viernes, mayo 21, 2010

Las costumbres (Luis Carretero, El regionalismo castellano 1917)

Las costumbres

Todos los pueblos van haciéndose cada día más com­plejos, todos van perdiendo en índole original lo que por obra de un progreso igualador ganan en semejanza con un tipo universal, muriendo en ellos lo tradicional y típico que desaparece por una serie de aficiones comunes a todos los pueblos de la tierra enlazados entre sí por las modernas comunicaciones, aficiones e Inclinaciones que cambiare mucho, pero no con los países sino con los tiempos.

Castilla la Vieja, a pesar del apartamiento en que la mayor porción de su territorio se encuentra del mundo, no podía sustraerse a esta ley generalísima. En Castilla varían las costumbres, con la condición de las personas, Imperan­do las correspondientes a cada oficio, estado, género de vida o posición social, sobre las relaciones de raza, tradi­ción o geografía. Las costumbres de Santander son las de los puertos de mar; las de Burgos o Segovia, las de las ca­pitales de provincia; y las de Reinosa o Salas de los lnfantes, las de las pequeñas villas. La originalidad en las cos­tumbres, el clasicismo, hay que buscarle en la población campesina y como en esto hay aspectos diferentes y gra­duaciones, hemos de acudir al sitio más apartado, al que menos haya recibido el influjo forastero, y por otra parte, al que no constituya un caso particular dentro del país.

Diremos algo, muy poco, por no extender demasiado estas paginas, sobre los juegos, el vestido, las diversiones, el empleo del tiempo, etc. La población campesina está re­presentada, casi exclusivamente por los labriegos, donde no por los pastores y pinariegos (obreros de los pistares), y untos y otros tienen costumbres variando con sus oficios. Las de loa labradores tienen a no dudarlo pocos-atractivos. La vida transcurre en lucha ruda con la existencia. Tan pron­to como la temperatura o las lluvias permiten que se lleven a cabo las labores del campo, se trabaja de sol a sol, y en la época de la recolección, la jornada es increíble por lo larga, reduciéndose a cuatro o cinco las horas del sueño. Los domingos y días festivos del verano, sólo existen en el calendario y únicamente se celebran las fiestas del santo patrón de caria pueblo.

Los festejos populares se reducen a la romería de la er­mita inmediata y a la fiesta del patrón, que interrumpe una vez al año la terrible uniformidad de la vida aldeana. En ese día se recibe a los amigos de los lugares circundantes, se oye la misa, se conversa y se dedica un rato a fuegos pri­vados.

No podemos hablar de los juegos más usados en el país de Castilla la Vieja, sin copiar estas palabras del gran Jove­llanos. «Los juegos públicos de pelota son asimismo de grande utilidad, pues sobre ofrecer una honesta recreación a los que juegan y a los que miran, hacen en gran manera ágiles y robustos a los que los ejercitan, y mejoran por tanto la educación física de los jóvenes. Puede decirse lo mismo de los juegos de bolos, bochas, teiuelo y otros. Precisamente, los juegos más extendidos en Castilla la Vieja, son el de bolos y el de la pelota, jugándose también el tejuelo, si bien este último está casi limitado a la provincia de Se­govia, donde tampoco es muy ferviente su afición. Los bolos se juegan principalmente en la provincia de Santan­der, pero también cuentan con aficionados en las de Burgos y Soria, siendo conocido en todo el país. La pelota, más extendida, tiene grandes aficionados en Logroño, Burgos, Segovia y Soria; siendo un juego en el que los mozos cas­tellanos muestran una agilidad sorprendente y una resisten­cia verdaderamente fabulosa. El juego de pelota castellano es mas corto que el vasco, y por consiguiente no se des­arrollan tan enérgicos esfuerzos; pero es notabilísimo por lo movido y rápido, jugándose siempre a mano y rarísima vez a pala.

En los días de fiesta los viejos, los médicos, curas, bo­ticarios, notables y la gente casada, pasan la tarde y alguna vez buena parte de la noche, jugando a la baraja, siendo el tresillo el juego favorito de los profesionales letrados, mien­tras la gente labriega muestra sus aficiones por el mus, juego de origen vasco, en el que emplean las mismas pa­labras eúscaras, más o menos corrompidas, como órdago y amarraco. Pasado este día, la vida vuelve a su continuo ritmo de trabajo durísimo o letargo impuesto. por el clima.

Al mediodía, en las fiestas, celébrase la comida, todo lo suculenta que permite la pobreza del país, y el vino corre en ella con una copiosidad que contrasta con la escasez del resto del año. A la tarde los mozos bailan al son de la dulzaina o el pito y el tambor en algunos sirios, pero en los más son las guitarras y los acordeones tañidos por algún aficionado, los únicos instrumentos. La composición mu­sical que más suele oírse en Castilla la Vieja, es la jota, otra semejanza con Aragón, y en el baile muestran los jó­venes la misma asombrosa resistencia que en el juego de pelota.

Castilla la Vieja, contra lo que se cree, tiene urca riquí­sima y notablennente variada música regional propia. De ello son prueba los diferentes aires montañeses, que inspirados en el arte popular de nuestra predilecta provincia de Santan­der, fueron tan aplaudidos. De música popular segoviana, recordamos haber oído ejecutar diversos trozos a nuestro llorado atraigo Silverio Ochoa, entre los que había unos preciosíimos cantos de pastores. Es de citar un corto, pero notabilísimo articulo, en que la revista Soria y su Tierra», .año 1904, publicó D. Federico Olmeda, en el que inserta unas preciosisimas tonadas del Burgo de Osma.

Tan grande es la importancia de la riqueza musical cas­tellana vieja que, solamente la recogida en Burgos por el mismo maestro Olmeda que publicó las tonadas del Burgo de Osma, le ha permitido hacer un grueso volumen conser­vando en el pentagrama lo que él había oído por esos campos . Con párrafos tomados del mismo coleccionador me­ritísimo de nuestra música regional y con observaciones propias se ha servido escribir las cuartillas que siguen nuestro amigo querido D. Leandro C, Cadiñanos, a requerimientos ­que hubimos de hacerle para transcribirlas en este sitio

***

En Castilla desgraciadamente no se siente una molécula ­de regionalismo; los pueblos continúan devorados por la política, como si los azotes que sobre ellos caen, nada tuvieran que ver con sus espaldas; no sienten ni reconocen: todavía la necesidad de mirar de otro modo esa política y la de unirse para defender los Intereses comunes que son los de todos y los de cada uno; y en estas condiciones cualquier esfuerzo personal que alguien haga por esas tierras, naufraga seguramente, como si cayera en pleno océano.

»Además, la masa general de castellanas soporta una vida lánguida, sin actividad ni energía, sin brillo ni esperanza; así es que la voz se ha enmudecido en el cuello de sus gargantas y apenas cantan; al considerarse en tierras casi ajenas, les falta ánimo para templar las cuerdas de su lira y sus costumbres y sus canciones las tienen sepul­tadas en el fondo de su dolor. Si alguna vez hacen osten­tación de sus fiestas, costumbres y cantares, lo hacen con una voz muy queda y doliente; y las funciones de la vida *las desarrollan con una pobreza y ura melancolía que entristecen en lugar de alegrar. Bien dicen los castellanos burgaleses en sus cantares:

Aunque me ves que canto
No canto yo;
Canta la lengua,
Llora el corazón.

Corno consecuencia de esta situación, las costumbres de Castilla se desarrollan hoy sin color, y porque los cas­tellanos cantan tan poco y tan sin entusiasmo, se cree unánimemente que aquí no hay canciones populares. Dicen de ellos los de las demás provincias: --Como no tienen vida, ni modos propios, ni costumbres, ni fueros, tampoco tienen canciones.

esta creencia de que no hay en Castilla canciones po­pulares, constituye una verdad tan corriente, que se ha sostenido como de común sentir hasta entre los mismos castellanos de las capitales; y aun hoy todavía se tiene.

Puesto a —investigar, encontré una de las más preciosas canciones que es la Segadora de Villalomez (Burgos), y esto me animó a emprender el penoso trabajo de coleccionar las canciones de esta región.

Dice así la copla:

Todo lo cría la tierra.
Todo se lo come el sol:
Todo lo puede el dinero:
Toda lo vence el amor.

Fue bastante esta adquisición, para que de nuevo rena­clera en mi el entusiasmo. Ya no pensé más en no llevar a cabo mis estudios sobre la música popular, sino en hacer­los con tiempo, con calma y con la posible comodidad. Trazó mi pensamiento entonces un plan vasto, cuyo campo de exploración habían de ser los límites de Castilla la Vieja para hacer un cancionero exclusivamente castellano. _ Se fomentaba cada vez más esta idea, cuando mis ocupaciones me permitían consagrar algún día a este trabajo, pues siempre hacia alguna conquista.

»En uno de estos viales tuve noticia del gran éxito ob­tenido entre la gente popular de Bilbao, por una canción de origen muy probable castellano y acaso burgalés, y que allá apellidaron con el nombre de Purrusalda o Porrusalda. ¡Cosa rara! Después que allí la sobrepusieron ese nombre, en muchos pueblos de Burgos no se la llama de otro modo; sin duda el cruce de mineros la ha portado y transportado con estas consecuencias: esta canción va señalada con el número 21 en las canciones «Al Agudo», y es uno de tan­tos agudillos castellanos recogidos por mí en muchos sitios y especialmente en Villanasur de Oca (Burgos), de una jovencita que entonces tenía la Infantil edad, de 86 años, María Vela, la cual la había aprendido cuando real­mente era pequeña: el texto varia en los distintos sitios; »en Alarcia decía:

Mañana voy a Burgos,
Vente, si quieres;
Verás y veremos
Los chapiteles.

En esta obra, pues (se refiere a la colección de canciones) están representados por muchísimos pueblos, los partidos de Salas, Burgos, Lerma, Aranda, Roa, Villa­diego, Castrogertz, Villarcayo, Sedano, Briviesca, Miran­da y Belorado. . Presento, pues, en esta colección, el nú­mero respetabilísimo de unas 280 canciones (manifestación musical que acaso no hayan tenido las más principales regiones españolas). Y debo advertir que de Burgos de tengo­ todavía reservadas otras muchísimas, que no he incluido en ella, porque no me parecieron tan importantes y porque las que van incluidas constituyen número más que suficien­te para formar el volumen que al efecto se necesita, tanto para la nación como para la provincia y para los Juegos florales. Sin embargo, no se crea que abrigo la ridícula pretensión de haber recogido todas las canciones de la provincia. Tare fatua sería este jactancia, como lo es la idea de que Castilla y Burgos carecen de canciones popu­lares.

Debo manifestar que en mi colección burgalesa he in­cluído algunas canciones, pocas, recogidas en la provin­cia de Santander, Palencia, Calahorra y Soria, por coin­cidir en las líneas divisorias provinciales, y par continuar en estas el arciprestazgo de Burgos, lo cual es siempre motivo y ocasión de reciprocas relaciones y tratos entre las gentes de las provincias rayanas.

Por lo demás, no habría posibilidad, ni hay necesidad de recoger todas las canciones de Burgos. Ido habría po­sibilidad, porque ¿cómo recorrer 1.200 pueblos que poco más- o menos constituyen la provincia?
Esta obra es un testimonio vivo, elocuente, magnífico, completo, de la existencia de abundantes y preciosísimas canciones populares, genuinamente castellanas, genuinamente burgalesas. ¿Hay quien lo dude? Para algo ha de servir el número. Más de 600 canciones recogidas en los pueblos citados, distribuidos por toda la provincia de Burgos, dan idea clara y terminante de que no pueden ser importadas, sino de que han nacido aquí, porque aquí hay semillas y el terreno es fructífero.

¿Queda el escrúpulo de que esas canciones son aisladas, caprichosas, sin unidad y sin carácter? Este escrúpulo se desvanece como el humo, al considerar que no hay can­ciones traídas y llevadas de .la moda, transitorias, ni sin aplicación determinada a los usos de la vida popular. No hay más que examinar el plan que sigue a esta introduc­ción; allí se las ve perfectamente seleccionadas, fruto de un todo armónico, hermoso y lleno de unidad. ¿Se ad­vierten en él seis o siete especies de cantos romeros, otras tantas de bailables y otras tantas religiosas? Pues a conti­nuación del plan vienen las documentos confirmativos en número suficiente, con la necesaria uniformidad, con un colorido y tonalidad igual en todos los sitios, arguyendo el mismo estilo, la misma costumbre, la misma factura tonal y rítmica, el mismo dibujo, los mismos giros meló­dicos y poéticos; en fin, allí están retratando gráficamente todo un pueblo que tiene un modo de ser suyo y propio.

¿Piensa alguien que esas canciones son modernas, sin antigüedad ni abolengo? Examínense las frases musicales, saboréense un poco y podrá comprobarse que no están inspiradas en obras modernas. La filología lo demuestra en sus múltiples palabras anticuadas: (yoglar, trempolen­tre, trepoletre, ringondango, calangrefo, escomenaar, rumba, albadas, contratada (novia apalabrada), sales (esponsales), etc. etc.

No se diga que estas canciones no son castellanas porque se usan en toda España, pues es evidente que la región que no tiene dialecto, no ha de tener sus cantares sino en la lengua que tiene en uso; lo que ocurre que Cas­tilla las ha transmitido a otras regiones y hay algunas como las «ruedas» que oí en Soria, que no han sido lleva­das a otros lugares.

Hay cantos romeros (ni bailables ni religiosos), es de­cir, los usados en tareas de trabajos y esparcimientos. Cantos de ronda, de cuna, de siega, linos, cáñamos, yesos, esquileos, epitalamios. y otros. Por cierto que en los cantos de siega, figura un cantar que es exactamente la célebre jota de La Bruja y haciéndola notar el autor, expresa que esta canción fue tomada en los pueblos de Las Lomas de Belorado, advirtiendo que la cantan con mucha lentitud, pues es costumbre que dure el canto el fiempo que tardan en segar un brazado.

¡La jota de La Bruja, una canción burgalesal ¡Luego dirán que no hay música en esta región! ¡No dirla lo Mismo el maestro Chapí.

Hay cantos coreográficos, como hay multitud de bailables típicos que por desgracia han sido sustituidos por los modernos pasodobles, mazurcas y otros tales, en los que falta tanto el arte como sobra la incorrección. Antes y en los pocos que aún se usan, se acompañaban con el pandero, gaita, clarinete y pito, con acompañamiento de tambor; instrumentos que por desgracia forzosamente han tenido que ceder el paso al antipático acordeón. Incluye el maestro en el grupo de bailables vocales los que llaman a lo ligero, agudillo, pasan, brincadillos, al pandero, etc. Las parejas forman una línea recta, y altos los brazos, trucan los dedos para producir lo que llaman pito y me­nean los pies a compás, rápidamente, siendo de rigor que la hembra durante el baile mire al suelo. Tienen estos cantos sus correspondientes estribillos y es frecuente que loa cantores improvisen coplas alusivas a los bailadores o cantadores. Algunos de estos bailes terminan con los relinchos.

Las ruedas se bailan principalmente en Soria, forman­do un círculo las parejas, al que van dando la vuelta, al mismo tiempo que hallan y marchan.

_ Habla el maestro de la entradilla castellana y explica en qué consiste, diciendo que como todos los gastos de los bailes en los pueblos son sufragados por los mozos, sin perjuicio de pagar ellos su parte, piden también a las mozas en los bailes y a cualquiera que aparezca durante su celebración. Así que divisan a un caballero, van los mozos hacia él, y después de un saludo le bailan para que les dé la propinilla. La gaita toca la entradllla, y en las primeras notas, parecen estar gráficamente reflejadas las líneas de las genuflexiones del saludo de tiempos del Im­perio, y en las otras notas, se ve retratada la alegría con que recibieron la presencia del caballero, que agradecido les da la propina.

Conocidísimas son las danzas que se bailan en Burgos en las fiestas del Corpus y Curpillos y que se componen de ocho juegos.

Como cantos sagrados, se lamenta el maestro de la desaparición de ejemplares del arte polifónico del siglo XVI y registra como cantos populares los llamados albricias, usados en Salas, Barbadillo y Pineda; canciones de Na­vidad, Misiones y Calvarios, Rosario, Ave Marfa y cantos a la Virgen.

***

Hasta aquí las cuartillas del Sr. Cadiñanos. Con lo dicho en ellas y con lo conocidísimas que son las muchas obras musicales compuestas con motivos montañeses, que­da demostrado que las dos únicas provincias de Castilla le Vieja a cuya música popular se ha prestado alguna aten­ción, han tributado un enorme y variadísimo caudal de su genuino arte. Algunas ligerísimas observaciones del bene­mérito Olmeda en tierra soriana, demostraban la existencia en ella de su música típica, tan ignorada como la burgalesa, y otro tanto ocurre a no dudar en Segovia y en Ávila y en las tierras riojanas. De la música popular segoviana con­servamos en este momento en la memoria algunos nombres como las llamadas mudanzas y reboladas y las composi­ciones de los danzantes. Recordamos haber oído hablar de los cantos típicos de Valleruela de Sepúlveda y es muy conocida la figura de la moza segoviana tan reproducida por los pintores, quienes siempre la colocaban una pande­reta en la mano para acompañar tal vez aquella copla:

Salamanca, estudiantes;
Madrid, carrozas;
Ávila, caballeros;
Segovia, mozas.

La desgracia es que la música segoviana está más ame­nazada de perderse que la santanderina y burgalesa, pues a más de no haber sido recogida, tiene la contra de que los pocos dulzaineros de algún mérito han dado en tocar cosas modernas de las zarzuelas y en lo que, tal vez es peor, en aprender su arte en Valladolid, aficionándose a tocar cha­rradas y otras composiciones del reino de .León tan exóticas en Castilla la Vieja como lo puedan ser las composiciones gallegas o andaluzas.

Lo que los ingleses llaman el Folk Lore o sea el estu­dio -de las leyendas, tradiciones, música; juegos, etc., lo que constituye la manera de ser típica de la gente de un país, lo castizo de ella, es decir, por tanto, el casticismo de Castilla la Vieja tiene un valor artístico incomparable por su originalidad, por la firmeza de sus rasgos característicos que persiguen con avidez los más grandes artistas. Si los hermanos Bécquer recorrieron la tierra soriana buscando inspiración, los artistas de hoy proclaman a grandes gritos que Segovia es manantial inagotable de emociones en su ciudad y en su campo y sienten por ella envidiable predi­lección.

Muestra de la riqueza viva de Segovia y de toda Casti­lla la Vieja en arte popular de todos órdenes y en motivos que originen grandes obras cuando haya un talento artís­tico capaz de ponerse a su altura, fue la Exposición del Turismo celebrada no hace muchos años en Londres, en la que las comparsas segovianas atrajeron la atención de todos.

Llenas de originalidad y color son las cuadrillas de dan­zantes segovianos y en ellas, como acaso en la música, hay tal vez un principio de unidad en la región, pues en Santander también se hacen originalísimos juegos de dan­zas de paloteo o de espadas.

Y no digamos nada acerca del tesoro que constituyen la variadísima colección de trajes típicos regionales, varíedad profusa cual ninguna, pero no desprovista tampoco de cierta armoniosa unidad.

El traje castellano va perdiendo su originalidad; sin embargo, es posible encontrar todavía la vieja anguarina, la capa parda y hasta la gorra de piel y el viejísimo sagún celtíbero, Generalmente la cabeza de los nombres castella­nos va cubierta con la boina vascongada y es frecuente encontrar el pañuelo liado a las sienes de sus hermanos los aragoneses que muchos suelen llevar bajo el sombrero. Durante algunos años del siglo XIX, el traje castellano se corrompió, adoptando los labradores el sombrero ancho de bordes y copa cónica, cubiertos de terciopelo, prenda que, aunque exótica, adquirió gran popularidad en Castilla como en Valencia, León, Murcia y Castilla la Nueva. Aparte esta adulteración del sombrero, el traje del país conserva entre algunos el calzón y la chaqueta corta que con más o menos variaciones fueron generales en España.

La habitación revela la misma grave sencillez de la raza castellana, parca en adornos; sólo los dinteles de las puer­tas tienen algún decorado, reduciéndose en muchos casos a poner la fecha en que se construyó, o el nombre del pro­pietario, y otras veces las palabras Ave María Purísima. Toda casa aldeana tiene su corral y las más importantes de sus habitaciones son un zaguán y la cocina. La cocina de la aldea castellana es originalísima; según los arqueólogos . es igual que las descubiertas en las casas de los viejos nu­mantinos, con el mismo hogar de piedra, poco alzado sobre el suelo, en que arde el fuego, no por bajo, sino al lado de los pucheros. La cocina es en invierno el refugio de la familia, poniéndose alrededor del fuego, y las mujeres en cuclillas. El cuadro de la cocina aldeana es sumamente pin­toresco y los artistas españoles han sabido aprovechar tan interesante escena. Después de la cocina, la estancia más Importante es el zaguán, al que suele rodear las demás de la casa y en el que hay siempre una puerta que conduce a la cuadra. Sus paredes, como todas las interiores de la casa, están cuidadosamente enjalbegadas.

Al hablar de la habitación clásica castellana nos hemos referido a las viviendas del pueblo, pero a su lado se cons­truyeron también en el campo soberbios palacios inspirados en la arquitectura de la época del renacimiento español en los comienzos de la Edad moderna, que fueron habitados por los hidalgos propietarios de la tierra o por grandes ganaderos. Constituyen una variadísima colección arqui­tectónica los palacios existentes en grandísimo número en la provincia de Santander, con soberbios balcones, rodeada la «casona» por una tapia en la que se ostenta frecuente­mente una monumental portada de labrada piedra. También pertenecen al misma estilo arquitectónico los palacios de los nobles ganaderos del pasado, abundantes en la provin­cia de Soria y muy singularmente en los valles del norte de aquélla. La misma factura artística, el mismo típico de­corado, tienen algunas casas señoriales que hoy pueden verse en Sepúlveda, Pedraza y otras villas segovianas.

El ajuar es antiguo y tan sencillo como corresponde al carácter y necesidades de la raza. Las vasijas de barro conservan las mismas formas que las descubiertas entre las ruinas de las ciudades celtíberas, de Numancia, de Termes, de Uxama. Las ropas y los objetos de algún apre­cio se guardan en pesadas arcas de gruesa madera y el vino se conserva en pellejos y se bebe en la bota. En las paredes cuelgan cuadros de santos y retratos de familia.

Len detalle típico de Castilla la Vieja, es el calzado. Les hay de todas formas, abundando la alpargata, ya abierta y llena de grandes cintas como las de los aragoneses, o ya cerrada como las vascongadas. También se ven gruesos zapatos o borceguíes de cuero blanco, pero lo curioso es encontrar muy corrientemente la antiquísima abarca, el cal­zado más adecuado al terreno escabroso, el que hizo célebre a un rey de Navarra,

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Páginas 62-74

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