jueves, octubre 14, 2010

Epílogo (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

EPÍLOGO

Al dar cima á nuestro trabajo, habremos de manifestar que nuestra obra está escrita estudiando más los hombres que los li­bros, siguiendo á Charrón, que ya dijo en profundo acierto, que la verdadera ciencia y el verdadero estudio del hombre, es el hom­bre mismo y sobre todo nuestras reformas lejos de ir á buscar exóticos remedios, los hemos encontrado insiguiendo, casi cal­cando nuestros antiguos organismos, porque persuadidos estamos que uno de los mayores males modernos, es ingratitud, mejor dicho, el odio al pasado, que nos lleva á la manía de las innovacio­nes y á los excesos del extranjerismo que están aniquilándonos física y moralmente, en otros términos, nos han empobrecido y nos han empobrecido y enviciado, porque nuestros megalómanos políticos en su verdadero furor de copiar lo extraño, despreciando lo propio, por darse lustre, no reparan si es asimilable y provechoso, metiendo en todo la... mano, para que luego la prensa sectaria, los jalee de hombres de Estado y omniscientes, que á la verdad hay que confe­sar pro bono pacis, que están á la altura de su tiempo, y así que por ahí los vemos ¿escultados?, mejor dicho, esculpidos en bultos de mármol y bronce á montones.

No pretendemos haber descubierto el talismán por el que Es­paña venga á ser una Arcadia; no soñamos ser el carrus Israel el auríga ejus, como dice el libro de los Reyes del Santo Profeta de nuestro nombre, no, esas no son nuestras pretensiones que hubieran de resultar el invento de Icaro; tan solo hemos intentado señalar y detectar los defectos y vicios de nuestra administra­ción local, indicando á cada agente patógeno su correspondiente terapéutica, habiendo diagnosticado como principales, el predomi­nio de la rastrera política, la centralización administrativa, los ayuntamientos enclenques y raquíticos, por falta de recursos y de habitantes suficientes, con secretarios tan ineptos como mal retri­buidos, la condensación de población y por ende la gran atrac­ción de las capitales y el empobrecimiento de las aldeas ,que todo lo pagan y de nada disfrutan. Si los latifundia Romam perdidere, como dijo Plinio, la acumulación y crecimiento de las poblaciones a costa del decaimiento y depauperación de las aldeas, fomenta­dos aquello y esto por la centralización, ha de ser la ruina de los modernos Estados, que con los numerosos ejércitos permanentes, están arruinado á las naciones y con las obras públicas, sostienen esas miríadas de proletarios, mejor dicho, de esclavos blancos arran­cados de los tranquilos, salubres y proficientes trabajos de la agri­cultura, para ser explotados como bestias, por los contratistas y des­tajistas, esos modernos negreros, por falta de leyes que protejan al débil contra el fuerte, y eso que aquí con las carreteras dichas parlamentarias y con el excesivo personal técnico, nuestro presu­puesto de obras públicas va á ser insoportable y estamos fomentando los medios de transporte, sin acordarnos de aumentar la producción, y sobre todo teniendo olvidados los pantanos y canales que son un verdadero instrumento de riqueza y prosperidad, á la vez que de previsión en nuestras calamitosas y frecuente se­quías. Devolviendo los brazos arrancados a la agricultura y fo­mentando la repoblación de aldeas y lugares, clave del bienestar nacional, las obras públicas pudieran realizarse con la numerosa población penal de nuestros presidios y con la clase de tropa de nuestro ejercito, una vez que se considere suficientemente ins­truida, para que así los gastos de sostenimiento de tanta gente re­sulte beneficiosa á la Nación, así tonto saludable el trabajo a corrigendos y soldados, porque la ociosidad es para todos madre de todos los vicios. Y cuando las carreteras y ferrocarriles se ter­minen, porque se han de acabar, porque todo tiene fin, entonces, entonces la tempestad habrá de estallar y serán de oír los gritos llamando ti santa Bárbara para que reo truene y es que hace mu­chos lustros que nos estamos preparando la hoya donde hemos de caer, sin fijarnos en que cada día vamos lenta é incesantemente sacando más tierra y ahondándola más, y sin que nos arredre el peligro, y el que lo busca en él perecerá, dice el adagio, y la justa expiación, inseparable compañera de toda culpa, por la inicua y pérfida explotación de las aldeas por las poblaciones, habrá de tener su Gólgota, porque á hierro muere el que a hierro ma­ta, si es que con ojo avizor no se otea el porvenir y se previenen acontecimientos que habrán de venir, con la precisión matemática que sigue la sombra al cuerpo que la produce. El insigne economista Leroy Beaulieu, así lo reconoce en el prólogo de su famosa obra Traité de la sciencie des finances, afirmando «que la propiedad rural está sufriendo un grave perjuicio con la forma del impuesto a tanto fijo por capital, sin distinguir si la riqueza es rural o urbana”. Los lugares y las aldeas agricolas son la fortaleza indispensable del y de la libertad, ha dicho el renombrado escritor alemán Koscher. De ahí que sea tan racional como justo conveniente el que los tributos sean proporcionados á la loca­ción de la propiedad, á fin de proteger la pequeña propiedad y, sobre todo a la propiedad rural que es la cenicienta de nuestra tributación, viniendo como consecuencia á coincidir la difusión de la población con la difusión de la riqueza.¡Cuánta verdad y cuánto sentimiento expresa esta endecha del delicados y sencillo Trueba.

Oyendo un rey cantares
De campesinos,
Desde el fondo del pecho Lanzó un suspiro....
Lanzó un suspiro....
Y aunque no dijo nada

¡Cuanto! ¡ay Dios dijo!
¡Cuánto! ¡ay Dios dijo!


La vida campestre nadie aa sabido cantarla como él, en estas preciosos versos:

Una heredad en el campo
Y una casa en la heredad,
Y en la casa pan y amor

¡Jesús que felicidad!

En estos conceptos, hemos propuesto la reducción de los ayun­tamientos, alejándolos de la política; la variación del procedimiento electoral, para que los partidos no los guarnezcan de sectarios, buscando en la independencia una gran responsabilidad; la creación de la carrera de secretarios y de un senado municipal en su asamblea y, dando para las derramas la base de población y haciendo el impuesto progresivo, por ser ambos extremos de una equidad ircontravertible é inconcusa, como fundados en el do ut des. Si tan valioso fue el auxilio que los Gremios prestaron á los Conce­jos en la Edad media, por eso hemos propuesto su restauración, á fin de que el espíritu corporativo, informe nuestro renacimiento municipal, que será también social y económico. Las Diputacio­nes no podrán ser invernadero de caciques, estufas de vividores de dietas, que tantos sudores cuestan al contribuyente, siendo en adelante verdaderos superiores jerárquicos de los ayuntamientos, inspeccionando periódicamente sus servicios, porque la policía es la vida de las instituciones, y así podrán dedicarse también, no a politiquear, sino á administrar y fomentar los intereses morales y materiales de la Provincia, y al efecto, se les ha acrecido sus funciones, con servicios que responden á ciertos fines, por ser pro­pios de este organismo. Intermedio entre las Diputaciones provin­ciales y el Estado, hemos creído prudente interpolar las Regiones, institución no nueva, sino que tiene sus raíces históricas y geográ­ficas, y que al restaurarlas las hemos reconocido superiores jerárquicos de las Diputaciones, con funciones propias que hemos des­gajado de las muchas que abruman en España a la acción del Es­tado y que este se abroga por falta de iniciativa social, pero con­firmando en el Estado al Supremo Jerarca legal de estos orga­nismos locales, perfectamente ensamblados y subordinados, al serlo de hecho y de derecho de las Regiones, para que asentados sobre tan sólidas bases, resulte un Estado verdaderamente nutrido de savia nacional.

Nosotros estamos plenamente convencidos de que las Corporaciones locales deben desarrollar una política social, no solo para robustecer su acción y ensanchar su órbita, sino también por resultar altamente beneficioso a sus administrados, alejándoles de la política de desquites y de exclusivismos de nuestros partidos, mientras estos no digan Sumsum corda; dirigiendo los ayuntamien­tos su actividad y sus energías por otros derroteros más en con­sonancia con el procomún, cercenando al Estado atribuciones que se abroga por falta de iniciativa social.

Nosotros entusiastas hasta la exageración de la manera de ser de los antiguos comunes, antes de la trágica epopeya de Villalar, (laudatores temporis acti, como dice Horacio) idólatras de ese pa­sado, queremos y deseamos que las corporaciones populares, sean lo que deben de ser, los tutores y patronos del vecindario como lo­ eran antes y bien gráficamente se expresaba, al llamar á su domi­cilio la Casa del pueblo, la Casa de la villa, o de la ciudad, y­ como se apellida en las provincias Vascas a sus diputados forales, con el digno, respetable y decoroso nombre de Padres de Provincia. Por eso pretendemos instaurar y restaurar la solidaridad más tangible, más inmediata y más provechosa, la solidaridad concejil, la solidaridad local, la más antigua de las solidaridades, el summun de la solidaridad, y por tanto de la mancomunidad, la mutualidad comunal, a fin de perpetuar en las generaciones venideras el muer­to localismo, sino extenso, en cambio íntimo, intensísimo, que tan­to prevaleció y tanto fecundó en nuestras pasadas centurias y así concluirá este funesto dislocamiento del individualismo, mejor di­cho, del vituperable egoísmo que tiene degradada, perturbada, corrompida y aniquilada a nuestra querida patria, porque las so­ciedades prefieren siempre la vida á la libertad, “ y la libertad es absoluta, dice Donoso Cortés, cuando la represión interior es com­pleta; la libertad es hija de la obediencia, es la grandeza del que se somete.”

Hemos insistido, quizás hasta ser pesados y machacones en el aislamiento absoluto de los municipios de la fétida, corrosiva deletérea política, porque en la antisepsia se basó la antigua ciru­jía, y la moderna en ella y en la asepsia funda sus prodigiosas ope­raciones y por eso prescribimos la pérdida del derecho electoral y de toda intervención de los miembros de las corporaciones locales y de sus empleados, en las elecciones de representante; en Cortes y de esa manera lograremos purificarlas de sectarios, las emanciparemos de la esclavitud política, que es la corrupción y desbarajuste de la administración local, y de ese modo también, habremos de conseguir la depuración del sistema parlamentario, que podría así quizás, llegar a ser una buena forma de gobierno, dejando de ser una cínica y grotesca tramoya y un sistema desa­creditado por lo podrido, si es que no resulta al fin una bella teoría , un bonito ideal especulativo, de muy difícil realización, porque a la verdad llevamos dos tercios de siglo de funestos ensayos­ y todavía no le hemos tomado la embocadura, porque tanto gober­nantes como gobernados, todos somos muy liberales de pico ­y absolutistas de hecho; así que resulta que nuestro parlamentaris­mo está basado arriba, en una omnipotencia ministerial, una pseu­do-tiranía; en el medio, en la corruptora oclocracia, en el nepotismo y en la perturbadora influencia, y abajo en la chusma de los despóticos y enfatuados caciques. Con la privación del voto político a las corporaciones locales, lograremos el establecimiento de gobiernos genuinamente nacionales; evitaremos así mismo que los gobiernos de partido se apoyen en mayorías ficticias que segregan ó deyectan esos tan numerosos como serviles ayuntamientos rurales que atentos a su cuco egoísmo y al instinto por la vida que alguien da en llamar tacto político a esa lucha por la existen­cia, cambian de ruta a cada vuelta de dado, según dicho arcaico, y no tienen más norma que viva quien manda según frase moderna, y de esa manera también los caciques de segundo y tercer orden pri­vados del mangoneo local, morirían unos por falta de medio am­biente apropiado y por inacción otros habrán de perecer, conclu­yendo así tan inmunda ralea. Quizás por algunos mentecatos políti­cos de oficio, o por algunos dilettanti platónicos se declame contra tal capitis disminutio y se echen por el arroyo vociferando contra semejante propósito; pero no se crea que las clases genuinamente laboriosas y, honradas, de esas que tienen que perder, lamenten el cercenamiento de su derecho electoral, sino que las personas expectables, se refugiaran en la independencia de las corporaciones locales, no solo huyendo de la universalidad é igualdad del sufra­gio y de los fulleros políticos, sino procurando la buena adminis­tración local, que es la base de la solidez s, firmeza de los Estados, pero tememos predicar en desierto, porque donde la razón no labra, endurece la porfía del persuadir.

No menos precisa se hace la protección y difusión legal del espíritu de asociación que es el verdadero fomento de la libertad individual, alejando del cuerpo social español, ese tradicional apego a la total y permanente intervención del Estado y de los gobiernos á quienes se confía y en quienes se descarga los deberes y obliga­ciones más elementales del individuo y colectivas, todo por iner­cia, mejor dicho, por desidia y haraganería vituperables, mecién­donos en una atmósfera de quietismo, verdaderamente musulmán, saturada de laissez faire y de laissez passer, que nos aniquila, nos arruina y nos embrutece y nos retrogada en muchos lustros, acaso un siglo al resto de Europa. Dijo Mr. Gladsttone á este propó­sito en una reunión popular en Saltuey 19 de Octubre de 1889 «Si el Gobierno toma a su cargo las obligaciones que incumben normalmente á cada uno de nosotros, los males que resultarían de semejante error, serían mayores que los beneficios ya realizados en el progreso social. Es preciso que el espíritu de iniciativa; el espíritu de independencia y virilidad personal, sea precisamente cuidado y protegido, tanto colectiva como individualmente. Si es­te sentimiento de confianza en sí mismo viene á desaparecer del obrero inglés, si se habitúa á no contar más que consigo mismo y á esperar del rico todo y recibirlo de su manos abdicando en él, estad seguros que nada habría para reparar tal desgracia y seme­jante mal.» De ahí cuan saludable y beneficioso sea el establecer bajo la gerencia de los ayuntamientos y Diputaciones, Sociedades de socorros mutuos, Cajas de ahorros, Montes de piedad, Socieda­des cooperativas de consumo, en relación con los sindicatos de pro­ductores, en bien de sus administrados, que habrán de estimar y hasta bendecir la institución, por los beneficios que les irroga.

Los políticos de oficio habitualmente faltos de temor de Dios y, de conciencia, con exceso elástica, tienen por norma el tan famo­so como inmoral principio, que e! fin justifica los medios, y por eso en su vehemente voracidad de proveerse telegráficamente de fortuna, sin tomarse la molestia de trabajarla, hacen los gastos de las elecciones y hasta se empeñan con ellas, á fin de que sirvan de cebo a caza mayor; así que para ellos las corporaciones po­pulares, no son más que dulce y sabroso fruto del cercado ajeno, por lo que hay que perseguirlos hasta el exterminio, como anima­les dañinos, por ser el inmoral y pleonéxico politicianismo, el fer­mento más corrosivo y pernicioso para municipios y Diputacio­nes, proscribiéndolos de esos organismos, para que la probidad acrisolada y la abnegación magnánima se impongan, reinen y go­biernen soberanas en esas corporaciones populares, redimiéndolas tanto de la pasión sañuda, como del nepotismo hediondo que hoy las trae conturbadas y desacreditadas en manos de conciencias adormecidas y sugestionadas por la política de bajo vuelo y de codicioso egoísmo, como se practica en España, y a cuya maléfi­ca influencia de esa calamidad contemporánea, no nos cansaremos de repetirlo para que no se olvide, Nunquant nimis dícitur, quod numquam satis discitur, como dijo Séneca, hay que atribuir el des­barate de la administración local y el malestar general; de ahí que la elección de segundo grado en las corporaciones locales y la pri­vación del voto político á sus miembros, así como á todos sus em­pleados, habrá de ser el rio Alfeo que limpie y purifique los esta­blos de Augias de nuestros Ayuntamientos y Diputaciones, así como también creemos confiadamente que el referéndum nacional y el mandato imperativo, habrá de ser el medio de esterilizar nues­tra política para los politiciens, esa gente de sac et de corde, esos microbios del sistema parlamentario, que han llegado á constituir en los tiempos contemporáneos una nueva forma tiránica y omi­nosa de opresor y siniestro feudalismo, que se ha metido á políti­co, no para hacer el bien, sino para realizar toda clase de arbitra­riedades, que cuanto mayores, más pujanza significan, como si el mandar consistiese en cometer violencias, según dijo Salustio. Proinde cuasi injuria facere, id demun esse imperio uti. De esa manera habremos de reducir también el predominio del espíritu político á sus propios límites, pues hoy tal es el poder de la diosa política que nos ha traído al reinado de las procaces y enfatuadas submedianías y en su indiscutible omnipotencia, ha llegado á con­vertir, a fuerza de éxitos, el viejo vicio de la audacia, que es la desapoderada ambición, que es la egoísta soberbia, en una virtud contemporánea y á dar patentes de personajes y de limpieza de sangre y hasta de manos, á quienes en el trato social se tienen por declassés y maculados, por sus públicos entuertos y solemnes desa­guisados.

Por otra parte, el concepto de autoridad, lo tenemos tan equivo­cado y tan bastardeado los españoles, que la confundimos desde arriba con la omnipotencia hasta la arbitrariedad, y desde abajo la energía la conceptuamos crueldad, la blandura y la lasitud de­seamos lleguen á identificarse con la tolerancia y hasta con la com­plicidad; cuando precisamente la verdadera democracia debe de estar basada sobre una sólida y robusta autoridad, que no debe de partir de arriba, sino que se ha de cimentar desde abajo, para que así sea considerada por el prestigio y apoyo moral de los que la invocan y á quienes ha de imponerse y para que sea respetada por sus acertadas disposiciones; de ahí que para resurgir y restaurar los poderes locales, no sea menos necesario para confiar en que la selección social traiga necesariamente la purificación administrativa, el instaurar el sentido ético, el arraigar el cumplimiento del deber en esta sociedad gangrenada por el indiferentismo, trabajada por el quebrantamiento del principio de autoridad y por la indisciplina, corroída por el epicurismo más refinado, por el afán de lucro inmo­derado y por el más codicioso egoísmo, acicate constante de la pre­varicación que la traen inquieta y perturbada, especialmente á la clase media ó burguesía en la que han hecho presa y de la que usualmente se nutren nuestros partidos políticos y de la que también salen esos gobernantes, que según el tan circunspecto y pre­claro político, como sutil y diestro orador D. Francisco Silvela, tienen un nivel moral muy inferior, pero con exceso a la masa de los gobernados, porque los talentos sin moralidad son una cala­midad pública El procurar la mayor prosperidad á la patria, no debe de confundirse, decía Thiers, con esa pasión del interés ma­terial que deploran cuanto desprecian lo espíritus elevados. No hay obra más moral que la de disminuir la copia de males que pesan sobre el hombre, aún en las sociedades más civilizadas. Contribuir á que sea menos desgraciado, hacerle más justo para con los que le gobiernen, para con sus semejantes, para consigo y hasta con la misma Providencia. El alejamiento de Dios es la causa de lodos los males que deplora la sociedad contemporánea, dijo con profundo acierto el eminente filósofo, Cardenal Fr. Gon­zález. Ya antes había dicho el gran Cicerón, que la felicidad es inse­parable de la virtud. Nec enim virtudes sine beata vita cohere possunt, nec illa sitie vitutibus. El ansia febril del bienestar material, el culto exagerado al cuerpo y al placer, empuja el trabajo á los objetos de lujo, y la agricultura queda postergada, mientras que la industria fabril prospera y de ahí que los artículos de primera necesidad para a vida, sigan una progresión creciente de encarecimiento, permane­ciendo los salarios casi en el mismo nivel, dominados por el capital y menospreciado el trabajo, y como consecuencia fatal, ineluctable de este desequilibrio moral y material, viene y- tiene que venir, no la pobreza y la miseria que esas son compañeras del hombre en la tierra, sino la plaga del pauperismo que es la caries corrosiva de la actual sociedad, porque todos quieren ser súbita y escanadalosa­mente ricos, desde que la riqueza es por desgracia un signo de vir­tud y sobre lodo ejecutoria de capacidad política, como dijo Salus­tio. Postquam divitiae honore esse coepere et eas gloriam imperium, potentia sequebantur: hebescere virtues, paupertas probo haberi, inocentia pro malevolentia duci coepit

La moderación, la templanza en las costumbres, inclinarán al pueblo á la virtud y á la piedad y le harían volver á donde antes concurría, especialmente en los días festivos, al templo de Dios, donde el corazón se recrea y, el alma se dilata en placeres inefables, hallando lenitivo á los males que nos aquejan, buscando la felicidad eterna, pero esto que es tan saludable y económico se tiene olvida­do á cambio de las distracciones y recreos en teatros, circos, hipódromos, casinos, cafés y tabernas, que además de corromper y perturbar el cuerpo y el espíritu , aligeran el bolsillo de dinero, acaso preciso para atenciones más necesarias á la familia, edu­cada en los tiempos modernos más para brillar y exhibirse en el bullicio de la calle y en el fausto de las reuniones públicas, que para ocuparse en las vivificadoras labores, modestas si, pero fe­cundas del placido y tranquilo hogar.

Dotad á un pueblo de una iglesia, de un consistorio y de una escuela; colocad en ellos al sacerdote virtuoso, al alcalde recto y justiciero, al maestro inteligente y celoso y habréis realizado el self-government, la self-administración, y habréis practicado la obra más beneficiosa, más humana y más trascendental para su civilización, para su bienestar y para su cultura, pues si Gianturco cree que la solución del problema social es asunto del derecho civil, nosotros también conceptuamos que algo y aún algos, se puede solucionar con la buena administración local, lo­grando así que la discordia no levante jamás su cabeza coronada de serpientes, ni la tiranía oprima con su férrea mano al hijo del pueblo, ni el poderoso abuse del débil, ni este se rebele contra el poderoso, sino que la ubérrima bienhechora y salutífera paz, esa divina huella del Dios-Hombre sobre la tierra, reine en los espíri­tus y en los corazones para que todos se estimen, cumplan con su deber, respeten la autoridad, adoren al verdadero Dios, amen con entusiasmo la patria, sus héroes, sus santos, sus costumbres y sus tradiciones, sus glorias, sus artes sus letras y su cultura; mirando con cariño y regocijo el lugar donde se nace, que parece que toda­vía calienta como el blando regazo de nuestra amorosa madre, imán de nuestra existencia; los caros sitios donde infantuelos ju­gueteábamos con nuestros fraternales e inolvidables amigos: la plaza con la casa del pueblo, con la iglesia y campanario, cuyos ecos y vibraciones parece que retiñen en nuestros oídos; recordando con profunda y cordial fruición y con singular deleite el tem­plo en donde con el corazón arrobado elevamos al cielo nuestra prístina plegaria; el ara ante la cual emocionados juramos fideli­dad á nuestra pía, grata y amada esposa; el altar donde conmo­vidos llevamos á recibir la hostia consagrada á nuestros tiernos hi­jos, carne de nuestra carne y huesos de nuestros huesos; no olvi­dando jamás el tétrico y silencioso sepulcro que encierra los venerandos despojos humanos de nuestros queridos progenitores, consolándonos la dulce y melancólica esperanza de yacer con ellos en sueno eterno, bajo la sombra de la cruz de nuestro Divino Redentor, porque la felicidad terrena se alimenta de recuerdos y de esperanzas, anegándose en la caridad, olvidando el efímero presente para fijar su pensamiento en el Eterno Dios, apartando la vista de este incesante cambio de la materia en el círculo del orbe, que al llevar de mano en mano la antorcha de la vida, deja las arrugas de la decrepitud para tomar las frescas tintas de la edad florida, repitiéndose sin cesar este recorrido, sin que pase un día que no se oigan mezclados el vagido del recién nacido y las tristes lamentos que acompañan al fúnebre cortejo, como dijo Lucrecio:

Nec nox ulla diem, nec noctem aurora secuta est,
Quae nom audient mixtos bagitubus oegris
Ploratus mortis comites et funeris atri.

Elías Romera

Administración Local, Almazán 1896, pp 323-333

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