lunes, noviembre 20, 2006

Un apunte sobre el nacionalismo castellano (Olegario de las Heras. Tierra y Pueblo nº 1 , Valencia 2003

Interesantes consideraciones acerca de lo castellano desde un punto de vista europeo, con una insuficiente consideración de la noción de federación en su sentido originario y tradicional -o acaso confereración - y su incompatibilidad con el concepto moderno de nación. Referencia tangencial dela autor a la noción de máximo autogobierno regional en palmaria contradicción por otra parte con su consideración cuasi-vergonzante de una suficientemente conocida Gran Castilla donde Zamora es una parte de Castilla (vease su artículo la presencia germánica en Castilla); curioso planteamiento en donde un posible planteamiento desde una perspectiva leonesa de autogobierno y federación a la vez es excluido de entrada.




UN APUNTE SOBRE EL NACIONALISMO CASTELLANO

Olegario de las Heras

Tierra y Pueblo nº1

Valencia, enero 2003



Pocos testimonios son tan gráfi­cos acerca de la problemática nacio­nal castellana como que el mismo programa electoral del principal gru­po nacionalista castellano (Tierra Comunera - PNC) comience con una frase como esta: «Castilla como na­ción es una realidad difícil de definir, tanto desde un punto de vista geográ­fico, como histórico o político». En efecto, es difícil encontrar otro ejem­plo en el que la controversia sobre todos y cada uno de los elementos que definen la especificidad de una nación sea tan áspera, tan enconada y presente unas posiciones tan radical­mente opuestas; no es fácil hallar otro caso, en el cual parte de los inte­grantes de ese pueblo no quieran ser­lo, parte no sepan que lo integran, parte les niegue al resto su pertenen­cia a él y al grupo restante le dé exactamente lo mismo el ser parte integrante de él como el no serlo. No obstante, no se trata únicamente de que la percepción que los castellanos de hoy tienen de su propia nación dificulte la articulación de una alter­nativa política «castellanista», sino que el mismo devenir histórico de Castilla, en su tremenda compleji­dad, que la hizo crecer desde los pe­queños núcleos septentrionales hasta el Imperio mundial, para después volver a verla replegarse sobre sí misma, no ha facilitado la vertebra­ción de una conciencia nacional. Más bien todo lo contrario. Estando así las cosas creemos que..., y en este momento del escrito debería comen­zar la consabida exposición de argu­mentos de naturaleza histórica, étni­ca, sociopolítica, económica, psico­lógica... que justificarían la particular concepción de Castilla del abajo fir­mante y que junto a un poco de victi­mismo, un poco de comuneros y al­guna llamada a las inversiones, pú­blicas o privadas, y a la solidaridad, sin precisar muy bien de quien y con quien, constituyen el esquema de la mayoría de los trabajos que sobre el hecho nacional castellano hemos leí­do en los últimos veinte años. Y, créanme, ya van siendo unos cuan­os. Y no han variado nada. Claro que la realidad cotidiana de Castilla sí que ha variado. A peor. Por su­puesto. Con lo que ¡Hala! ¡Venga! más victimismo, más comuneros y más peticiones de inversión... ¡Viva Padilla!

Sin embargo, los castellanos no podemos olvidar que nuestros problemas actuales (muchos y de muy variados órdenes, no estamos para bromas), que compartimos con la mayoría de pueblos europeos, sólo pueden afrontarse desde una posición política de poder. Y desde al menos el siglo XIX la mayoría de los esta­dos-nación europeos no han sido en­tes políticos soberanos. Y en la ac­tualidad Castilla (o Murcia o Catalu­ña) no es sino una sub-región de un territorio administrativo de tamaño medio (conocido como «España») que forma parte de un enano político llamado «Unión Europea». Y lo de­más son historias. O concebir la Polí­tica como un medio para ganarse un sueldo como concejal o como diputa­do, lo que por otra parte, en fin, constituye una aspiración tan legíti­ma como cualquier otra. Pero que nadie nos insulte la poca inteligencia que puedan atesorar nuestras ya esca­sas neuronas (los años y el Valdepe­ñas son implacables) pretendiendo que con los poderes de que disponen Valladolid, Toledo, Logroño o San­tander (o Madrid en cualquiera de sus gobiernos) por mucho que se re­orientasen sus objetivos, se iba a in­cidir en las raíces de los problemas que nos afectan a todos los europeos y que tienen su origen en la actual situación de sometimiento político de nuestro continente. Y hablamos, por ejemplo, del orden económico de libre mercado, del control de los sis­temas económicos por parte de las corporaciones financieras, del con­trol político-militar de los cinco con­tinentes por parte de una única super­potencia, de los procesos encamina­dos a la homogeneización étnica y cultural de todos los pueblos de la Tierra y la patética destrucción de este martirizado planeta o... de nuesra recesión demográfica, de la deso­ladora situación de nuestra econo­mía, nuestra educación o de nuestro profundo desconocimiento de quie­nes somos, de nuestra cultura, nues­tra tradición, en definitiva de nuestra personalidad étnica y de la constante agresión de la que es objeto desde los más variados frentes... Y esto vale, en su enfoque particular, para cual­quiera de las etnias de Europa... Pero que no se nos malinterprete: no nega­mos la necesidad de luchar en todas y cada una de las trincheras que pue­dan excavarse en el más pequeño pueblo de Zamora o en Madrid. Lo que no podemos aceptar es que el objetivo final de la acción «política» se reduzca a una especie de «regeneracionismo progresista o con­servador», más o menos «regionalista» o «nacionalista», que se fundamente en el baboso discurso de valores dominantes. Lo que se pueda conseguir en Ciudad Real se puede perder en Cottbus, en Craco­via o en Siena. « L'Europe se fédére­ra ou elle se dévorera, ou elle sera dévorée». Drieu La Rochelle estaba en lo cierto en 1922 y lo sigue estan­do hoy.

Que los estados-nación de es­tructura centralizada son algo com­pletamente desfasado con relación a la realidad geopolítica que vivimos es de Perogrullo. Que los nacionalis­mos étnicos (o identitarios o carnales o regionales o como diablos se los quiera denominar) deben redimensio­narse y encontrar su enmarque en una estructura política de carácter europeo es de cajón. Que sea en es­tos marcos, más homogéneos y más adecuados por sus dimensiones, don­de, si así se decide, los miembros de cada comunidad popular puedan des­arrollar sus actividades políticas, en coherencia con nuestras tradiciones concejiles: asambleas populares, concejos abiertos, curias (del indoeu­ropeo *kowiriya: reunión de hom­bres, no estamos pensando en conci­lios de sotanas sino en aquellos co­mitia curata en el Campo de Marte), Allthing o eklesías helénicas, y que estos marcos ejerzan un derecho de autogobierno tan amplio como la co­hesión de la estructura política euro­pea lo permita, es algo que a estas alturas debería caer por su propio peso. Debemos tener absolutamente claro que sólo desde la soberanía real que proporcionaría un bloque europeo, verdaderamente independien de cualquier otra potencia del planeta, un gobierno castellano podría hacer frente de verdad a la, seamos tópicos pero lamentablemente es así, secular postración de nuestro pueblo ¿Que una Europa confederada de patrias carnales sólo es una utopía ? .Pues más vale que empecemos a lu char ya por esa utopía. Porque no existe otra alternativa y porque no lo exige la memoria de aquellos pecheros e hidalgos castellanos caídos en Villalar.



Olegario de la Eras,

1 comentario:

Anónimo dijo...

La verdad, yo creo que esa preocupación por Europae, es un tanto desproporcionada.Cuando España está al borde de la desaparición, preocuparse por Europa es...