martes, octubre 05, 2010

Reorganización y restauración de los antiguos gremios (Elías Romera, Administración Local, Almazán 1896)

XI
Reorganización y restauración de los antiguos gremios de artesanos, menestrales y mercaderes.




Destruyendo en vez de mejorar el ejercicio de los derechos colectivos, los jurisconsultos y economistas modernos, arrojan con sus propias manos al terreno removido de nuestra socie­dad las semilla del socialismo revolucionario y violento­

Laveleye.

Si los gremios de artesanos nacieron con nuestras instituciones municipales y marcharon al compás de ellas, siendo uno de sus más poderosos auxiliares, lógico y racional será que al restaurar y vi­vificar nuestras municipalidades, se restauren y reorganicen tam­bién los gremios con su espíritu corporativo, sí, pero no con la reglamentación de egoísmos y de irritantes trabas que tuvieron antes y que los hizo odiosos y por lo que las RR. 00. de 26 de Mayo de 1790 y 10 de Marzo de 1798 molificaron su reglamenta­ción hasta que las Cortes Constituyentes, los suprimieron plagiando fatalmente á la constituyente francesa en 1813, si bien restable­cidos en 1815 no gozaron ya de los privilegios y monopolios ante­riores; en 1834 y 1836 se volvió á legislar sobre la materia, hasta que las Cortes en 1836 restablecieron la legislación de las consti­tuyentes.
El espíritu corporativo de la Edad Media se imprimió en los gremios de menestrales artesanos y mercaderes que respondían á: la comunidad de intereses de los ciudadanos de una misma profesión, correspondiendo á tan fecunda solidaridad, el poder y significada importancia de la asociación, no tan solo para el progreso de las artes, sino para el bienestar y comodidad de los asociados que se socorrían en sus necesidades y tribulaciones, acogiéndose bajo la advocación de un santo patrono y constituyendo las fa­mosas cofradías, dando así tan marcado color religioso á la aso­ciación.

El ciego odio á lo antiguo llevó á los revolucionarios franceses y españoles á destruir esas instituciones tan seculares como sóli­das, sin fijarse en que bien pudieran modificarse y adaptarse los principios de libertad que informaban sus reformas, privándo­los del espíritu egoísta y asaz reglamentario y monopolizador que les hacia tan privilegiadas, especialmente desde el siglo XVI, así que desde un extremo se fue a otro contrario, huyendo de Scilla se encalló en Caribdis, libertando á los obreros y emancipándolos de ­las garras de los fueros y reglamentos de los gremios pero sin la experiencia de la libertad, sin el auxilio y protección de los jurados que velaban antes por la protección de sus intereses y aquellos ar­tesanos aturdidos y desalentados por súbita libertad, se hallaron aislados, sin dirección y con su porvenir incierto y nebuloso, así es que en su mayor parte se precipitaron aquí y en Francia en las huestes revolucionarias, siendo uno de los más poderosos auxiliares de los sectarios de las nuevas ideas. Deplora Laveleye que la re­volución francesa ha cometido la falta, cada día más manifiesta, de haber querido fundar la democracia destruyendo las únicas ins­tituciones que podían hacerla viable: la provincia con sus liberta­des tradicionales, los municipios con sus propiedades indivisas, los gremios que unían por un vínculo fraternal los obreros del mismo oficio. »

Después los economistas con su individualismo exagerado, han venido á aislar más y más al obrero y hacer más guerra á los gre­mios, esa institución tan veneranda como las antiguas municipa­lidades, sus hermanas. Ese individualismo atómico tiene en perpetua guerra al obrero con su patrono, al capital y al trabajo. La fra­ternidad comunal que inspiraba la agremiación, ha muerto á manos de la libertad individual que han predicado nuestros tan ligeros como entusiastas reformadores, más movidos del odio al pasado, que convencidos del venturoso porvenir. Al obrero le ciega el egoísmo, la envidia, el deseo de goces materiales, el sensualismo brutal, suprema aspiración de los tiempo; modernos y estas aspiraciones traen inquieto y receloso al capital, distanciando cada vez mas elementos que en su conjunción y solidaridad de intereses, estriba no solo la prosperidad de ambos, sino el progreso y la ventura de las naciones.

La división en las operaciones manuales del trabajo, ha llevado a constituir las grandes industrias que han aniquilado, sino muerto, á las pequeñas industrias que vivían antiguamente agremiarlas y de ahí que esto sea no pequeño inconveniente para vivificar y res­taurar en principio y en sus fines las seculares instituciones gre­miales. Las grandes fábricas, con sus funestas consecuencias so­ciales, han transformado la producción y matado al trabajo domés­tico que tan saludable era, física como moralmente, para la familia obrera. Por otra parte, las grandes fábricas han constituido una nueva aristocracia industrial, que si bien contribuye especialmente al fomento de la industria, también es causa de que los obreros estén acicatados por mayores apetitos y se acrezcan más sus aspi­raciones y exigencias; si bien los sindicatos de los fabricantes vienen á constituir un blindaje tan infranqueable para los obreros como para el consumidor, también es cierto que esas grandes industrias practican con el obrero un socialismo gubernamental, proveyendo á sus necesidades, facilitándole por medio de sociedades cooperati­vas, de consumo y de construcción de casas, alimento y morada baratos y dándoles asistencia en hospicios, asilos y hospitales y es­cuelas, así como también tienen constituidos montes de piedad y cajas de ahorros, es decir, todo cuanto puede solicitar del capital el obrero.

Una autoridad tan poco sospechosa como el revolucionario Luís Blanc, dice, hablando de los gremios; La paternidad fue el sentimiento que presidió en su origen á la formación de las comunida­des de artesanos y mercaderes. Una pasión que ya no existe ni en las costumbres ni en !a cosas públicas, la caridad, unía entonces las condiciones de los hombres. La Iglesia era el centro de todo, en derredor de ella y a su sombra tomaba asiento la infancia de las industrias, ella marcaba la hora del trabajo y daba la señal de repo­so. Verdad, es que no se conocía entonces ese ardor febril de ga­nancias que engendra a veces prodigios y la industria carecía de la brillantez v de la fuerza que hoy se admiran en ella, pero tampoco la vida del obrero se veis turbada por amargas competencias, por la necesidad de odiar á su semejante, por el ingrato deseo de arrui­narlo sobrepujándolo ¡Qué unión, por el contrario, tan saludable entre los artesanos de una misma industria!". También merecen elogios los gremios á plumas tan significadas entre los revoluciona­rios como Blanqui Cauwes y Larousse y entre nosotros el malo­grado Perez Pujol, nuestro primer sociólogo, el Profesor P. Hur­tado y el renombrado Azcárate y S. Escartin, son partidarios en­tusiastas de la agremiación. Pero una autoridad para nosotros indiscutible por su elevadísima jerarquía, el sabio y augusto Pon­tífice León XIII, recomienda á las naciones católicas en condiciones apropiadas á las necesidades presentes la reconstitución de las ins­tituciones gremiales, sodalitia opfiicum. en su famosa Encíclica Humanun genus de 22 de abril de t984 y en sus alocuciones á las peregrinaciones obreras francesa y española, fundando sobre ellas el mejoramiento y seguro bienestar de la clase obrera, cuya pros­peridad en siglos anteriores la debió a la agremiación, especial­mente en la Edad Media, esa Edad de oro del pueblo, como la llama Loescevitz. El sindicato de grandes industriales franceses decía en 1888 que era preciso hacer revivir la sustancia de los antiguos gremios como corporaciones libres pero cristianas, inspiradas en la fraternidad y en la patrimonialidad que las inflamó á su naci­miento en el siglo XIII, en el que formaban parte del municipio, ese Estado de pequeña base, como le llama C. Janet.

La libertad del trabajo es indudablemente una gran conquista, pero es preciso armonizarla con el espíritu cristiano y con la solidaridad fraternal que informaba á los antiguos gremios, acercando y aliando el presente al pasado, pues reformar no es destruir, porque esto último hicieron por ciega pasión contra el pasado los revolu­cionarios franceses y españoles y es preciso ir á su restauración como lo han verificado Prusia en 1848 y Austria en 1882. Los gre­mios ya para la elección de la asamblea municipal como propone­mos, ya para la forma de repartir y cobrar los tributos como vamos á continuación á exponer sumariamente, ya también como colegiación de los del mismo oficio ó profesión, para protección mutua ó progreso del arte, sin darle la extensión que tenían los antiguos gremios, en cuanto de moribus et vita de sus miembros, ni a la reglamentación excesiva de maestros, oficiales y aprendices, así como respecto a la tasa ó precio de la obra, deben de ser un elemento valioso para el desarrollo de las instituciones locales, bajo una dirección saludable y progresiva tan beneficiosa para la verda­dera y genuina descentralización en la cual consiste el verdadero progreso de los pueblos.

Para evitar ocultaciones y defraudaciones en la tributación y al propio tiempo restaurar y vigorizar la histórica institución gremial, torpemente muerta á mano de las revoluciones, se hace preciso establecer el encabezamiento forzoso con los gremios que habrán de conciliar los intereses de productores y consumidores al propio tiempo que los del Estado y los de los municipios sin, menoscabo de la percepción para éstos y sin que la investigación odiosa de aquel tenga en perpetua alarma al contribuyente, de ahí cuán provechosa habrá de ser tal medida, exigiendo a los gremios una sólida organización por especies y clases de tributaciones, cons­tituyendo Sindicatos formados por el Presidente, Tesorero y Se­cretario elegidos a pluralidad de votos y la reunión de Sindicatos el Sindicato general y la de los Presidentes de los mismos la Junta directiva que resolverá todos los asuntos en segunda instancia y en tercera y última el Sindicato general. Para evitar la oligarquía de los gremios, se habrá de constituir una Junta municipal de encabe­zamientos, compuesta de dos productores y dos consumidores de la especie gravada y de otros dos vocales que no pertenezcan estas dos clases.

Los cereales y sus harinas deben exentarse de todo impuesto, por ser elementos precisos para la vida y las tarifas con que con­tribuyan los demás artículos de primera necesidad, como el baca­lao, las sardinas, las patatas, la leche, los huevos, el vino, el aceite y el petróleo, se irán aminorando a medida que aumente la recau­dación de los gremios.

La sustitución de los gremios, tan respetables como permanen­tes, ofrece toda clase de garantías para la percepción de las contri­buciones, así para el municipio como para el Estado, sin las veja­ciones que impone ordinariamente el egoísmo ó los abusos de los recaudadores, puesto que los beneficios habrán de ser todos para todo el gremio y como éste, son casi todos los contribuyentes, re­cauda para beneficiar á los que sostienen el gravamen; de ahí que de esa comunidad de intereses venga la equidad y no pueda haber ocultaciones ni defraudaciones en grande, y la odiosidad al pago desaparece y la guerra latente entre pagador y exactor queda casi amortiguada. Del concierto ó encabezamiento forzoso, nace la liber­tad de acción de los gremios para variar los tipos contributivos y por tanto en la territorial habremos de caminar á nuevos amillaramientos, es decir, á nueva base contributiva, la que habrá de salir todo lo perfecta posible de manos de los gremios, esta colectividad tan ligada con la manera de ser del vecindario, que bien podemos conceptuarlos como verdaderos instrumentos de los inte­reses sociales.

Con el procedimiento indicado de recaudar por los gremios salen, pues, beneficiados, el contribuyente, el municipio y el Esta­do, disminuyendo las defraudaciones y haciendo contribuir a todos y al propio tiempo cubra fuerza y vigor esta institución gremial que tan significativos antecedentes históricos tiene en España y ­que puede revivir al amparo de la ley de asociaciones de 1887 y infiltrando en ella algo de las Trade’s unions inglesas, título Vlll del libro 4º del Código civil,y artículos 116 al 238 del Código de comercio y sobre todo que la práctica desde hace años en Valen­cia, la ciudad del insigne y patriarcal tribunal de aguas, supera á todo encomio, comprobándose que la solidaridad de intereses está en ligar lo particular con lo colectivo, estimulando en todos el más activo celo por el bien general, llevando por guía el lema de los antiguos gremios:

Unos por otros y Dios por todos.

Elías Romera
LA ADMINISTRACIÓN LOCAL, Almazán 1896, pp. 251 -256

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