miércoles, julio 13, 2011

El Retiro (José Gutierrez Solana. Madrid Escenas y costumbres ,1913)

EL RETIRO

(Madrid escenas y costumbres, 1913)

Este magnífico parque, llamado vulgarmen­te el pulmón de Madrid, es el paseo prefe­rido de todos, por sus espesos bosques y sus paseos silenciosos y solitarios. En él hemos pasado nuestra infancia, esas tar­des que nos han parecido tan cortas al concluir las pesadas horas de encierro en el colegio delante del pupitre y de la pla­na, escribiendo al dictado, y nos acordamos de su tristeza, de la rareza de sus paseantes, de su tierra regada y del fuerte olor de humedad que de ella se desprende.

El estanque grande es el sitio preferido por la gente de pueblo.

Los domingos, a todos los paletos que vienen a Madrid les llama la atención el barco de vapor y los de remos; la barandilla de hierro, con asientos de piedra que dan la vuelta al embarcadero, están llenos de niñeras y niños; por el paseo de coches va la gente elegante y acomodada; las filas de coches dan la vuelta al llegar a la estatua del Angel caído.

En el parterre, en el verano, cuando apenas ha salido el sol, comienzan los paseos matinales.

Las niñas saltan a la comba, y las jóvenes que quieren novio, con el pelo suelto, se quitan los sombreros y juegan a las cuatro esquinas y a la gallina ciega; luego se sientan en un banco unas cuantas amigas, con las mejillas encendidas, y agitan pre­cipitadamente los abanicos; las mamás, sentadas en un banco, llevan allí la costura de casa.
Un coro de niñas canta:

Carrión,
Trencilla y cordón,

Cordón de Valencia.
¿Dónde vas, amor mío,
sin mi licencia?
Carrión,
Trencilla y cordón,

Cordón de la Italia.
¿Dónde vas, amor mío
sin que yo vaya?

En las frondosas alamedas y plazuelas, con gran fuente en medio, sentadas en los bancos, vemos gente gozando de la tranquilidad de aquellos deliciosos paseos, llenos de copudos y viejos árboles plagados de pájaros y ruiseñores. En el estanque de las Campanillas son muchos los que se han ahogado; o en las tapias del Retiro se han pegado un tiro en la sien, al lado de estos estanques, llenos de hierbas y juncos, en los que se crían peces y nadan patos y cisnes.

Hay fuentes raras y bonitas, como la de los Galápagos y la de la Alcachofa; en invierno, rodeada por los árboles, que se han quedado sin hojas, y los pilones de agua verde estan­cada, por donde asoman la cabeza las ranas, en medio de un silencio sepulcral; en la primavera, cuando están llenos de frondosidad los árboles.

La Casa de Fieras está también muy concurrida los domingos.

En ella se ven la jaula de los monos, la cebra y la jirafa. El elefante Nerón, sujeto con una argolla de una de las patas traseras, está en una cuadra de barrotes de hierro.

Cuando tocan la campana para la señal de la comida, todo el público se acerca a las jaulas. El domador, que tiene el pelo rojo y la blusa y las manos llenas de sangre como un matarife, lleva una espuerta llena de carne. Al oso negro le da una libreta de pan y un gran trozo de carne que cuelga de los hierros de la jaula. El león da fuertes bramidos que resuenan en las avenidas del Retiro.

Luego da de comer a la foca en un cubo lleno de pescados y sardinas, que tira al aire, recogiéndolos con gran tino. Sale de la piscina con la piel negra y brillante, y va engullendo los pescados enteros.

En una artesa está el cocodrilo. A la serpiente boa la saca el domador de un saco y se la enrosca por los hombros, y la da de comer conejos y pichones vivos. Se ve su cuerpo cómo te hincha cada vez que los traga.

Luego hemos dado una vuelta por el paseo ancho, donde hay filas de estatuas de piedra, a derecha e izquierda, de los antiguos reyes españoles; hemos visto pasar a un señor de porte vigoroso y cara bondadosa, con barba corta, lo mismo que el pelo blanco, y una mujer simpática y joven. El porte de ellos es el de dos burgueses; él lleva sombrero nuevo de pala y traje sencillo, de americana; ella, traje claro, elegante, y sombrero de mañana; caminan un poco separados; pero se nota en la conversación animada y en el paso decidido, que la felicidad les sonríe. La alegría fuerte y sana de dos caracteres unido'', La voz de él es clara y enérgica.

Unas niñas saltan a la comba y cantan en corro. Ellos se paran a oírlas y verlas jugar; y mientras los pájaros gorjean en los árboles, el sol radiante marca sus siluetas. Reconocemos con simpatía a Francisco Ferrer y a Soledad Villafranca.

José Gutierrez Solana
MADRID. ESCENAS Y COSTUMBRES 1913

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