. Buenos Aires, 1938.
40 Américo Castro y Federico ate Unís; Fueros leoneses de Zamora, Salamanca. Ledesma y Alha de Tormes. Madrid, 1916.
41 Leopardo Martín Echevarría: España. El país y sus habitantes. México, D. F. 1944. p. 205.
42 Pedro Bosch-Gimpera: El poblamiento antiguo y la formación de los pueblos de Espada. México, D. F. 1944. p. 138
43 C. Sánchez- Albornoz: España. Un enigma histórico Buenos Aires, 1956. Tomo II. p. 409.
44 Justo Gorizález Garrido: La Tierra de Campos. Valladolid, 1941. pp. 98, 101, 125.
45 íd ihidem. pp, 40, 94.
46 J. Ortega y Gasset: Discurso en Oviedo 10. IV. 1932. Obras Completas T. XI. p. 435.
47 1. Vicens Vives. Atlas de Ilisroria de España. Lámina LXVII y texto correspondiente. Barcelona,
1977.
48 íd., ibídem. Lámina XLII.
49 José María Jover: Introducción a la Historia de España. (A. Ubieto, J. Reglá, J. M. Jover y C. Seco), Barcelona, 1965. pp. 626-627.
50 Julio Valdeón: Aproximación a la historia de Castilla y León. Valladolid, 1982. p. 113.
51 Enrique Orduña' El regionalismo en Castilla y León. Valladolid, 1986. p. 114.
52 Miseria y conciencia del campesino castellano. Introducción, notas y comentarios por Julio Aroste­gui. Narcea, S. A. Ediciones. Madrid, 1977. pp. 63, 65, 80, 253-257.
53 Onésimo Redondo. Caudillo de Castilla.
54 Enrique Orduña: El regionalismo en Castilla y León. pp. 263-264.
55 Celso Almuiña: llistoria de Castilla y León. Tomo 10. Ámbito, Ediciones. Valladolid, 1986. pp.
162-163.
55-a Estudios Segovianos. Núm. 5-6. pp, 681-683.
56 Regionalismo Castellano. IV. Segovia, 1982. Número especial dedicado a la memoria de Luis Ca­rretero Nieva.
57 Manuel González Herrero: Memorial de Castilla. Segunda edición. Segovia, 1983. El Cap. XIII está dedicado al pensamiento sobre Castilla de Luis Carretero Nieva.
58 íd., Ibídem. pp. 166-173.
59 Diario de Burgos 21 al 25 mayo 1931
60 M. González Herrero: La entidad histórica de Segovia . Segovia 1981 pp 142 y ss.
61 Regionalismo castellano III. Segovia 1982

108 José Luis Abellán: La función del pensamiento en la transición política. (España 1975-1980: Con­flictos y logros de la democracia, Madrid. 1982).
109 Enrique Orduña: r_7 regionalismo en (-astilla y León. p. 72.
110 C. Sánchez-Albornoz: Orígenes y destino de Navarra. Trayectoria histórica de Fitsconia. Barcelo­na, 1984. p. 161.
111 Julio Caro Baroja: El mito del carácter nacional. Meditaciones a contrapelo. Madrid, 1970. pp. 43 y ss.
112 Poema de Fernán González. Edición de Luciano Serrano. Madrid, 1943.
113 Rafael Lapesa: Hlistoria de la Lengua Española Octava edición. 1980. pp. 39-43, 53, 130, 164, 174-175, 179, 184-191 y mapa de la expansión del castellano.
114 M. González Hetrero:Historia jurídica y social de Segovia. Segovia 1874. pp. 30-33.
115 Rafael Gibert., en Los Fueros de Sepúlveda. Segovia, 1953. pp. 358-362.
116 íd., Historia General del derecho Español Granada, 1968. pp. 36-40.
117 Inocente García de Andrés, y Fnrique Diaz Sanz: Madrid, Villa, Tierra y Fuero. Madrid, 1989, p. 82.


(Anselmo Carretero Jiménez. Castilla, orígenes, auge y ocaso de una nacionalidad. Ed. Porrua, México 1996. Pp 708 y ss.)

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