martes, mayo 29, 2007

Miscelanea abulensica 1. Avila gallega. RES

Con motivo de la publicación del libro ‘Ávila “gallega” ‘ de Emilio Rodríguez Almeida, (Serie Minor nº7 de la Institución Cultural Gran Duque de Alba de la Diputación Provincial de Ávila, Ávila 2002), se plantean una serie de cuestiones acerca de la verdadera ubicación de la Gallecia romana que pesar del remoto pasado considerado tienen “ au rebours” una actualidad insospechada para el moderno debate delimitador de Castilla., término confuso que puede designar prácticamente cualquier extensión que se desee, un topónimo a la carta, si es que tal cosa existe. José Antonio nos obsequia periódicamente con unos recuentos de opinión de unas combinaciones algebraicas sin repetición más bien asimilables a quinielas que no a diferenciaciones esclarecedoras.

Ya desde el primer momento advierte el autor la transcendencia del asunto y las implicaciones que puede tener en el moderno micronacionalismo, nada menos mentar los nombres de las patrias sagradas, algo bastante peor en ciertos ambientes que mencionar a la santa madre.

Así comienza con el exordio:

“Las reflexiones que a continuación voy a hacer parten de una figura histórica y se van a centrar pronto, van a tomar cuerpo y tratar de llegar a un resultado, en un campo completamente diverso: el de un territorio igualmente histórico, ligado a la figura de que partiremos. Podrá parecer, a primera vista, un proyecto tortuoso y, para alguno, incluso desproporcionado; pero no lo es, y demostrarlo no será difícil ya desde estas primeras líneas.

La pervivencia actual de definiciones geográficas nomi­nalmente idénticas a las antiguas es un hecho incontrovertible, exactamente como incontrovertible resulta que los límites ac­tuales de estos territorios no coincidan jamás con los que en­tendieron o establecieron los antiguos. Bastaría referirse, por ejemplo, al concepto Hispania y a su sólo aparentemente equivalente "España" para darse cuenta de la aporia en que vendríamos a encontrarnos si pretendiéramos retener un total paralelo para entrambas. No sólo: hoy vivimos la extraña pa­radoja política de una región autónoma, Cataluña, que habien­do recibido por primera vez de los romanos la identidad no­minal de la verdadera Hispania, pretende no tener que ver en absoluto con la España que entendemos como unidad territo­rial, étnica y política de los tiempos actuales! Se trata de una paradoja que, llevada a sus últimas consecuencias lógicas, de­bería poner al primer capítulo de la reivindicación autonómica catalana el sacrosanto derecho de impedir al resto de los pueblos de la Península el uso de la definición de `españoles': "Llámense como quieran, señores míos: neocartagineses, tar­tesios, carpetanos, lusitanos..., pero no españoles, porque la primera, primogénita Hispania = España, es la Tarraconense, y, substancialmente, la Cataluña actual!". Brindamos con mu­cho gusto (y gratuitamente) la idea al cada día más inteligen­te y lungimirante Presidente de la Generalitat: quién sabe si no le será útil en el futuro.

En otros casos, los nombres históricos antiguos han sufri­do procesos de reducción, como en el caso de la Cantabria y Asturias, o de ampliación forzada, como en el caso de un Ara­gón que, indicando primariamente la Tarraconense costera y su zona de influencia inmediata, con el tiempo pasa a deno­minar sólo una parte de ésta última (y una parte substancial­mente interna y no costera). ¿Otros casos, otros fenómenos? Si hay una región española cuya substancia territorial haya pa­sado prácticamente indemne todos los avatares de la historia ésta es la antigua Baetica. Pero si guerras y luchas, invasiones y reconquistas, califatos, reinos taifas, señoríos y repúblicas, política y administración de todas formas y colores, no consi­guieron alterar substancialmente la realidad territorial, ¿quién hubiera pensado, durante la Antigüedad clásica, que iba a tener que sacrificar su bello nombre en favor del de un pueblo inva­sor tan insignificante y efimero como el de los Vandali Silingi?

Pues bien, un fenómeno paralelo es el que afecta a Ga­llaecia-Galicia, denominaciones para las que en vano iríamos en busca de una identidad precisa a través de los diversos pe­ríodos históricos, porque el nombre, como veremos, `emigra', se desliza y desplaza paulatinamente de Sur a Norte, hasta co­agular y fijarse en su acepción territorial moderna, en el ex­tremo Noroeste peninsular, la antigua tierra de los Artabri, que, con casi absoluta seguridad, no le perteneció en sus orí­genes. La cosa no tendría nada de particular o de trágico, si no fuera por el hecho de que esta realidad no es absolutamente percibida por los arqueoetnólogos, arqueólogos e historiado­res, que substancialmente no establecen diferencia alguna, al punto que la simple hipótesis de separar ambos conceptos, analizar su devenir histórico, precisar los contornos en suce­sión diacrónica, resulta poco menos que una herejía histórica tan escandalosa como parece fuera a su tiempo la teológica de Prisciliano. Ya, ¡el Priscillianus Avilae episcopus y, para col­mo, Gallaecus, de las fuentes histórico-literarias!

En la infinita, variadísima y pasional bibliografía eclesiás­tica y, en general, historiográfica de la España antigua, que ha ido acumulándose sobre este personaje y su controverso mo­vimiento, permanece un equívoco de fondo que, a cuanto pa­rece, nadie se ha preocupado nunca de disipar: el de la su­puestamente substancial identidad entre la Galicia actual y la Gallaecia histórica. El prejuicio está tan arraigado que en él se fundan (sea para afirmar, sea para negar la `galleguidad' del personaje) muchos de los estudios de autores tan importantes y versados en el problema como Martins, Portela Valladares, Pedrazo, López Ferreiro o López Caneda, por no citar más que algunos. Se llega a centrar la misma figura del hereje (o su­puesto tal, cosa que ahora no nos interesa) en el marco de una ,,antropología céltica" o "gallega"; se apoya su doctrina en un supuesto "panteón céltico del Noroeste peninsular", especial­mente de los cultos astrales; se quiere ver en sus posiciones metafísicas o metateológicas la trasparencia casi folklorística de una antropología de la región. Y, como consecuencia ex­trema, ¡se ve a Prisciliano tan geográficamente "gallego" (en el sentido moderno del término) que se llega a querer ver en la memoria de Santiago de Compostela (siguiendo lo que al­guien propuso casi como una `boutade') no ya la tumba del Apóstol Santiago (cosa, en sí misma, opinable, naturalmente, pero por otros caminos y otras razones), sino la del hereje Prisciliano! “

(Emilio Rodríguez Almeida. Ávila “Gallega”. Serie Minor nº 7. Institución Cultural Gran Duque de Alba. Ávila 2002, pp 9-11).

Los extremos precisados por el autor son bastante conocidos e investigables tanto por la geografía conocida del imperio romano como por los textos de los geógrafos greco-latinos. Básicamente se reduce a afirmar que la primitiva denominación de la Gallecia latina se deriva de la denominación kallaikoi dada por estrabón a las tribus que habitaban desde el Miño hasta la zona sur de la cuenca del Duero, que comprende lo que se denominó Gallecia Bracarense, que en su parte más norteña y occidental comprende las actuales provincias portuguesas de : Minho, Douro, Alto Douro y Tras os Montes y su parte más oriental y meridional la actual provincia de Ávila. En la división provincial de Augusto el territorio de las tribus kallaikoi quedó incorporado a la provincia de Lusitania. La actual Galicia pertenecía entonces a las tribus ártabras, y su territorio incorporado a la Tarraconensis. Esto en principio puede ser algo fuerte para algún furibundo galleguista que ve evaporarse en la nada los supuestos orígenes ancestrales de la galleguidad de la actual Galicia, pero los hechos fueron así.

Todavía hoy cuando los minhotos - portugueses de la provincia de Minho (ValenÇa do Minho, MonÇao, Melgaco...)- van a Lisboa les reconocen un raro acento (un portugués mucho más lento y comprensible que el endemoniado portugués lisboeta) y les llaman con un cierto tonillo de suficiencia gallegos; es decir que los portugueses aún recuerdan en sus usos lingüísticos que el norte del actual Portugal pertenecía a la Gallecia Bracarense..

Siglos más tarde en la época de Diocleciano se realizó una nueva distribución provincial de la diócesis Hispaniarum en seis provincias, desgajando la Gallecia Bracarense de Lusitania e incorporándola a la nueva provincia Gallecia junto con los antiguos territorios de las tribus ártabras (conventus Lucensis) y astures (conventus Asturicensis), anteriormente pertenecientes a la Tarraconensis. En cualquier caso la capital de la nueva provincia Gallecia era Braga y no Lucus (Lugo) o Asturica Augusta (Astorga), lo que de alguna manera reflejaba el hecho de que la ubicación de los antiguos kallaikoi o gallegos era el sur, es decir la Gallecia Bracarense y no la Gallecia Lucense, es decir para aclararnos y provocar reacciones paradójicas y acaso airadas o tal vez infartos fatales: Ávila era la primigeniamente gallega y no la Coruña.

El autor plantea directamente estas cuestiones:


“1. Qué cosa es la Gallecia

EN este punto comenzamos a entrar en el tema que he­mos expuesto en nuestra introducción, porque cues­tión versada es también la del origen natal de Prisci­liano. "Gallego" es llamado por los autores antiguos, lo que ha inducido a la generalidad de los especialistas a considerarlo gallego en el sentido moderno del término. Se trata (lo hemos dicho ya) de un grave error de perspectiva. Para los antiguos, el término tenía un valor diverso ya desde los tiempos de Au­gusto. Basta leer los Hypomnemata geographicá de Estrabón, 111.3 y 111.5, partiendo del hecho de que, etnográficamente ha­blando, los pueblos al sur del Duero que fueron incorporados por Augusto a la provincia Lusitania con capital en Mérida no eran verdaderamente lusitanos: los pueblos lusitanos comen­zaban al norte del Tajo, esto es, bajo las sierras de Estrella, Ga­ta, Béjar y Gredos:
"Siguen (entiéndase `entre los pobladores de la España oc­cidental, en el marco general de los Lusitanos') los kallaikoi (lat. Gallaeci, `galaicos' o `gallegos'), que habitan en gran parte las montañas. Por haber sido dificiles de vencer, dieron su nombre al vencedor de los Lousitanoi (e. e., Décimo Junio Bruto `el Galaico', en el año 138 a. d. C.), tanto que hoy la ma­yoría de los lousitanoi se llaman kallaikoi "...
"Hasta el norte del Tajo se extiende la Lusitania, la más fuerte de las naciones iberas y la que por mayor tiempo resis­tió a los romanos. Los límites son: hacia el Sur, (desde) el Ta­jo; al Norte y Oeste, el océano; al Este los carpetanos, los vet­tones y los galaicos". (Para entender esta descripción hay que tener en cuenta la visión deformada de la Península que ` ven' los antiguos. Fig. 4 ).

Nótese que está hablando un geógrafo de la edad de Au­gusto, que conoce la realidad administrativa del momento (el ordenamiento provincial augusteo); en la cual la Lusitania se extendía del Algarve actual hasta el Duero, y en la que las ac­tuales provincias gallegas aparecían incluídas en la Hispania citerior o Tarraconensis; y en ella continuarán hasta que se re­alice la nueva división diocleciana o de la Tetrarquía, en los fi­nales del s. III. Fig. 5.
Esta nueva división revolucionará todo el panorama admi­nistrativo en modo decisivo. En la Península Ibérica se crea la Dioecesis Hispaniarum, que comprenderá las provinciae nue­vas de la Tarraconensis (capital Tarraco), Carthaginensis (ca­pital Carthago Nova), Gallaecia (capital Bracara), Lusitania (capital Emerita Augusta), Baetica (capital Corduba) e, incor­porada, la Mauritania Tingitana (capital Tingis, Tánger). ¡Se trata, por lo que afecta al territorio que ahora nos interesa, de una revolución total! Fig. 6.
(Op. Cit. Pp 37-38)

“Creo, por consiguiente, que deba considerarse fuera de cualquier duda razonable el hecho de que la Gallaecia origi­nal fuese un territorio comprendido a grandes líneas por los si­guientes extremos; el Miño al Norte, la Sierras de Estrella y de Gata al Sur, el Océano a Occidente y las Sierras de Gredos y Guadarrama en la parte oriental inferior. En estos términos, se comprende fácilmente la razón por la cual Estrabón asegura que "hoy día se llama Gallaeci a la mayoría de los Lusitani:"

Cuestión diversa y para nosotros poco comprensible es la razón que pudo mover a Augusto a ciertos `recortes' fronteri­zos (la zona Segovia-Coca, por ej., estaba originalmente, se­gún Plinio, NH., 111.28, en el conventus Cluniensis de la Ta­rraconense o Citerior, mientras, al menos por lo que afecta a Coca, con la Tetrarquía pasaron a la Gallaecia) y, en concre­to, a separar del resto de la Gallaecia original el territorio sep­tentrional con centro en Bracara. El hecho es que en tal modo creó los presupuestos para la futura confusión de los términos geográficos, pues el territorio noroccidental de la Tarraconen­sis quedó distribuido en los conventus Asturicensis, Lucensis y Bracarensis, pertenecientes a tres etnias completamente di­versas: astur, cántabra y galaica.”

(Op. Cit. P 48)

“1. La diócesis Hispaniarum

En el año 285, tras el traumático período sucesivo a Va­leriano y Galieno (época `de los Treinta Tiranos'), su­be al imperio Diocleciano, el gran reorganizador. Sus reformas cambiarán de la cabeza a los pies el `gigante de ar­cilla' en que se iba transformando el Imperio romano, permi­tiéndole sobrevivirse a sí mismo y re-adquirir una solidez tal que ni siquiera los continuos cambios dinásticos y las fre­cuentísimas conjuras de palacio le habrían afectado. Es una re­forma que toca todos los aspectos del poder público, desde la moneda y los precios hasta el ejército, desde la administración territorial provincial hasta las jerarquías de la corte imperial. No habrá un solo aspecto de la vida pública y de la sociedad romana que no se vea afectado por esta radical transforma­ción.
En la administración territorial del inmenso imperio la re­forma se concretiza en dos aspectos. Por una parte, las pro­vincias multiplican su número; por otra, éstas son agrupadas en 12 territorios administrativos mayores llamados `diócesis' (dioecesis, StockTrn5, `administración', `gobierno'). Uno de ellos es la dioecesis Hispaniarum, dividida en cinco provincias peninsulares (Tarraconenses, Carthaginensis, Baetica, Lusitania y Gallaecia) y una africana (Mauritania Tingitana, Marruecos). No se nos alcanza, naturalmente, la serie de razo­nes en que se basa la definición de las fronteras exactas de ca­da provincia en un ámbito tan drásticamente renovado, pero es probabilísimo que las viejas reivindicaciones territoriales étni­cas sean, si no una exigencia, ciertamente un reclamo válido en muchos casos; y creo que el caso de la nueva provincia de Gallaecia no sea único.
2.- HIDACIO DE LIMIA Y SU CHRONICON.
La nueva situación compensa idealmente esa especie de `injusticia' consumada por la división augustea, que había de­limitado el ámbito territorial un tiempo poseído por los Ga­llaeci, en cuanto se les atribuye de nuevo todo el territorio ori­ginal entre las sierras de la Estrella-Gata-Gredos y el Miño y, ad abundantiam, el de los tres conventus septentrionales árta­bro-galaicos y asturicense, un tiempo atribuidos a la Tarraco­nense, es decir, el bracarense, el lucense y el astur, como ha­bía hecho ya Caracalla. Y si los testimonios directos del pri­mer momento (de Diocleciano a Teodosio) no son explícitos, a partir de Teodosio no nos quedan dudas, gracias a la obra analística del cronista Hidacio de Limia (HYDATIVS LE­MICVS, Continuatio Chronicorum Hieronymianorum, en Migne, Patrologia Latina LI, 873-891), una obra que, dividi­da por olimpiadas, comprende desde el año 379 en que Teo­dosio inicia su imperio hasta el 463, siendo cónsules Flavius Caecina Basilius (en Occidente) y Vvianus (en Oriente) y em­perador en Occidente Libius Severus.
Hidacio dice en su introducción ser nativo de la provincia Gallaecia, Lemica civitate (`de la provincia de Gallaecia y de la ciudad de Lemia'). Puesto que Lemia es identificable con el topónimo actual Limia (río gallego que desemboca en el Océano al Sur del Miño), es posible que la Lemica civitas sea Fo­rum Limicorum (Nocelo da Pena, Orense). Según algunos, la Lemica civitas sería Viana o cualquiera otra de las ciudades portuguesas vecinas a Braga (las muchas e insistentes notas de Hidacio relativas a Bracara concretan, si fuera necesario, que su ciudad natal se encontraba en el viejo conventus de esta ciu­dad); su precisión de que está escribiendo sus notas intra ex­tremas universi orbis Gallaeciam es una pura percepción de la extrema occidentalidad de la provincia y no, como los ga­lleguistas extremos piensan, de la identidad de los conceptos Gallaecia-Galicia actual.”

(Op. Cit. Pp 53-55)

Y ya puestos en plan galaico-cantábrico ¿ quién carayo eran los vetones?; a juzgar por la utilización reciente del adjetivo por parte de algunos parece como si se hiciera referencia a la más rancia castellanidad o incluso paleocastellanidad, a veces combinado en el doblete carpetovetónico, adjetivo que parece aludir algo así como a reciedumbre mesetaria, a España profunda de Solana y Regoyos.

Modernamente en todas las autonomías han surgido partidarios de retrotraer las esencias nacionales o micronacionales a los más inverosímiles fósiles y catacumbas de la prehistoria, lo que al parecer les procura sólidos anclajes genéticos, cimientos de una micronación perdurable y desafiante de las avatares y mudanzas del tiempo. Nada pues de fundamentos en la civilización medieval cristiana que conformó una noción de persona y de orden social de la que aún en parte (cada vez menos) tiramos. Hay que zambullirse en el neolítico a la búsqueda de sólidos fundamentos de delirio. “Blut und boden”, sangre y tierra que decían los nacionalsocialistas de allá o los sabinianos de acá. Aún mejor si se pudiera llegar al Paleozoico inferior.

Hete aquí que los arcaicos anclajes deparan sorpresas cual máscaras de carnaval o mosqueos de travestis, los recios vetones eran ni más ni menos tribus kallaikoi, o para ser más claros eran gallegos. Como lo oyen ustedes, y con esto dejamos la palabra al autor:



“3. El papel de Ávila en el periodo suevo.


Las ciudades `galaicas' más aludidas o citadas por Hida­cio son, naturalmente, las de la zona bracarense, donde vive y escribe: Bracara, Lucus (Augusti), Aquae Flaviae, la civitas Auriensis (Orense). Asturica aparece varias veces, sea por su objetiva importancia de ex-capital administrativa de conven­tus, sea porque se encuentra en la línea de penetración y de co­municación con la Tarraconense y la Galfa. De ciudades 'in­ternas' y poblaciones de la Gallaecia pobre e históricamente ignobilis como los Brigetini de Zamora, de los Vaccaei delmedio Duero, de Segovia, Cauca o Salmantica, no encontra­mos mención alguna. De Ávila-Abula, excepción rarísima, oí­mos hablar sólo gracias a Prisciliano: ¡a no ser por él y su in­trigante historia, probablemente nunca hubiéramos sabido que se trataba de una zona de la provincia Gallaecia... !
Es no sólo posible, sino muy probable, que Ávila haya ju­gado algún papel en luchas de esta naturaleza y duración; es más que probable que ella sea uno de los castella residua a plagis barbarorum que se someten a la servitus (probable­mente vasallaje sin ocupación directa) de los bárbaros ya en el 411. La pobreza misma de su territorio debió constituir una es­pecie de salvoconducto para evitar los males y las vejaciones atroces de otras ciudades más codiciadas por los contendien­tes. Seguramente fue una de las ciudades y castella tutiora (plazas fuertes) que en el 430 resisten a las razias de Ermeri­co el Suevo por las medias partes Galleciae (se recuerde que, al contrario, cuando Hidacio quiere referirse a la zona de la Bracarense, la llamada Gallicia in extremitate Oceani occi­dua, `la Galicia extrema y más occidental, junto al Océano'; o, refiriéndose al lugar en que vive y escribe, extrema univer­si orbis Gallecia, `en Gallecia, extremo rincón del mundo'; cuando habla de la primera, está refiriéndose a la realidad ad­ministrativa y jurídica de la provincia; cuando alude a la se­gunda, está hablando del horizonte inmediato, fisico, que tie­ne a la vista).
Hasta ahora, ni la documentación escrita ni los testimonios arqueológicos han evidenciado en Ávila un solo reflejo de la situación que Hidacio describe entre el 383 y el 468 (véase, sin embargo, el cap. 8). Es un capítulo que está aún por escri­bir. En fin, una consideración marginal que se deduce de todos los avatares históricos que afectan a la Gallaecia: si bien Es­trabón no lo precise, es evidente que los Vettones del territorio originario de Ávila-Salamanca pertenecían a la más amplia et­nia de los Gallaeci; y es por ello que con la administración romana no solamente siguen el destino del pueblo, sino que pier­den paulatinamente su propia entidad y su nombre `menor' en favor del general y mayor (cfr. infra, cap. 7).”

(Op. Cit. Pp 63-64)


“CapítuloVIIi ¿y qué es `Vettonia'?

1. Vettonia, en su contexto

En todo nuestro razonar sobre la Gallaecia antigua he­mos dejado de lado hasta ahora un aspecto apenas ci­tado de paso más arriba: el hecho de que la etnia de los Vettones o Véttones sea una etnia afin a la galaica, si no del mismo tronco. El primer dato de carácter geográfico que pro­porciona Estrabón (H. G., 111.3.1) es que "su territorio es, con el de los Vacceos y los Lusitanos, atravesado por el Tagus (Ta­jo) ". El segundo, en 111.3.3, es que "los Lusitanos confinan a Oriente (recuérdese que la visión de España en Estrabón apa­rece deformada, hasta decir que el Tajo desemboca en el Océ­ano `al Sur', confundiéndolo con el Anas o Guadiana) con los Carpetanos, Véttones, Vacceos y Galaicos".

En 111.4.20, Estrabón afronta el tema de la división territo­rial augustea en esta forma:
"Ahora se han distribuido las provincias entre el Pueblo y el Senado romanos por una parte y el Príncipe (el emperador) por la otra. La Bética es del Pueblo (provincia senatoria) y a ella se envía un pretor asistido por un questor y un legado... El resto de Iberia se ha atribuido al César que envía a ella en su representación a dos legados, uno `pretorio' y otro `consular' (dos diversas proveniencias sociales). El pretorio, asistido a su vez por un legado, administra la justicia a los Lusitanos, es de­cir, a la provincia comprendida entre los cursos del Baetis y el Durius (Guadalquivir-Duero) hasta su desembocadura. El res­to (de Iberia, esto es, la Provincia Carthaginensis) queda bajo la autoridad del `legado consular' con fuerzas considerables: cerca de tres legiones y otros tantos legados de legión. De ellos, uno, con dos legiones, vigila la zona del Durius al nor­te, una zona que antes se decía `lusitana' y ahora `gallega"(es evidente que se refiere a los conventus Bracarense, Lucense y Astur).

Por lo que hace a la Galicia actual, Estrabón es preciso, subrayando en dos lugares diversos (sobre todo en 111.3.5) que "los Ártabros son últimos que habitan cerca del cabo Nérion (Finisterre), donde se unen los lados occidental y septentrional de Iberia".

Es en 111.3.5 donde Estrabón precisa mejor su pensamien­to relativo al territorio galaico como distinto del lusitano y del ártabro: "Unas treinta tribus habitan la zona entre el Ta­gus y el país ártabro..." Se trata del famoso paso en que el ge­ógrafo afronta la descripción de estas `tribus de montaña', `tri­bus de bandidos, insociables e inhumanas' que con gran difi­cultad han sido reducidas por los romanos a la vida civil. Y no hay duda alguna de que está hablando, sobre todo del pueblo vettón, el verdadero nervio y espina dorsal de la resistencia lusitana. Y vale la pena recordar la anécdota que él mismo na­rra en 111.4.16, a propósito de las costumbres `espartanas' de estos pueblos: "Los vettones, que fueron los primeros en com­partir con los romanos la vida de campamento, viendo que los centuriones, mientras estaban de guardia, iban y venían como si anduvieran de paseo, los creyeron locos y querían llevarlos a sus tiendas (para curarlos), porque no podían concebir otra forma de vida que la de combatir o estar en perfecto reposo".

(Op. Cit. Pp 69-70)

Son muy ilustradoras estas líneas para tanto necio que trata de buscar antecesores ilustres para las naderías de su identidad regional o micronacional. Recuerdan aquellos hidalgüelos de antaño incapaces de andar por la vida sin referencias a ilustres antepasados que confirmaran su dignidad estamental de muerto de hambre con pedigree. Más vale no buscar demasiados orígenes porque como dice la sentencia despiadada y cruel: ” nunca digas de esta agua no beberé y este cura no es mi padre”.

En cualquier caso conviene mencionar de pasada al menos que ‘Vettonia’ es también un restaurante situado en la carretera de Ávila a Cebreros dentro del complejo Naturávila , en el que además de aceptable condumio se pueden degustar en temporada boletus, macrolepiota procera y otras setas deliciosas que hacen muy aconsejable alguna visita en otoño (no llevo comisión, ¡palabra!).

Parece así cuanto menos dudosa aquella aserción tan antinominalista de Borges que afirmaba que toda palabra contiene lo que es esa palabra. La actual Galicia no contiene lo que fue la Galicia de los orígenes y desde luego no contiene Ávila. Todo para no hablar de Castilla, porque entonces la cosa es la berza. En cualquier caso si hay paralelismos: la Galicia Bracarense era la originaria Galicia de la era augusta, a la que pertenecía Ávila, y los que vivían entonces en la actual Galicia eran tarraconenses; posteriormente en la época diocleciana eran gallegos tanto los bracarenses o gallegos originarios (incluidos abulicas) como los ártabros del Conventus Lucensis, y finalmente acabó siendo Galicia solo los ártabros, es decir precisamente los que no eran gallegos originarios. Espacios el antiguo y el moderno separados por el río Miño.

El itinerario histórico de Castilla presenta analogías sorprendentes, el primer territorio al que se llamó Castilla fue el pequeño rincón del poema de Fernán Gonzalez, entonces diferenciado en lengua, jurisdicción y costumbres de otros reinos peninsulares, particularmente con el reino leonés del cual se desgajó en rapto independentista. Posteriores metamorfosis de condado a reino mantuvieron las características originarias aunque en algunos casos ya con mixturas alógenas que las arbitrarias herencias reales imponían a sus retoños, así el famoso baile de los territorios entre en Cea y Pisuerga, que originariamente leoneses, pasaron en ocasiones a Castilla por disposición testamentaria, sin que su lengua, ni su usos jurídicos se convirtieran en castellanos. En aquellos tiempos naturalmente las disposiciones testamentarias de los reyes era algo bastante serio y no se lo saltaba un gitano.

Al final de las intermitencias señaladas, final también de la Castilla originaria y diversa de su medio entorno, vino lo que alborozadamente describen muchos intérpretes de la historia como la unificación, que encima se realizó en la persona de un santo rey canonizado, algo así como si hubiera sido la unificación de falangistas y requetés en la época de Franco. En realidad se trató de una unión personal de distintos reinos que durante siglos aún mantuvieron cortes separadas, legislaciones separadas, monedas separadas y lenguas distintas, aunque se siga vendiendo la moto de que todo pasó a ser Castilla, por el hecho de que al abreviar la retahíla de reinos se simplificaba con el nombre del cabeza de serie como diría el Marca . La reducción es tanto más chocante cuanto la propia nomenclatura de las nombre reales seguía la serie leonesa de los reyes y no la castellana. Naturalmente que en aquellos tiempos se tenía más claro que ahora lo que era y lo que no era Castilla, y desde luego no se confundía corona de Castilla con el reino de Castilla, pero ya estaban puestas las raíces de la sorprendente polisemia posterior del nombre, ya se utilizaba convencionalmente el nombre para llamar Castilla a lo que no era Castilla y castellano a lo que no era castellano.

En la época de los Reyes Católicos se bautizó al reino de Toledo, con el nombre Castilla la Nueva y a Andalucía con el nombre de Castilla la Novísima , no tanto porque las consideraran Castilla como hacen algunos modernos intérpretes sino precisamente porque se reconocía algo distinto y diferente de la Castilla originaria. Un poco después se bautizó como Nueva Castilla al virreinato del Perú, Nueva España al virreinato de México, Nueva Granada al la actual Colombia, Nueva Andalucía al sur de Venezuela, Nuevo León y Nueva Galicia a territorios mejicanos, Nuevo Toledo a un territorio venezolano. Entonces se entendían bien los adjetivos: lo nuevo no era lo mismo que lo antiguo; felices tiempos de diversidad ajena al estándar uniforme.

¿ Y de la lengua qué? Dirá alguno retador y unificante .Antes que hoy el inglés se extendió bastante el castellano ,en el otoño de la Edad Media, como lengua común de comunicación por la península ibérica, el término griego de la época helenística es koiné, así que la lengua castellana vino a ser un poco la koiné ibérica, lo que no quiere decir que los que hablaran esa koiné fueran castellanos. Tampoco hoy un hindú que hable inglés aunque halla olvidado o tal vez nunca halla conocido la lengua de sus ancestros, no se convierte por eso en inglés. Es una temeridad pretender usar lo común para caracterizar lo diferente.

Son conocidos los eventos posteriores: unificación de los reinos peninsulares, en nomenclatura abreviada: corona de Castilla y corona de Aragón, por cierto una federación de reinos; dinastías extranjeras, régimen liberal centralista con desaparición de los viejos reinos –entre ellos el reino de Castilla- y aparición de la provincia como delimitación territorial. Aún se conservaba entonces, al menos a nivel escolar, el recuerdo territorial del antiguo Reino de León y de la antigua Castilla la Vieja, que en vano se buscará en los escolares de hoy día. Así como en el caso de Galicia la denominación se mantuvo aunque aplicada a un territorio distinto del originario, en el caso de Castilla se ha perdido prácticamente hasta la memoria de lo que fue Castilla. O peor aún el único recuerdo que queda es la identificación culpable e Castilla con la singladura belicosa y opresora de España, como por tipifican los ejemplos de Portugal o Cataluña en el siglo XVII, por ejemplo se dice con frecuencia que Portugal se liberó no de la férula patrimonial de los Habsburgo sino de Castilla, idem en el caso de Cataluña, tanto más chocante cuanto que apenas había castellanos en los ejércitos invasores.

Nombre comodín, impreciso y deslizante o metonímico donde los halla, Castilla es más que nada un sinónimo de meseta reseca, fundamentalmente llana y retrógrada, cuyos territorios paradigmáticos (Tierra de Campos, Campos Charros, Campo de Montiel.......), están en general fuera de los límites de la Castilla de los orígenes forales. Sin singularidad reseñable alguna y más bien apta para superficiales descripciones meteorológicas. Aunque naturalmente esta moderna insignificancia, en el más pleno sentido de expresión, ha tenido también sus bardos llaneros: Unamuno, Ortega y Gasset, Julio Senador y demás.

En estas condiciones llegó la división autonómica en que la parte más importante del “pequeño rincón” (Cantabria, Rioja) dejo nominalmente de ser Castilla, una antigua tierra castellana si no como corte si como villa -Madrid- dejó de ser oficialmente Castilla, y el resto quedo en extrañas e imprecisas mixturas: Castilla y León, con una y inclusiva de unión de conjuntos pero sin especificar lo que es Castilla ni lo que es León, es decir los conjuntos a unir; y ya para rematar la guinda Castilla-La Mancha, mucho más enigmático por ese guión que lo mismo puede ser un menos, que una yuxtaposición territorial al estilo “belle époque” tal como Austria-Hungría o Alsacia-Lorena, o tal vez una denominación imperativa un tanto teutónica y prusiana al estilo de Nordrhein-Westfallen , Baden-Würtemberg o Schleswig-Holstein, que adolece al igual que en la vecina autonomía del norte de la imprecisa delimitación de los términos a ambos lados del guión; probablemente porque de lo que se trataba no era tanto de delimitar territorios históricos como de imponer una disciplina ordenancista: ¡a formar por orden alfabético!, Castilla-La Mancha.

Así pues Castilla enigma existencial: separación de territorio originarios, indefinición de los subconjuntos parciales y yuxtaposición con territorios alógenos; he aquí lo que devino el “pequeño rincón”; comparado con esto la Galicia metamorfoseada es una maravilla de precisión definitoria.

Poco o nada hay que rascar investigando el territorio o continente, salvo dolores de cabeza y pesadillas recurrentes en las que a manera de ectoplasma espiritista León, antiguo antagonista de Castilla, se convierte por arte mediúmnico orteguiano o unamunesco en la esencia inmaculada de los castellano y otras condensaciones oníricas más propias de delirium tremens que de eventos históricos reales.

Acaso el contenido pudiera ser menos camaleónico y engañoso proporcionar alguna luz. Pero todo parece indicar que nos movemos en el terreno de las vanas ilusiones, el contenido son nada menos que los pueblos varios que habitan y han habitado ese puzzle geográfico impreciso a que hace referencia vaga el nombre de Castilla. En cualquier caso esta ha sido la apuesta de muchos: retrotraerse a las brumas arcanas de la prehistoria y el origen prístino y genuino; así unos nos dicen que al margen de su efímera y casual pertenencia a Castilla (más de 10 siglos) ellos son fundamentalmente cántabros o berones, otros desconfiados de la historia que fue testigo de vecindades comprometedoras, cargan la suerte en la etnografía y la cultura de cisastures y transastures , como si la historia no fuera cultura o como si la etnografía no estuviera transida hasta los tuétanos de geografía e historia.

¿Castilla?, ¿León?, ¿Toledo?, ¡hombre de Dios no venga usted con esas antiguallas!. Lo sólido , lo científico, lo verdaderamente firme es asentarse en la sangre y tierra, en la “blut und boden” de cántabros, berones, vacceos, vetones y demás tribus como bien nos enseñó Sabino, Chamberlain y Gobineau. Ya de entrada las definiciones usuales de pueblo encierran en si una petición de principio: el territorio geográfico. En este sentido nada significa en sentido riguroso hablar de pueblo castellano si no está previamente delimitado lo que es Castilla, lo que no precisamente el caso en el tiempo presente. Claro está que se puede salir por el registro emocional de considerar pueblo como dice el DRAE en una de sus posibles acepciones como la gente común y humilde de una población, o como dice María Moliner al conjunto de personas que viven modestamente de su trabajo generalmente corporal (Pascasio).

Esta pretendido asentarse en las constantes ancestrales y ahistóricas del pueblo es una vieja aspiración romántica que procede de las brumas enervantes y oníricas norte y centroeuropeas, de las que fueron destacados portavoces Fichte y Herder, con algún sarpullido maligno posterior en el síndrome nacionalsocialista. Por nuestros lares una de los exponentes más destacados fue el gallego Vicente Risco, más leído y escribido que Sabino Arana, aunque fundamentalmente análogo en lo esencial. Sus opiniones, verdadera antología del género volkisch, merece la pena reproducirlas por lo orientadoras e ilustrativas que resultan al respecto; así nos dice acerca de la etnografía lo siguiente:

“ Determina el alma de un pueblo en sus formas culturales características (enxebre), es lo que llamamos interpretación fisionómica de la historia. En realidad este concepto le viene a la historia de la etnografía y de ahí la importancia capital que hoy tiene esta ciencia”.

Respecto a lo que es cultura popular -folk lore en su sentido originario- afirma:

“Entendemos por cultura popular el conjunto de aquellas creencias , conocimientos, ritos, usos sociales, métodos de trabajo y producciones útiles, literarias y artísticas que un pueblo determinado posee en común, y que no se aprenden en la escuela ni en los libros , sino que lo recibe una generación de otra por tradición, cualquiera que sea la camada, clase o estrato social en que se encuentran”.

Por si fuera preciso apostillarlo estas afirmaciones se hicieron teniendo como referencia primaria al pueblo gallego, al que el autor idealiza como una comunidad intereses espirituales y materiales, con vínculos de habla, historia, tradiciones , coincidencias psicológicas –psicología del pueblo (las siete clases de gallegos)- , y geografía, sin olvidar algún coqueteo con las características raciales. Muy al contrario que en el caso castellano, se parte de una delimitación previa del pueblo gallego convencionalmente admitida de manera universal y que destaca en primer lugar por un “acentazo do carayo”. Cuanta desazón entre los gallegos –el primero de todos Xosé Manuel Beiras- entre la admisión de Vicente Risco como patriarca y pionero de la galleguidad esencial y su rechazo como reaccionario peligrosos.

Es impresionante el oscuro potaje de la moderna antropología de la que la etnografía es una destacada rama; inmenso batiburrillo de datos reducidos a phisys o naturaleza que menos aclaran cuanto más intentan explicar. En pleno acuerdo con la noción griega de phisys se incluye la psique como parte de ella, y así el propio V. Risco , que seguramente no leyó a su ilustre contemporáneo Don Ramón del Valle Inclán, se atreve a caracterizar psicológicamente al pueblo gallego de la siguiente forma:

Sereidade de xuicio
Dureza pro traballo
Cachaza para sufrir as penas
Boa airanza natural
Prudencia.

Estas caracterizaciones emocionales e interesadas, como nos recuerda Caro Baroja, están descritas para todos los pueblos. En este orden de cosas se podría intentar caracterizar al pueblo castellano como pueblo de hombres valientes y mujeres hermosas, descripción psicológica tan ejemplar como inútil, pues los variados biotipos humanos (Kretschmer, Jung, ...) escapan a cualquier adscripción popular o geográfica que intente atraparlos en sus contornos.

Falta a la antropología moderna el verdadero nexo vertical o tradición metafísica o espiritual que finalmente de su verdadero sentido cualitativo y ordenado de todos los materiales disponibles cuya mero aumento cuantitativo jamás conseguirá. Claro que por los métodos empleados y por la mentalidad de la inmensa mayoría de sus cultivadores esto es casi imposible, la sola idea de salirse del surco académico espanta. Hay razones para suponer que muchos de las antiguas tribus a las que el nuevo impulso romántico, para no emplear palabras más fuertes, de los micronacionalismos emergentes trata de erigir en fundamento vital de su andadura, son pueblos indoeuropeos celtas o celtizados. Relataba a este respecto Christian J. Guyenbarc’h bretón y una de las máximas eminencias en Francia, Europa y el mundo entero en lenguas y cultura céltica y a la vez enormemente crítico con las limitaciones académicas de la antropología, nos contaba ,digo, varias cosas:

1º La tradición celta es una tradición muerta desde hace más quince siglos. Al hablar de tradición se refiere a la conexión vertical o metafísica de que antes hablábamos y no a la mera transmisión de aspectos físicos exteriores cuyo último y auténtico significado solo se puede aprehender en esa verticalidad.

2º Los escasos textos que se refieren a la tradición celta en el sentido más auténtico, vg. el druidismo, nos son perfectamente extraños y tan solo reciben alguna luz con remotas analogías con sociedades indoeuropeas perfectamente ajenas hoy día a la mentalidad occidental. En el caso comentado las druidas como casta sacerdotal solo pueden encontrar cierta analogía con la casta brahamánica hindú.

3º La última lengua que conservó restos de la antigua tradición céltica es el irlandés medieval. Guyenbarc’h nos refiere que los especialistas en irlandés medieval en todo el mundo se pueden contar con los dedos de las manos,: dos en Francia y en España ¡ninguno!.

Mientras tanto para ir tirando con la sabiduría tribal, bien conocida y firme en nuestros pagos, se puede arrobar al personal con éxtasis de sabiduría transcendente como que celtíbero se refiere a las tribus celtas del Ebro y que la marca de cigarros celtas cortos es una franquicia cuyo origen se remonta a Vercingetorix.

De los iberos se sabe aun menos, es decir que incluso lo poco que se conoce y algo de lo que se intuye es todavía más oscuro y digno de ocultarse.

Por otra parte los firmes cimientos del volkgeist o espíritu del pueblo tribal , da igual cántabro, que vetón que cisastur, corresponden a civilizaciones agrícolas y pastoriles perfectamente ajenas a la moderna civilización urbana. Por si algún cisastur o pelendón moderno no se ha enterado todavía nos recordaba Alfredo Hernández en El Mundo de Castilla y León del 9 de Marzo de 2003, que en la autonomía de Castilla y León el número de pueblos y aldeas despoblados total o casi totalmente va en cadencia vertiginosa, por el momento más de 400 pueblos de la autonomía tienen menos de 2 habitantes y la cosa va a más. Por tanto ahondemos en el paleolítico rupestre y cazador para encontrar una base firme ante el caos que se avecina.

Guste o no guste la única referencia real de la actual organización política occidental es la civilización cristiana medieval, aunque en muchas ocasiones sea una referencia “ a contario” o por contraste. Incluso la herencia griega está fuertemente condicionada en su interpretación histórica por la patrística greco-ortodoxa y por la escolástica occidental.

En su fundamento último los reinos cristianos peninsulares medievales no eran sociedades tribales, independientemente del substrato que aportara la ya desvaída cultura tribal del bajo Imperio Romano. Se trataba de sociedades estamentales bastante dinámicas tanto en lo geográfico como en la población, en las que la lógica de la guerra y repoblación llevaba consigo una mezcla de gentes cuyo nexo de unión no era precisamente las regularidades y analogías etnográficas. En ese sentido Edad Media no era políticamente correcta, ni tampoco Castilla lógicamente; en su atraso acientífico digno de conmiseración el fundamento de la sociedad era entonces la condición de cristianos de sus miembros, partícipes del cuerpo místico de la Iglesia, más allá del espacio y del tiempo. El dato importante en la Edad Media era la sociedad cristiana, la Universitas Cristiana, no León, ni Castilla, ni Lombardía, ni Borgoña, lo importante era la unidad interna y no las diversidades externas, que no se traban de sofocar . Hasta hace algunos años aún se oía en los púlpitos de las iglesias, es decir oíamos los que tenemos ya añitos y canas, hablar del pueblo de Dios. Ese pueblo cristiano o pueblo de Dios, es el pueblo unánime o jana en sánscrito, más allá de las caracterizaciones naturales de antropología moderna, y que por supuesto no figura en los actuales diccionarios ni en las disciplinas académicas como definición o caracterización de pueblo; sería precisa una antropología espiritual más profunda y radical que la transitada por José Jiménez Lozano

La noción vertical o metafísica de jana, es lo que explica la noción de Baratta o constelación de pueblos hindúes, diversos en sus razas, lenguas y costumbres pero únicos en su concepción metafísica y cosmovisón. Algo análogo se podía decir de la Hélade antigua, conscientes de su identidad espiritual pese a su divergencia lingüística, artística o política, que les llevaba incluso a la guerra sin menoscabo alguno de la identidad helena de los contendientes. Algo similar eran los pueblos peninsulares en la Edad Media un microcosmos dentro de la Universitas Cristiana, que no precisaba de código penal, impuestos y policía para mantener la unión invisible en la divergencia visible.

No se puede ocultar sin embargo que la división estamental tripartita del estado medieval es una componente cuyo origen es muy anterior al cristianismo, como de manera exhaustiva y ejemplar ha estudiado Georges Dumezil; es una herencia ancestral indoeuropea en que se suman de manera convergente el aporte, celta, romano y germano. Es en este aspecto secundario de la densidad estamental donde había diferencias entre los diversos reinos de la cristiandad; así por ejemplo el peso estamental era diferente en el Reino de León y en la primera Castilla, heredero especial el primero de la tradición guerrera germanico visgótica, conservó una fuerza enorme el estamento guerrero-nobiliario de la segunda función que con el tiempo copó por parentesco también el estamento sacerdotal o clerical de la primera función.

La primitiva Castilla fue una estado medieval estamental con un carácter excepcional en la Europa del tiempo en virtud, por decirlo así, de su retraso con relación a los tiempos que corrían. Una menor impronta guerrera visigótica que los otros reinos peninsulares, se tradujo en una menor preponderancia del estamento guerrero y sobre todo, perdonen la osadía herético-cismática, el fundamento cristiano altomedieval, distinto en muchos aspectos del actual, todavía con parecidos y reminiscencias al cristianismo primitivo y al cristianismo ortodoxo bizantino; la representación de Cristo era la Iglesia y el pueblo cristiano, aún no se habían producido las anomalías doctrinales de considerar al Obispo de Roma como Vicario, ni la acaparamiento de los obispados por la nobleza guerrera, no se había llegado a la burocratización y militarización de la iglesia occidental, derivada entre otras cosas del rápido declive del Sacro Imperio Romano-Germánico, y la ocupación del obispado de Roma por familias nobles guerreras de origen franco, y las posteriores secuelas de luchas entre el Emperador y el Papa. El pueblo cristiano aún contaba, y aún se consideraba que por él hablaba la voz del espíritu. El delicado equilibrio del Imperio de Bizancio desapareció pronto en occidente, suponiendo que alguna vez hubiera llegado a existir incluso con Carlomagno. Desde épocas muy tempranas el estamento guerrero-nobiliario tomó las riendas de la gigantesca inversión de valores en occidente. La manera en que se efectuó este proceso en el ámbito que nos concierne se ha llamado en alguna ocasión la leonesización de Castilla (Menéndez Pidal ): aumento de la marea señorial, feudalización a la occidental de la iglesia castellana, desaparición progresiva de autonomías forales y judiciales, supresión progresiva de las autoridades comunitarias por funcionarios reales, despojos progresivos de las propiedades comunitarias, absolutismo rampante, el fiel cristiano reducido paulatinamente de templo del espíritu, microtheos e imago Dei a sujeto pasivo de magia y mecánica sacramental institucionalizada y burocratizada. Leonesizada Castilla se hizo moderna de acuerdo a los parámetros del tiempo, o de otra manera dejó de ser Castilla. Los campeones de una Castilla moderna y actual no saben propiamente de lo que hablan ni lo que dicen, o si lo saben confunden desvergonzadamente.

Se oye, con demasiada insistencia a veces, como se puede recuperar el posible contenido original de lo castellano, con el espejismo presente de lo que está ocurriendo en territorios geográficos vecinos en el tiempo y en el espacio: vascos, catalanes, gallegos,.....; se fuerzan las analogías: se intenta que sea un hecho diferencial una lengua común, se postulan identidades etnográficas para extensos espacios como estrategia alternativa a polos de poder periféricos, olvidando que las aparentes identidades etnográficas son un residuo empobrecido de un despojo secular de pueblos de tierras tanto castellanas como no castellanas; en algunos casos con una imitativa claramente simiesca, se propone una micronación fieramente independiente, olvidando que el estado y la nación moderna son el origen de la uniformidad universal, primer ensayo triunfante de la globalización total y de la liquidación de los particularismos y de las libertades tras las declaraciones formales de igualdad en abstracto. Más nación ha sido siempre acompañada de más poder y más violencia interna y externa, no de más libertad; la historia reciente ejemplifica de manera pavorosa el aserto, siempre cuidadosamente ocultado por la propaganda. La nación moderna, el temible Leviatán, es un corolario de violencia enunciado con variantes por muchos pensadores desde Maquiavelo y Hobbes hasta Carl Smitt , la reyerta y la confrontación de los nuestros contra los otros, de los amigos contra el enemigo.

Otra modalidad al acecho es el fundamentalismo tribal que ya vimos prepara sorpresas morrocotudas a sus adeptos: vetones berroqueños eterno fundamento de la raza – ahora escriben algunos el término wettones con amaneramiento celtizante y feminoide- resultan al final gallegos. No se puede dejar de mencionar la escasamente tentadora oferta de algunos partidos nacionalistas que simplifican los problemas en consignas, las dudas en eslóganes vulgares y la labor profunda en activismo emocional, con los vivas y mueran de rigor, símbolos dudosos si no erróneos, exigencia de un extenso lebensraum o espacio vital para el pueblo imaginario que dicen defender, búsqueda indisimulada del poder y si pudieran de un nuevo Leviatán estatal del que apoderase a la manera que vemos en latitudes muy cercanas.

Seguramente que es una buena cosa delimitar geográficamente lo que fue en su origen peculiarmente castellano y lo que no lo es, y digo en los orígenes porque modernamente el adjetivo castellano es totalmente polisémico y viene en significar lo que se quiera, es decir absolutamente nada. El problema viene a continuación de haber dilucidado académicamente el tema con más o menos acierto; la primera tentación en los tiempos que vivimos es rediseñar fronteras y proponer un nuevo centro de poder o capitalidad, evidentemente nos movemos en terreno de la phisys y lo pragmático, no es fácil salir de ahí; ya todo directa o indirectamente se mide en términos de acumulación de poder bien sea económico, político, técnico o coercitivo. En este terreno ya hay muchas ofertas más o menos ilusorias y engañosas, como siempre en la política, y es difícil que nunca se encuentre un acuerdo por ese camino.

Si no se quiere agotarse en una estéril e ineficiente lucha con los delirios y pesadillas adjuntos, convendría admitir de principio que en el ámbito de lo que con más o menos propiedad se puede considerar castellano no existe en absoluta la sensación de nacionalidad postergada; independientemente del hecho de que el prestigio de lo español y la propia posibilidad de supervivencia de España se encuentran hoy día bajo mínimos el personal se considera de nacionalidad española; decepcionante y vulgar acaso pero real como la vida misma.

Si hubiera que sintetizar con lenguaje actual algunas potencialidades del viejo legado castellano, acaso se podría decir:

Biodiversidad. El mundo actual se encuentra amenazado por la desaparición de la vida física y cultural. Mantener y legar las diferencias actuales y si es posible enriquecer la diversidad cultural es luchar a favor de la vida. No va a favor de este principio propugnar la unificación reductora lo leonés y lo manchego con lo castellano por aquello de que son muy parecidas ( a veces).

Pertenencias múltiples. No es ningún menoscabo ser de una comunidad local que a su vez esté incluido en otra más grande, las condiciones de pertenencia son , o deberían ser, distintas. El castellano actual desconoce mayoritariamente que su condición de castellano no es idéntica a su condición de español, entre otras cosas porque se refieren a ámbitos distintos, pero de ninguna manera excluyentes o contradictorios. Algo similar cabe decir con relación a lo europeo o al propio mundo.


Comunión. Lo que verdaderamente une pertenece a un ámbito interno difícil de expresar en palabras sin caer en una retórica ritual, y desde luego más difícil cada día en una sociedad profana, cuyos males no desaparecerán con una advocación confesional. En su manifestación externa esta unidad puede dar lugar al consejo (deliberativo o decisorio) en que la libertad de fondo reconocida se refleja en la hermandad de hecho de los miembros de la comunidad. Está pendiente todavía la libertad de consejo de abajo -municipio o pedanía-, su transformación de último apéndice de la administración en comunidad originaria de verdad, con libertad de iniciativa, de refrendo, de participación directa o con compromisarios. Un estado o aprendiz de estado con su correspondiente acumulación de poder y capital concentrativa de poder no es una comunidad originaria y sus decisiones son mucho más imposiciones que consejos surgidos de la sabiduría del común.

Proximidad. Agrupación de dimensiones humanas, el prójmo es el próximo no un miembro genérico de un conjunto. Así por ejemplo la provincia castellana heredera más o menos fiel según los casos de las antiguas comunidades es previa a Castilla. Hoy que se habla con horror de las pervivencias provincianas ancestrales, conviene recordar sin comunidades primarias y próximas no cabe hablar de Castilla en sentido originario

Presencia intermedia. La tamización de la voluntad popular mediante las opciones partidarias, la delegación de poderes en un representante soberano irresponsable y de ubicación lejana son el camino allanador de la uniformidad que acaban con las particularidades de las comunidades sea de vecinos, de profesionales, de artesanos, o de ciudadanos en un sentido más amplio (comunidades familiares, vecinales, provinciales, asociaciones, colegios, mutuas..). La distancia elimina el sentido de comunidad, la empatía y confianza social. Esta confianza es la que permite la colegiación de las decisiones y la rotación de cargos ( las siete veces al día de las behetrías de mar a mar) y su reducción en lo posible a cargos cuasi honoríficos. Esta función de presencia de los cuerpos intermedios es una delimitación entre el poder político y el poder social, es decir el presupuesto necesario de la restitución de la soberanía social, que poco tiene que ver con los alevines de estado que son las actuales autonomías. La dimensión múltiple de lo comunitario permite concebir una resistencia frente a la situación desvalidez del ciudadano inerme frente la estado potentísimo, cuyo ideal de poder cómodamente arrollador, confesado o no , es siempre una societas sin socii.

Federación o pacto. Del pacto interior vitalmente mantenido por la comunidad y su consejo, puede surgir el pacto exterior o federación con las comunidades próximas más o menos afines. De una uniformidad extensa impuesta , vg. de la Castilla Total o la Gran Castilla, que no es un pacto interno sino un delirio político surgido de la confusión histórica asociada a la palabra Castilla, no surgirá nunca un verdadero pacto o federación exterior. De por si la nación o estado moderno es cimiento menos adecuado para edificar una federación y menos cuando se trata de viejos pueblos europeos con culturas diferenciadas.

Subsidiaridad. Las instancias sociales y políticas de abajo son las que voluntariamente ceden por acuerdo o pacto competencias a las instancias intermedias y superiores, sin que nunca una instancia secundaria tenga competencias propias de una instancia primaria. Lo primario antes que lo secundario, el hombre –ciudadano, vecino, colega, familiar- antes que el partido (incluso antes que el partido de fútbol, si los forofos futboleros dedicaran la misma pasión y entrega a su familia, a su profesión, o a su entorno social que dedican al fútbol, otro gallo nos cantara)). Justamente al revés de lo que ocurre ahora. Hay que recordar a los neocastellanista que Castilla en su origen era una instancia secundaria con relación a las comunidades que la componían. La delirada micronación fieramente independiente es preferible no mencionarla por el momento. Una compensación del fuerte poder estatal y de las cada vez más poderosas corporaciones transnacionales (verdaderos árbitros de los estados) sería más probable en la medida que se aplicara a fondo este principio.

Actualización de potencialidades. Las libertades formales se diluyen generalmente en la irresponsabilidad de la representación soberana, que recae normalmente en máquinas de poder partidarias, mucho más difícil de prosperar dado el caso con el tradicional mandato imperativo que hace responsable ante los elegidos y sus consejos y con la vieja institución del pase foral, verdadera actualización del derecho de resistencia. La educación convencional genera expectativas ilusorias y frustrantes de promoción competitiva en la sociedad de los tres tercios ( un tercio con trabajo relativamente decente, un tercio con trabajo ocasional, un tercio excluido del trabajo o con trabajo en la economía sumergida y criminal). La educación comunitaria en conocimiento y sabiduría de la comunidad que nos da y permite la vida, que hoy día no realizan las instituciones educativas y probablemente no realice nunca afondo ningún aparato institucional; es la posibilidad abierta a los que quieren mantener viva la vieja herencia castellana: biodiversidad cultural, etnografía, historia, sabiduría popular, transmisión a niños y adolescentes, arte popular, narrativa, música, danza, parques naturales, entornos populares a punto de desaparecer, monumentos a punto de arruinarse, destrozos ambientales en aumento, campos abandonados a la espera de agricultura alternativa, sociedades sin ánimo de lucro pro preservación cultura vernácula, recomposición de la ayuda a los ancianos en una sociedad con pérdida acelerada de valores familiares......Además en todos estos campos es donde se puede ensayar y profundizar la comunidad, el consejo, la rotación de cargos, la colegialidad de las decisiones, el pacto o federación, las pertenencias múltiples y la subsidiaridad. Todo este ámbito social y cultural es precisamente lo que Jeremy Rifkin llama el tercer sector (7% población activa en EE.UU.), y de su desarrollo, recursos y apoyos depende de que no se desarrolle en la era del fin del trabajo un cuarto sector de economía sumergida, criminal y mafiosa como en Rusia y países del este y más con una inmigración ilegal, descontrolada y galopante como la ahora existente.

La lista no está cerrada y se invita a otros a corregirla, ampliarla, enriquecerla y mejorarla; con lo anterior cabe intentar el desarrollo de una herencia castellana no limitada a la gaitilla, la morcilla y la rosquilla de feria, a exhibir una banderita o pendón, a gritar con histeria de menopáusica vivas o mueran, a extasiarse ante la extensión geográfica de la región (¡ que ancha es Castilla!), o a la obediencia y admiración microcéfala a un líder.

Como conclusión final una frase de Mahatma Ghandi:

“No quiero que tapien las puertas y ventanas de mi casa. Quiero que las culturas de todo el mundo se pasen por mi casa con la mayor libertad posible, pero no que me saquen a mi”.

RES

1 comentario:

Anónimo dijo...

Por dios! Qué sarta de burradas! En verdad te diviertes haciendo esto? O_o