jueves, junio 17, 2010

Los recelos entre las regiones (Luis Carretero Nieva 1917)

Los recelos entre las regiones

El ya citado escritor Rovira y Virgili termina su prólogo, de El Nacionalismo Catalán, con estas palabras: «Sa­bemos que nuestro mayor y más temible enemigo, es el desconocimiento de nuestro problema por parte de la España castellana. Con el leal intento de contribuir a que sea »conocido mejor, damos nosotros a la publicidad este libro». Este desconocimiento de los problemas de otras regiones es reciproco en España, lamentablemente porque el desconocimiento engendra el recelo también mutuo, y tras del recelo asoma cuando nadie la llama ni hace falta la fosca figura del odio.

Es doloroso que haya habido momentos en los que hayan brotado algunos chispazos de odio entre Cataluña y Castilla; y lo más doloroso todavía es que tales chispazos hayan saltado incitados por una equivocación, por un error, como puede verse por las siguientes palabras del mismo Rovira Virgili. «Mas los catalanes no han odiado jamás a España por ser España. Sus sentimientos hostiles, en épocas determinadas, se han dirigido contra España ,o contra Castilla, por sentirse heridos ó vejados por ella. En todo caso, la fuerza de los sentimientos poco amistosos que pueda haber en Cataluña respecto a la España castellana; es inferior -tal es al menos nuestra profunda convicción­a la fuerza de los sentimientos del mismo género que hay en la España castellana respecto a Cataluña».

Aquí hay un error fundamental que consiste en suponer .que esas vejaciones sufridas por Cataluña, han sido causadas por España; error que aumenta al hablar de la España castellana, es decir, al suponer a Castilla como el elemen­to substancial e imperante de esa ficción que los catalanes y muchos otros españoles llaman la España castellana, concediendo a Castilla una supremacía sobre la España no ca­talana, que como hemos expuesto antes de ahora, se ha reducido a prestar un nombre para denominar con él un conjunto de países, pero sin tener eficacia ni aun casi influ­jo en la formación del espíritu que anima a los pueblos constituyentes del mismo. Otro error de los catalanes exac­tísimamente reflejado en los escritos de Rovira y Virglli, ha sido suponer que Castilla ha sentido contra Cataluña fuer­tes sentimientos de hostilidad. Los sentimientos nacidos al rebote de los catalanes se han manifestado en otras regio­nes españolas, con mucha, muchísima más fuerza que en Castilla la Vieja; se han manifestado con gran energía en Aragón, por boca de Zaragoza, y en el reino de León por las distintas campañas promovidas por la ciudad de Valla­dolid, la que como llevamos dicho, no puede en ningún caso ser tomada por los extraños como representante de Castilla la Vieja desde el momento en que nuestra región niega a Valladolid las condiciones de ciudad castellana, desde el punto en que Castilla la Vieja mostró un indicio por pequeñisimo que fuese, de no admitir la menor pretensión de ser representada por la región leonesa.

Afortunadamente Cataluña, la que se quejaba de que el desconocimiento de sus problemas por parte de Castilla, o de lo que los catalanes llaman la España castellana, era el causante de un odio Injustificado hacia ella; la región cata­lana que tanto se precia, no sin motivo, de clarividente, va comprendiendo a su vez que esos resentimientos de Cata­luña hacia nosotros son Igualmente improcedentes, por estar fundados. también sobre el error de creer que el espíritu impuesto en España fue el de las agregaciones de reinos occidentales, que se llamó con el nombre del de Castilla. Reconocido por los catalanes que el espíritu del poder do­minador en Cataluña no fue el de loa renos occidentales, necesitaríamos los castellanos a nuestra vez, que, deshaciendo­ errores, llegasen los catalanes a destruir ese otro en que comulgan con los demás españoles, de que los castellanos somos el elemento esencial y típico de la España occidental, y que por consiguiente las provincias leonesas están animadas total o parcialmente por un espíritu castellano.

Poco a poco se va andando el camino; poco a poco al reconocer la falta de fundamento, Irán cesando los agraviad de región a región. Ya Macías Picavea afirmó que] os poderes gobernantes de España, fueron completamente ajenos a nuestro país, vinieron animados de un espíritu que nada . tenia de español y sólo se ocuparán de destruir todo aquello que era genuino de nuestra tierra. Esa teoría del insigne escritor leonés la hemos aceptado con entusiasmo, negan­do que en España domine el espíritu castellano y no sólo la creemos cierta en el conjunto de las regiones españolas, sino que la creemos cierta también dentro de las regiones que con Castilla formaron las históricas agregaciones, ocurriendo acaso que Castilla la Vieja sufra el influjo de la región leonesa, pero negando rotundisimamente que en las provincias leonesas se tropiece con la más insignificante partícula de sustancia castellana.

Afortunadamente para todos, la opinión catalana va evolucionando; tanto es así que, hoy mismo,: mucho des­pués de haber escrito las anteriores páginas, nos encontramos con un librito de persona de tan singular autoridad como el Sr. Cambó, El pesimismo español, que nos trae la gratísima noticia de que Cataluña va comprendiendo que no fue Castilla la que la dominó; que Castilla (la agrega­ción de naciones del occidente de España) fue también do­minada, como lo demuestran las siguientes palabras del gran político catalán., «La política interior del Estado espa­ñol tuvo por base la destrucción de todo lo propio y característico de la vida castellana y catalana. La vida colec­tiva interior de Castilla fue destruida por Carlos I, el pri­mero de los Austrias. La organización colectiva catalana fue aniquilada por Felipe V, el primero de los Borbones». Los catalanes achacaban a Castilla el haber inferido a Ca­taluña el humillante agravio de imponerle una cultura, unas leyes, un espíritu y los propios catalanes vienen a recono­cer muy justicieramente que Castilla había sufrido a su vez análogas imposiciones, es decir, que Castilla no era el po­der dominador de Cataluña, pues quien no tiene fuerzas para conservar el dominio de sí mismo, menos las tendrá para imponérsele a los demás.

Un desconocimiento, un error hizo que Cataluña sintie­se recelos contra Castilla y con los recelos el resentimiento, abriéndose un abismo entre el hermoso país, perla del mar latino y aquel otro que amarraba a los muelles santanderi­nos las naves del consulado de Burgos, porque al mismo tiempo que Cataluña incurría en el error de considerar a Castilla como la sustancia primordial de España, como el elemento director de la misma, como la inductora de todos os actos de la nación, Castilla, la pobre y abatida Castilla que ha muchos años habla perdido su propia cultura, su constitución genuina, sus leyes, su carácter y su riqueza, llegó en algunos breves momentos a creerse dueña de la hegemonía española. Tal fue la sugestión causada por ajenos errores, que no faltó quien creyese muy seriamente que as humildísimas tierras de Segovia, de Soria, de Burgos, huérfanas de todo poder, sin aquellas energías precisas para sí mismas, que nuestra región, contando solamente. con nuestro puerto de Santander como pueblo moderno y con las riberas riojanas corno muestra de comarca fértil, tuviese, sin embargo, contra toda regla del discurso, capa­cidad para influir en la dirección de la vida nacional. Tan en serlo habían tomado los castellanos viejos esa creencia de que nuestra región constituía la enjundia del moderno pueblo español; tan inocentemente se habían convencido de que de ella emanaban las fuentes de la savia española, que toda censura, de las muchas justificadísimas que Cataluña habla lanzado contra los criterios que regían las acciones de .España, debía de considerarse por Castilla como censu­ras a ella misma, que de buena fe se creía madre de aque­llos criterios.

Pero catalanes y castellanos conocieron al mismo tiem­po, o casi al mismo tiempo, sus equivocaciones y con ello ganaron mucho para una futura cordialidad. Cataluña se convenció, como declaran las anteriores palabras de Cam­bó, de que Castilla para nada se había entrometido en el despojo que a Cataluña se hizo de su personalidad y de, sus libertades. Castilla vio también que esa importancia que se le atribuía en la creación y dirección de la moderna España era pura fantasía. Castilla ha visto que su papel, su pre­dicamento en el conjunto de los pueblos que se rigieron por el mismo cetro que ella, no puede ser más pequeño. Castilla ha visto que necesita también que su hegemonía no la posea ninguna región más que ella misma. Castilla vio la necesidad de no dejar su dirección ni al capricho de otras regiones, sean las que fueren, ni al azar de los tiem­pos. Cataluña se convencerá también de que Castilla la Vieja tiene su personalidad inconfundible con las de otros pueblos españoles de su misma lengua. Cataluña verá cómo la posición de Castilla la Vieja tiene muchos puntos que tocan a la de Cataluña, cómo unos y otros tenemos que dolernos de los mismos males generales, aun cuando les haya también que sólo sean particulares de cada uno. El caso es que unos y otros tenemos de qué lamentarnos.

Dijimos antes que la mayor diferencia entre Cataluña y lo que los catalanes llaman la España castellana, estriba en la situación de unos y otros en el actual momento histórico. Cataluña, como más en contacto con el mundo civilizado, como testigo presencial de progresos de que no disfruta España, ha podido darse cuenta antes que Castilla de lo torcido del camino seguido por los gobernantes españoles y ha comprendido antes que nadie la existencia del problema del mal gobierno. Cataluña, como pueblo diferenciado claramente por un idioma distinto de los demás hablados en España, como pueblo que conservaba más o menos decaído, pero visible el carácter diferenciador de su región, pudo darse cuenta antes que nadie de que la dirección del gobierno español era inadecuada para sus características variedades regionales; Cataluña, ante el ejemplo inmediato, sintió la codicia que le obligó a ir a la lucha y en la lucha templó sus energías. Se hizo fuerte porque en el uso mejo­ró sus facultades. Castilla la Vieja no ha experimentado la acción de estos estimulantes y una buena parte de su territorio sólo recibe la emulación del mundo por mediación de Madrid que, en este caso y sólo en este caso, es como no recibirla; así es que Castilla la Vieja durmió hasta ahora, porque ni llegaron a ella los ruidos, ni los fulgores de luz, ni la sacudida que pudieran despertarle. No hay que achacar a Castilla la Vieja, sino más bien a la neblina que la envuelve, ese sueño que provoca los siguientes reproches de Rovira y Virgili: «El dolor de muchos catalanes es no poder amar esta España triste de hoy, no poder ser con ella ni siquiera indulgentes. Lo que más nos separa de ella es su incuria ante los grandes problemas, su indiferencia ante los hechos del mundo, su abulia fatalista, su persistente sueño, del cual no logran despertarla ni el sonar de las horas solemnes en que se decide el porvenir de las naciones:» y pocas líneas más adelante, prosigues «Un rena­cimiento espiritual seria, sin duda, de gran eficacia para llegar a una mayor cordialidad castellano-catalana».

Un renacimiento espiritual de Castilla la Vieja sería una indiscutible ventaja, reo sólo para una mayor cordialidad entre Cataluña y Castilla la Vieja, sino también una pode­rosa palanca para remover los obstáculos que se oponen al resurgimiento español; pues aun cuando los hechos de­muestren de una manera clarísima que Castilla la Vieja ni tuvo parte en la hegemonía española, ni le corresponde ninguna responsabilidad mayor que a cualquier otra región, ni tienen sus actos mayor eficacia que los de las demás co­marcas españolas, ni hay razones de ningún género que obliguen a Castilla a defender un estado de cosas y un ré­gimen en cuyo advenimiento no tornó arte ni parte, no falta que haya quien crea que Castilla la Vieja está en él deber de amparar toda esa perjudicialísima organización actual, y sería de gran ejemplaridad para toda esa gente el hecho de que Castilla la Vieja consignase su protesta contra el abu­sivo centralismo y declarase la convicción que tiene de su derecho a trazar por si misma la norma de su desarrollo. Es decir, que si Castilla la Vida saliese de ese sueño en que la han sumergido las circunstancias, si acentuase su intervención, sí tratase de restaurar su carácter y sus ener­gías, el beneficio directo sería para ella; pero el que de rechazo recibiesen las demás regiones españolas, incluso la potentísima Cataluña, no habría de ser despreciable; es decir que, en cierto modo, todas las regiones españolas están interesadas en el resurgimiento castellano viejo.

Porque nosotros, los que hemos negado la hegemonía de Castilla la Vieja en España, los que la hemos negado también papel primordial en la empresa de la unidad nacional; los que la hemos negado Influjo en la gestación del actual carácter nacional, los mismos que creemos que el espíritu castellano ni dominó en España ni tampoco en las tierras de los extinguidos Estados castellano-leoneses, los mismos que afirmamos que en los países que fueron tales estados de haber un espíritu dominante es el leonés, pero no el castellano; nosotros creemos, sin embargo, que Castilla la Vieja puede actualmente desempeñar una importantísima misión en la organización regional de España.

Nosotros creernos en esa misión de Castilla la Vieja fundados en las condiciones de su posición geográfica, de su carácter actual, de su cultura actual, de sus afectos y de sus simpatías actuales y sus relaciones con el gobierno nacional también actuales. Nosotros vemos en Castilla la Vieja circunstancias presentes, del día mismo en que estamos, sin que acudamos para nada a buscarlas en la histo­ria, que la dan condiciones singularisimas entre todas las regiones españolas. Todas estas regiones española, Catal­uña o Andalucía, Valencia o Galicia, León o Aragón, han conservado la esencia de su carácter, o al menos un clarísimo recuerdo de él; la única que lo perdió casi por completo, la que tiene que hacer investigaciones casi arqueo­lógicas para encontrarlo, es Castilla la Vieja. Todas las regiones tienen una manera de pensar en cada cuestión que se les presenta completamente suya como consecuencia de la personalidad definida en todas ellas. Castilla la Vieja incide en sus sentimientos con unas regiones y participa de las ideas de otras. Castilla la Vieja, en su organización económica y social, tiene estructures de unas regiones y materiales de otras. En agricultura, por ejemplo, coincide Castilla parcialmente con La Mancha y la tierra de Campos por ser hoy uno de sus intereses el cereal dominante de fuellas llanuras; pero Castilla se asemeja a Galicia por la constitución económica agraria sobre la base del pequeño capital, la explotación doméstica y la tierra muy parcelada, semejándose también a la agricultura gallega por la producción pecuaria asociada al cultivo. Castilla la Vieja tiene con León las relaciones adquiridas en muchos años de con­vivencia; pero tiene con Aragón una semejanza grande en costumbres, temperamento y carácter. El castellano viejo es un hombre que nada tiene que envidiar como sufrido para el trabajo a nadie de España; pero influido por una cierta incuria, una especie de fatalismo andaluz, nada hace por perfeccionar los métodos ni por sugerir iniciativas. Castilla la Vieja, al definir su carácter, ha de encontrarse con afini­dades varias con todas las regiones españolas, de un orden con unas, de otro con otras, pero sin que esas afinidades le falten con ninguna. Es, por tanto, nuestra región la más a propósito para armonizar intereses y temperamentos, y es una lástima que por despreciar estas cualidades y por desconocer las situaciones en que pudieran utilizarse, se dejen de aprovechar.

Para poder servirse de todas estas cualidades en pro­vecho de todos, sería preciso un más exacto conocimiento mutuo.. El desconocimiento hizo, como vimos antes, que Castilla la Vieja y Cataluña se mirasen con algún recelo y el conocerse recíprocamente, dio como fruto inmediato un comienzo de sincera reconciliación; lo que nos hace presu­mir que si todas las regiones españolas supiesen que Cas­tilla la Vieja en lugar de ser un centinela puesto por el cen­tralismo unitario al servicio de vigilancia de los movimien­tos reivindicatorios de las regiones, es una región más que desea una unión más sólida por ser más armoniosa que la actual, pero más libre por dejar desenvolverse autonómica­mente a los grupos regionales; se sumarían indiscutible­mente a las aspiraciones de Castilla la Vieja, viendo en ellas una esperanza de renovación nacional.

Y hablando de relaciones entre regiones, no tenemos más remedio que ocuparnos de las actuales entre Castilla la Vieja y León, y muy particularmente de las existentes entre Castilla la Vieja y Valladolid. Es este punto que hay que acometer con todo valor, es tema que hay que estudiar
en toda su desnudez, pues si el desconocimiento mutuo ha causado recelos y resentimientos entre regiones, sería error gravísimo creer que deban de usarse frases de exquisita cortesía en las que brillase una pasajera amabilidad gratísima, pero que conservando el desconocimiento, conservase a la vez el semillero de las discordias.

Los vallisoletanos se lamentan muy doloridos de que Burgos les mira con recelo. Con toda la crudeza necesaria tenemos que declarar que no es sólo Burgos quien este receloso de Valladolid; que más, mucho más que Burgos, lo estamos todos los que en Castilla la Vieja y fuera de Bur­gos nos hemos ocupado de asuntos regionales genuina­mente castellanos viejos; que somos elementos de fuera de Burgos los primeros que hemos visto la incompatibilidad entre Castilla la Vieja y Valladolid; que ha sido preciso una labor de estimulo para que Burgos se decidiese a cumplir sus deberes de capital de Castilla la Vieja, recobrando la representación que Valladolid ostentaba injustamente; que en lugar de haber en Burgos un acicate, como el resenti­miento del poderío vallisoletano que les azuzase a los bur­galeses para impedir que la representación visible de Castilla la Vieja la ostentasen ciudades que pertenecían a ella, fue necesario vencer un incomprensible respeto o tal vez desagrado que a los burgaleses les infundía el tener que luchar contra Valladolid; que por una desacertada maniera de apreciar los deberes de cortesía, la ciudad y provincia de Burgos, en vez de procurar conservar la independencia de acción de Castilla la Vieja, había facilitado la intrusión leonesa, invitando a Valladolid y otras provincias de fuera de Castilla la Vieja para determinar sobre asuntos castellanos viejos, como por ejemplo, para hablar de la Mancomunidad; por cierto que la presencia de Valladolid y otras provincias leonesas en las reuniones para la Mancomunidad fue con­veniententisima, porque de allí salió la declaración de que entre las provincias reunidas había elementos para mas de una Mancornunidad; es decir, que se reconoció que había más de una región.

Es cierto, ciertísimo, que en todos los escritos de los que en estos años últimos se han ocupado desde Castilla la Viejo de problemas regionales, se marca un resentimiento contra las provincias leonesas, que es indiscutible enojo al tropezar con Valladolid. Los fundamentos de estos recelos son los mismos en que se basaban los recelos entre Cata­luña y el resto de Espada: los errores profesados por unos u otros. Por lo que se refiere a Castilla la Vieja, tenemos que declarar, con la misma firmeza y claridad que hemos confesado los sentimientos de enemistad que hay hacia las provincias leonesas, que tales sentimientos son superpuestos que recubren un fondo de cariño y afecto hacia las provincias leonesas; pero que por obra de las circunstancias presentes, la cordialidad, la amistad de Castilla la Vieja hacia León, está aletargada y en cambio, la enemistad, el resentimiento, por la actitud de las provincias leonesas, hállase despierto en Castilla la Vieja.

Y todo ello procede del desconocimiento. El desconoci­miento de los problemas de las aspiraciones y de los deseos de Castilla la Vieja, ha provocado en la región leonesa una postura de desdén que contribuye a excitar más todavía el resentimiento de los castellanos contra los leoneses, quie­nes siguen procediendo corno si Castilla la Vieja estuviese dispuesta a compartir con ellos los azares de la vida. La conducta de los leoneses se debe tan sólo a desconocimien­to, porque las palpitaciones del cuerpo castellano no se hacen sentir en el reino de León y sería preciso que su prensa regional (la de Valladolid) llevase la noticia para que fuese conocida; así es que los leoneses siguen ignoran­do lo que puedan ser las ansias de reorganización regional de Castilla la Vieja, porque sólo conocen de ellas los lige­ros ecos reproducidos por la prensa madrileña y creen que eso es tan sólo una ligera rivalidad entre Burgos y Valladolid , por proporcionarse territorios sobre los que poder ejercer algún influjo. Tal vez su conducta sería otra cosa si conaciesen los verdaderos términos del problema; si supiesen que las iniciativas han salido de fuera de Burgos; si supiesen también que Burgos no ha hecho al principio más que recoger can .menos interés ciertamente del que debía, los estímulos de las otras provincias de Castilla la Vieja.. Tal vez los leoneses procederían de otra modo si supiesen que Castilla la Vieja no ha obrado por excitaciones odiosas sino ahogada por el impetuoso caudal de savia leone­sa que anegaba todo el país de Castilla la Vieja, destruyen­do toda la floración genuinamente castellana. Tal vez los leoneses seguirían otra conducta si estuviesen convencidos de que Castilla la Vieja va adquiriendo un concepto claro de su personalidad, formando una voluntad y creándose una inteligencia.

Los leoneses procederían de otra manera si no descono­ciesen un principio: el de la hetereogeneidad entre Castilla la Vieja y León, porque parten del falso principio contrario, creyendo que Castilla la Vieja y León son algo semejante, algo análogo. Si llegasen a comprender su diferencia, en­tonces cesarían en sus intentos anexionistas, porque se les presentaría el dilema de que Castilla la Vieja era un pueblo muerto o no lo era. Si Castilla la Vieja era un pueblo sin energías vitales para nada podría servir ni a León ni a nadie su apoyo y constituiría una carga para cualquiera, por tratarse de un país pobre a quien habla que cuidar. Si, por el contrario, Castilla la Vieja era un país de grandes ener­gías vitales, fuerte, rico, inteligente, conocedor de su situa­ción y de sus problemas, se trazaría la norma que creyese más conveniente a sus intereses, secundaría la acción de las provincias leonesas cuando sus necesidades coincidie­sen con las castellanas; pero se apartaría de ellas en caso contrario, sin que la región de León pudiese disponer para nada de Castilla la Vieja. Si León llega a darse cuenta de la diferencia existente entre el país leonés y el castellano viejo, estarnos segurísimos de que la región leonesa no pondrá la menor traba para la organización regional de Castilla la Vieja, cesando los rencores para preparar ,una feliz inteligencia entre leoneses y castellanos; pero de no ser así, de no comprender León que Castilla la Vieja no puede someterse a sus normas, por necesitar dirección propia emanada de ella misma, el resentimiento de los castellanos contra los leoneses perdurará mientras Castilla la Vieja no recobre el dominio de sus aspiraciones.

LUIS CARRETERO NIEVA
El regionalismo castellano
Segovia 1917
Pp. 215-227

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